
Otoño es, tal vez, la mejor estación del año para visitar y disfrutar de una bodega. Los colores ocres del majuelo, los cielos abiertos vespertinos soleados por una luz que buscamos como si fuéramos a hacer la fotosíntesis y los suelos sembrados por la neblina matinal que escarcha el amanecer, convierten al viñedo castellano y leones en un cuadro vivo y tangible capaz de atraer a las mentes más distantes, más abstractas e inconformistas, que buscan otros aspectos del mundo rural y que no encuentran en los entornos urbanos de las localidades que visitan. ¡Bienvenidos al enoturismo!, un “deporte” que puede ser practicado por toda la familia, incluido los cuñados más cuñadísimos que haya en el seno del linaje.
Y es que el enoturismo es una forma de contactar con el mundo rural, con la llamada España vaciada, sin necesidad de renunciar a la condición urbanita de cada uno; todo lo contrario, el enoturismo nos permite respirar fuera de la presión de la city, pasear entre las viñas, conocer la magia de la elaboración y crianza del vino y, ante todo, sumergirnos en la Cultura del Vino, al mismo tiempo que conocemos a las mujeres y hombres que hay detrás de esta apasionante dedicación, a la que cada día se suman (afortunadamente) nuevas generaciones, consiguiendo así frenar el éxodo juvenil, fijar población y aumentar las expectativas de la vida rural, amenazada por la Inteligencia Artificial y por aquellos que quieren hacer de la síntesis una forma de vida.
De hay que nos guste, y mucho, bodegas como la de Severino Sanz, en Montejo de la Vega de la Serrezuela, una de las dos segovianas sujetas a control de la DO Ribera del Duero, la otra ribereña es Valdrina, localizada en Aldehorno. Aquí, en estas pequeñas, pero encantadoras instalaciones, se desarrolla el auténtico enoturismo, que no es otra cosa que abrir de par en par las puertas de la casa del vino para que sus visitantes conozcan hasta el último detalle de la bodega: viñedo, vendimia, poda, transporte, elaboración, crianza, embotellado…y para acercar esta mágica realidad siempre hay personas, con ciertas cualidades pedagógicas y comunicadoras, capaces de transmitir la pasión por la Cultural del Vino, como es el caso de José Félix Sanz.
Félix es un gran guía y un entusiasta de las míticas y enormes vigas que servían para prensar la uva en los lagares de antaño. Tanto es así, que cuenta, incluso, con un pequeño museo donde se muestran estos grande troncos, de cedro o principalmente de olmo, que vistos en directo nos recuerdan los grandes esfuerzos físicos que requerían elaborar vino. Merece la pena visitar esta exposición y la recreación en miniatura de una vieja prensa que convertía la uva en el mosto que más tarde fermentaría en silencio para transformarse en vino.
Un enoturismo, el practicado por Bodegas Severino Sanz, que incluye, como no podía ser menos, una cata de vinos, acompañada por la inseparable tapa complementaria (ineludible la morcilla de Burgos, poco salada y picosa), para finalmente degustar un asado de lechazo en la vecina localidad de Aranda del Duero, que junto con Sacramenia, Sepúlveda y Peñafiel, forman parte de lo que a me gusta denominar “La costa del cordero”. Destacar, en todo caso, que la bodega ha cerrado el círculo enoturístico, ya que el restaurante arandino, El lagar de Severino, es propiedad también de Severino Sanz.
Por cierto, de los vinos catados, me quedo con el Murón Albillo Mayor y, ante todo, con un moscatel, matizado con uva viognier, que como vino dulce le auguro un gran éxito, siempre y cuando Félix decida sacarlo al mercado, claro. Si no es así, me queda la satisfacción de haberlo catado.