María Val junto a sus perras Yoko y Pepa. / Nerea Llorente

Natural de Madrid, María Val es psicóloga y desde hace cinco años trabaja en Segovia con sus dos perras, Yoko y Pepa, en sendas intervenciones destinadas a colectivos de todas las edades. Se declara adicta a las personas y a los animales, a los perros en particular y considera que “donde llega el perro, no llegamos nosotros”.

¿En qué consiste tu trabajo?
Mi trabajo se ha enrarecido a causa de la covid-19, se basa mucho en el contacto humano y estamos un poco bloqueadas ahí, pero consiste principalmente en hacer intervenciones. Es más, el trabajo de las perras, cuando decidimos meter un animal para conseguir mejor los objetivos. Hacemos tres tipos de intervenciones: terapia –que es la que marca objetivos fundamentalmente–, educación y actividades. Hay que valorar cuándo interesa meter al animal, claro. Cuando va a mejorar o cuando va a hacer que lleguemos antes a los objetivos. Ese es el trabajo del perro, desde animar, dar ejemplo, a dar apoyo. Mi trabajo consiste un poco en eso, en conseguir unos objetivos con la ayuda del perro para conseguir unos beneficios terapéuticos con esas personas.

“El perro no juzga, solo funciona”

¿A quiénes van dirigidas estas terapias?
A todos, desde 0 a 103 años con todo tipo de necesidades. Guardería; centro de menores; tenemos varios centros de mayores; diversidad funcional desde enfermedad mental grave a rehabilitación psicosocial o psicogeriatría. A todo aquel que le venga bien. Dependiendo del colectivo con el que trabajemos, se adecúan los objetivos, tratando de que sean lo más individualizados posible.

¿Cómo se ha transformado tu trabajo a raíz del coronavirus?
Es que más bien que ha pausado. Hemos retomado actividades con menores, pero diversidad funcional y mayores aún no. Hay tanta incertidumbre que la mayoría no se atreven a retomarlo. Ya no solo por los protocolos, que son muy estrictos -cosa que me parece correcta-, hay mucho miedo. Tenemos que mantener la distancia de seguridad, sin embargo, hay gente con demencias y ciertos niveles cognitivos que por mucho que el perro salte encima, si no le llevas la mano y se la pones sobre el perro, es muy difícil llegar a los objetivos. Entonces, estamos adecuando el trabajo con los colectivos que podemos trabajar, pero la mayoría de los centros están esperando una segunda ola de la pandemia.

Al animal se le desinfectan las patas con agua y jabón al entrar. Yo me desinfecto, llevo mascarilla y guardo las distancias con los pacientes. También adecúo las sesiones a los nuevos protocolos: obviamente, no puedo llevar la mano a alguien pero se diseña de otra manera para que se pueda hacer, como que sea el perro quien meta el morro y busque la mano, por ejemplo.

“El perro no juzga, solo funciona”

¿Tienes alguna anécdota emotiva de tu trabajo ?
Todas. Para mí es un trabajo muy emocional porque lo que busco desde preservar capacidades hasta mejorar las condiciones y la calidad de vida. Por ejemplo, un día paseando con Yoko se me acercó una mujer que había reconocido a la perra porque es con la que hacía terapia su madre. “Tengo unas fotos de mi madre con el perro. Qué buenos ratos”, que te digan eso, que el recuerdo que tengan de tu trabajo sea ese, no tiene precio.
Recuerdo también una vez, que una mujer con una enfermedad mental llegó con una crisis emocional y Yoko directamente fue a lamerla la cara, sin que nadie se lo dijese. El perro está entrenado para este tipo de situaciones pero también es maravilloso disfrutar de la parte natural y espontanea de un perro.

Sigo manteniendo contacto con familiares que han perdido a las personas con las que trabajábamos. A mi eso me vale mucho. Trabajamos con personas maravillosas, tenemos esa suerte.

“El perro no juzga, solo funciona”