
—¿A qué lugares de España o de América está más vinculado?
—Yo soy producto de un hermoso mestizaje, como el que España promovió en América, en Filipinas y en cuantos sitios estuvo. Si asciendo tres generaciones, no tengo un solo bisabuelo del mismo lugar. Por una parte, soy español, y dentro de España soy grancanario, tinerfeño, rondeño y cartagenero. Por otra parte, soy americano, y dentro de América, argentino, chileno y boliviano. Y tengo hasta un octavo de sangre alemana. Me siento muy español, orgulloso de serlo. Y como americano, me siento muy argentino, mi madre lo era y nos inculcó ese amor por Argentina.
—¿Cómo surgió la necesidad de escribir?
—Es casi innata, recuerdo perfectamente cuándo y cómo nació. Un buen día venía mi padre muy contento de la oficina en que trabajaba, para nosotros la profesión de papá era “oficinista”. Y venía tan contento porque había pasado a máquina un precioso cuento en el que llevaba trabajando días: los protagonistas eran él, un caballero del medioevo, y mi madre, una princesa. Era verano. Estábamos de vacaciones escolares. Yo tenía seis o siete años. Papá nos leyó el cuento, me fascinó. A mi padre le gustaba escribir, escribió varios artículos que consiguió ver publicados en periódicos como ABC, El Imparcial y algún otro. Al mismo día siguiente, me puse a trabajar en una novelita que naturalmente no terminé, pero de la que concluí unas 30 páginas que yo escribía a mano y mi padre me pasaba a máquina cada día en la oficina: “Los Williams”. Creo que aún la tengo por ahí, aunque nunca la he leído. Desde ahí ya nunca dejé de escribir. La parte que más me gustaba en el colegio eran los trabajos en los que podía desenvolverme literariamente. Con ocho o diez años me puse a escribir poesía. Luego artículos, debo de haber escrito ya unos tres mil. Cuando empecé a trabajar, con 24 años, me puse a escribir novela, produciendo dos que siguen a la búsqueda de editor, -o más bien a la búsqueda de tiempo para buscar editor-, nunca se las presenté a ninguno. Y desde el año 2007, empecé a cultivar el género del ensayo, publicando hasta la fecha siete libros.
—Tiene una obra amplia sobre el cristianismo y algunos aspectos menos conocidos de Jesús en el Corán o de la vida de Pablo de Tarso ¿Cómo surgió ese interés?
—El mundo de las religiones me fascina: por supuesto la mía, en la que nací y fui criado, el cristianismo católico, pero también las demás y particularmente las monoteístas. Un día me enfrenté al Corán, y de ese encuentro salió mi primer libro, “Jesús en el Corán”, tras quedar fascinado por la amplísima presencia que en el libro santo de los musulmanes tiene nada menos que Jesús de Nazaret. ¿Sabías que, para los musulmanes, Jesús, aunque no es Dios, fue ascendido por Dios a los cielos y ha de volver al final de los tiempos para participar en el Juicio Final? Luego vino “El cristianismo desvelado”, donde di respuesta a las preguntas que yo mismo me formulaba sobre nuestra religión. ¿Por qué los evangelios son cuatro? ¿Cómo es eso de que la Virgen es virgen? ¿Cuándo nació Jesús? ¿Cuándo fue crucificado? ¿Por qué los apóstoles son doce? ¿Desde cuándo se celebran matrimonios cristianos? ¿Y la unción de enfermos?… y así, hasta ciento tres preguntas, que respondí en clave histórica. Y luego, efectivamente, hasta cinco libros estrechamente relacionados con la religión. Un sexto sobre esa práctica horrible que es el aborto, que, a fuerza de trivializar, hemos acabado convirtiendo en un “divertimento”. Y luego un receso, para escribir un séptimo sobre los descubrimientos españoles de los siglos XV y XVI, probablemente la parte de la Historia más bonita que se ha escrito nunca.
—¿Qué fuentes ha manejado?
—En cada caso las que corresponden, claro. Me gustan más las fuentes originales (Corán, Evangelios, primeras obras sobre el Descubrimiento) que los comentarios posteriores, a la búsqueda de obtener una opinión personal de las cosas. En mis obras relacionadas con la religión, me gusta mucho leer obras que son contrarias a los pensamientos que, en principio, parecería que voy a defender. Me dan muchas claves, más que las obras supuestamente “favorables” a mi “opinión inicial”. Muy a menudo, esas lecturas me hacen cambiar la impresión inicial que tenía del tema.
—¿Cómo divulgó su obra escrita sobre el cristianismo?
—Es una pregunta muy interesante. A ello te puedo responder que lo que no haga un autor por su libro, no lo va a hacer nadie. Sólo a modo de ejemplo: hay autores que creen que, una vez publicado un libro, se ha de presentar una vez y ya está, esperar a que se venda… es un grave error. Un libro hay que estar continuamente presentándolo, continuamente exponiéndolo. No se puede dejar de trabajar por él. Al principio me parecía que iba a la radio, a la televisión, a los distintos auditorios para promocionar mi libro, quiero decir, su contenido, lo que cuento en él. Ahora me pregunto si no es al revés, y no escribo un libro para poder promocionar lo que se cuenta en él en los auditorios, en la radio, en la televisión, en los medios…
—¿Qué libro entre ellos prefiere y por qué?
—Los libros son como los hijos. Yo de hecho, bromeando, siempre digo que “tengo una hija y siete libros” -ríe- ¿Qué quiere todo esto decir por lo que a tu pregunta se refiere? Que las preferencias se tienen, pero no se manifiestan: todos me son muy queridos, en todos puse mucha ilusión, todos me sirvieron para expresar en cada momento aquello que quería expresar. Sí puedo confesar una cosa: si un libro ha tenido particular trascendencia en mi carrera de difusor, ese libro ha sido la “Historia desconocida del descubrimiento de América. En busca de la Nueva Ruta de la Seda”, que me ha abierto campos que ni imaginaba que existían.
—¿Qué cree que falta en los programas escolares sobre la historia de España?
—¡Qué falta!¡Pero si falta todo! Es una vergüenza el estudio que se hace en España de la Historia. En realidad, el tratamiento de la Historia, universal, y de España, en nuestro país, nunca fue para tirar cohetes, nunca… Pero últimamente… últimamente es una vergüenza. Está clarísimo que el poder no quiere que sepamos Historia. Y no quieren que sepamos Historia porque así nos pueden engañar, así nos pueden manejar mejor, dominar mejor. La gente no es consciente de la importancia que tiene para las sociedades, para los individuos, conocer la Historia. Las cosas, incluso las más actuales, las que hacemos ahora, son diferentes según sea su Historia, y por supuesto, según nos la hayan contado, que es, al final, lo verdaderamente importante. Esto vale decirlo para cualquier tema, pero te voy a exponer uno que todos vamos a entender muy bien. Se extiende entre los españoles el sentimiento republicano… ¡Los españoles no saben lo que fueron las dos repúblicas para España, y particularmente la Segunda! Siempre digo que si, -Dios no lo quiera-, vuelve la República a España, muchos, muchísimos de los que hoy la añoran y la desean tanto, lamentarán haberla traído, se asquearán de ella con todas sus fuerzas. Nadie sabe lo que fue la Segunda República… porque no sabemos Historia.
—¿Cuál es su opinión en relación con la llamada Memoria Histórica? ¿Se puede declarar una verdad oficial?
—Otra vergüenza. La Historia la deben investigar los historiadores, no los políticos. Se debe estudiar en las universidades, no en los parlamentos. Y debe producir libros, no leyes. La existencia de leyes de memoria histórica en un ordenamiento jurídico autoriza a afirmar con toda rotundidad que en ese ordenamiento no existe libertad.
—Además de los medios escritos, ¿qué canales de comunicación utiliza para divulgar su obra?
—Todos los que se ponen a mi alcance. Le he perdido el miedo a los canales de difusión. Y vivimos tiempos muy activos en ese sentido, donde los canales de difusión se multiplican a diario. Hace un siglo apenas existían los periódicos y una incipiente y rudimentaria radio que hacía extraños ruidos cuando se escuchaba. Luego apareció la televisión. Actualmente las redes lo están revolucionando todo… los periódicos están desapareciendo, y desde luego en formato papel; hasta se ve menos televisión; la radio cede terreno a los podcast, ya casi no existe diferencia entre el directo y el diferido, una conferencia que se emite en directo se queda colgada para que la vea cada cual cuando le plazca. Y desde luego, el boca a boca, ese nunca decae, un boca a boca que se expresa en conferencias, en servirse del poder difusor de los amigos, de los seguidores, de los que comparten con uno el amor por los temas sobre los que escribe.
—¿Ha tenido oportunidad de divulgar su obra en Iberoamérica?
—Sí, gracias a Dios. Particularmente en la Argentina dispongo de un grupo de amigos grande que me ayuda a difundir mi obra allí. Pero lamentablemente, las dificultades son muchas. Propiamente realizar una edición de mi obra allí se ha hecho pocas veces. Pude realizar una pequeña tirada de “Jesús en el Corán”, y mi libro “Cristianofobia” se ha traducido al portugués y se ha publicado en Brasil. Creo que el mercado hispanoamericano, iberoamericano, sería muy propicio.
—¿Qué le parece la nueva corriente hispanista que se está fraguando a partir de Imperiofobia de Roca Barea o de la Primera Globalización de López Linares?
—Ante todo, me parece muy bien formulada la pregunta. Son ellos los que, desde distintos medios, con distintos instrumentos, han abierto el campo de lo que yo llamaría “el Nuevo Hispanismo”. A él se han unido excelentes autores que están realizando grandes aportaciones. Y son muchos. Y son muy buenos. Y lo que es todavía mejor, no sólo en España, sino a ambos lados del Atlántico, a ambos lados del Pacífico. Estoy encantado con este relanzamiento que se está realizando desde sectores diferentes, encaminado a proponer una nueva lectura de la Historia Española, que no sólo permite a los españoles y a todos los hispanos en general algo de lo que estamos muy faltos desde hace tiempo, autoconfianza, autoestima, sino, lo que es aún mucho más importante, que es más acorde con la realidad de los hechos históricos. España es uno de los países más bonitos del mundo, pero no es el más bonito. Lo que sí tiene España es “la historia soñada”, la que todos querrían tener, la más bonita de todas. Parece mentira que “sus legítimos propietarios” la hayamos “dilapidado” en el modo en que lo hemos hecho. Sí el “Nuevo Hispanismo” es muy bienvenido, ojalá haya venido para quedarse.
—¿Qué le falta a esa corriente para triunfar?
—Yo antes hablaría de lo mucho que se ha hecho en muy poco tiempo. Más en los últimos cinco años que en siglos, afirmaría sin temor a equivocarme, ahí tienes grupos como por ejemplo Héroes de Cavite, y sin duda muchos otros, basados en las sinergias, que aportan todos sus miembros, presentes en muchos campos de la producción artística e intelectual y de la comunicación. A juzgar por el impulso que lleva el tema en este momento, habría que pensar que los logros van a ser muchos y en poco tiempo.
¿Qué falta? Falta sin duda, el impulso público. Hoy, por desgracia, el gasto público supera en España la mitad del PIB total. Son pocas las cosas que se pueden hacer a espaldas del sector público. Con que el estado español se implicara en apoyar el tema simplemente tanto como apoya el cine nacional, los resultados serían espectaculares. Pero francamente, no veo a las autoridades españolas implicándose en un tema como este del Hispanismo. Diría, incluso, que el interés del actual Gobierno español no pasa en absoluto por la lucha contra la Leyenda Negra española, sino más bien, en el apoyo a la misma: la no celebración del V Centenario de la Conquista de Méjico hace dos años, en 2021, fue producto de un compromiso personal entre Sánchez y López Obrador. Sin embargo, mis esperanzas no son mucho mayores si se produjera un cambio de gobierno. Ese hipotético Gobierno de la “alternativa” sería, desde luego, menos empático hacia la Leyenda Negra española, pero no lo veo particularmente interesado en una lucha abierta contra la misma. Ahí les dejo, en todo caso, el desafío… si es que alguna vez consiguen ganar unas elecciones, claro está.
—¿Qué recomendación daría a las generaciones nuevas de historiadores?
—Que sean libres y que sean críticos. La Historia es un campo que permite la máxima expresión al espíritu crítico. Hay que cuestionárselo todo. Hay que acceder a los episodios históricos casi casi como si uno fuera el primero que los estudia. Esto no significa, en modo alguno, despreciar los trabajos anteriores, realizados tantas veces -otras no- por auténticos expertos. Significa que si uno no lo ve como lo han visto sus predecesores, tiene el derecho y el deber de transmitir lo que ven sus ojos. También aquí te pondría un ejemplo, un ejemplo comprometido que sé que me puede ganar severas críticas: está pendiente una revisión de la figura histórica de Napoleón. Napoleón Bonaparte ha sido muy bien tratado por la historiografía, cuando su paso por la Historia ha sido peor que nefasto. Lo fue para el mundo, lo fue para Europa, pero lo más grande de todo… ¡lo fue para Francia! El paso de Napoleón por la Historia, por definirlo muy brevemente, se resume en cinco millones de muertos en una población europea que superaba en poco los cien… ¡una masacre de alrededor del cinco por ciento de la población! ¿Pero sabes lo peor? Que, de esos cinco millones, ¡dos fueron franceses! La mortandad producida por Napoleón en su propio país superó el 7% de la población en apenas quince años. A lo que añadir tullidos, mujeres violadas, daños irreparables en los niños, daños materiales…y todo para terminar completamente derrotado. Todavía me pregunto cómo lo pueden querer tanto en Francia (aunque menos de lo que se cree, eso sí, existe entre nuestros vecinos una especie de criptocorriente antinapoleónica mucho más presente de lo que podamos pensar). Es sólo un ejemplo. Lo dicho vale para cualquier episodio histórico.
—¿Y a las de divulgadores?
—La divulgación es un campo que está creciendo en los últimos años de una manera vertiginosa, produciendo nuevos instrumentos a cada cual más novedoso, más ingenioso, más eficaz. Ahí, más que dar consejo, desearía recibirlos. Una cosa sí puedo decir, sin embargo: toda investigación histórica, toda difusión histórica, no puede renunciar a basarse en la verdad, ésta es una barrera que no podemos traspasar. Insisto, ¡no la podemos traspasar! La difusión será espurea si no se pone al servicio de la verdad.