
Miguel Bayón (Madrid 1947). Trabajó como periodista en Diario 16, Cambio 16, El Mundo y El País. Como escritor, novelas como “El acólito”, “Plaza de Soberanía”, “Santa Liberdade”, “Mulanga” y “Todo por ellas”.
— Como preguntón profesional ¿qué pregunta se haría a sí mismo?
— Seguramente por qué me equivoqué tanto con algunas personas que no supe tratar. Pero también cómo acerté sorprendente y decisivamente con quienes me importan.
— Sería interesante que aproveche la oportunidad para responderse a esa pregunta.
— Quizá la clave de malinterpretar a algunas personas esté precisamente en el ejercicio del periodismo. Se conoce superficialmente a mucha gente en ese trabajo, pero es un conocimiento más bien utilitario por ambas partes. De todas formas, siempre me interesaron más las personas y sus circunstancias que lo que hacían o dejaban de hacer como personajes sociales.
— Tiene una larga experiencia como periodista. ¿Cree que el periodismo actual es inferior o superior a la Inteligencia Artificial?
— Superior, por fortuna. Aunque a veces haya razones para dudar, sobre todo porque los algoritmos económicos imponen al periodista limar su agudeza y le hacen constreñirse a informaciones más bien irrelevantes. Pero el instinto profesional para profundizar en los temas siempre va a manifestarse.
— ¿Se puede hablar de viejo y nuevo periodismo?
— Las redes sociales, el uso universal del móvil, la transmisión de las informaciones, todo eso son factores nuevos. Pero el periodismo, contar lo que pasa, eso sigue siendo la raíz. Antes, no hace tanto, te las apañabas con una cabina telefónica para dictar la crónica. Y llegaba igual al lector. Lo que no había es la presión constante que ahora existe, los “me gusta”, esa vigilancia perpetua que obliga al periodista a escribir con la mosca detrás de la oreja para no meter la pata y no ofender a no se sabe quién. Ese tipo de censura es una desdicha, pero ahí está también el reto de sortearla.
— La libertad de expresión ¿es realmente libre, o acaso hay una mano que la mueve y en cierto modo la controla?
— La libertad de expresión es una lucha perenne. El problema es que el público no sabe lo que representa esa lucha en el trabajo cotidiano del periodista. Éste no debe dejar trascender al lector esas dificultades, porque sería de lloricas. Siempre los medios han estado mediatizados por los poderes económicos y/o políticos, y el periodista nunca ha dejado de saber que por mucho que informe siempre se van a quedar cosas que añadir. Lo que más echo de menos de no trabajar ya en un periódico es el ambiente: la cantidad de cosas que una redacción sabe, y sabe que no va a poder contar…de momento. Todo lo que rodea al Emérito, por ejemplo: seguro que en las redacciones circularon o circulan muchos más detalles de los que han salido a la luz. O no digamos la rumorología, generalmente acertada, sobre la política empresarial.
— Ahora que lo saca a colación, ¿cuántos eméritos calcula, desde su punto de vista profesional, que puede haber en España? ¿Más que botellines de cerveza?
— Por ahí le andará, en cada empresa o actividad proliferan. Con más o menos graduación, incluso con presentación afrutada. Desde la facturación sin IVA al pelotazo de aúpa, hay una práctica universal de la trampa. De ahí que la pregunta que sigue teniendo que hacerse el periodista es: ¿a quién beneficia esto que he averiguado que sucede? Siga el rastro del dinero, como dijo el clásico.

— ¿Cómo percibe a las nuevas generaciones de periodista y su modo de acercarse a la realidad, entenderla y transmitirla?
— Son periodistas que están a la fuerza muy baqueteados en olfatear lo que verdaderamente importa entre el infinito alud de informaciones. Por supuesto hay muchos que no tienen ni tiempo, con los horarios de trabajo, para desbrozar todo lo que les cae encima, que buena parte es tontería o incluso mentira. A mí me parece admirable que puedan extraer la pepita de oro de entre tanta ganga. No es fácil entender una realidad tan engañosa. Pero lo que decía Hemingway de la necesidad del detector de mentiras sigue siendo válido.
— ¿Existen referentes del periodismo clásico que iluminar el yerme periodístico hoy en día?
— Siempre creí en los maestros, porque es algo que funcionaba y funciona. Los ejemplos pueden ser numerosos: Kapucinsky, Gunther Walrahf, García Márquez, Manu Leguineche, o más cerca Bru Rovira, Maruja Torres…
— Hay momentos en que los ciudadanos parecen habitados colectivamente por una perpetua situación de asombro y desconcierto. ¿Considera que es una ficción o una realidad?
— Lo cierto es que, y no sólo pasa en España, el discurso que transmiten los medios es distorsionado. Los telediarios, los aquelarres de comentaristas, los columnistas, los medios en general, dan la impresión de que estamos en el apocalipsis. Pero en las familias, los individuos, no lo ven igual. Las cosas no van tal mal. Incluso las cifras llamadas macroeconómicas no son catastróficas, salvo fenómenos como la huida en pateras de tanta gente a países como el nuestro, donde se puede vivir y tener seguridad. Los medios, en resumen, están interesados en añadir un plus de catasfrofismo, que consideran que vende bien. Lo difícil para el periodista es, pues, no desmadrar la realidad, sino contarla lo más certeramente posible.
— ¿Cuál de los dos espacios o lugares, desde el punto de vista cultural, social, económico o político le resulta más interesante: “este país” o “España”?
— Tanto me da que me da lo mismo. Todos nos entendemos… si queremos entendernos. Lo interesante, lo interesantísimo, es que vivimos en un país que es un país de países, con una cultura y una realidad social común desde hace siglos. Todos constatamos que un bar aquí no es lo mismo que en Francia: es un lugar de encuentro diferente.

— ¿Cree que la sociedad española está en un proceso de cambio más o menos profundo? ¿Qué alcance, profundidad y características tiene?
— Nunca se deja de cambiar como sociedad. Parece que ahora se expanden los valores individualistas, que decrecen los solidarios. Pero la pandemia y postpandemia demuestra eso y lo contrario. Hay fenómenos nuevos: la pornografía que llega por móvil a los escolares, el ensalzamiento continuo del ande yo caliente, la dificultad de los trabajadores para reaccionar colectivamente dada la dispersión fomentada por el teletrabajo… Pero también está el despertar de las mujeres, que ya en nada se parecen a las de hace unas décadas. Lo más grave es que las redes sociales son territorio comanche, e impune. Es bastante deprimente coger el metro y que todo el mundo vaya enfrascado en su móvil. Es todo lo contrario a aquella consigna de “Habla a tu vecino”. La sociedad, en resumen, se ve sacudida por todo eso, y sin embargo la educación, y las leyes, funcionan con lentitud.
— ¿Ha habido en España una sustitución de mitos, ritos y leyendas?
— Por supuesto, y a veces mal digerida. Los héroes son otros, y no está mal, porque a lo mejor no hacen falta héroes eternos. Pero no es sano que todas y cada una de las fiestas sean iguales, antes por San Fulanito se hacían cosas distintas a por San Menganito. Hoy, lo que se hace es botellón, indiferenciable. O lo que pasa con la tauromaquia, que no es de derechas ni de izquierdas, sino algo común y popular en casi toda España. O la insania de creer que los animales son personas: no puede ser que los gatos callejeros se acostumbren a que les den comida a todas horas, porque se olvidan de su naturaleza, que es cazar. Se adoptan, pues, mitos y ritos que facilitan el seguir la corriente que hace más ruido socialmente, pero que no está claro que sean beneficiosos.
— Dado que se ha legislado sobre la memoria, ¿no cree que para completar el ciclo sería conveniente legislar en similares términos sobre la inteligencia y la voluntad?
— Más que legislar, se trataría de un trabajo educativo. Igual que toda persona bien nacida ve lógico que salga a la luz el pasado para aprender de lo que pasó, también convendría una educación que apoyara el sentido crítico, aprender que hay que hacerse preguntas, y aprender que las cosas, personales o políticas, necesitan que se quiera cambiarlas.
— ¿Qué visión tiene del mundo a escala internacional?
— El auge de Asia, sobre todo China, está ya haciendo un mundo diferente. El gran problema es el peligro físico, y bélico, que empuja a multitudes a emigrar de Africa o Centroamérica. No soy nada optimista sobre la confrontación en Ucrania, porque se inscribe en una larga pugna entre la OTAN y Rusia, y no puede haber ninguna victoria total. Y tampoco ayuda hablar de islamismo en general: no es lo mismo Irán que Afganistán. O que Arabia o Emiratos o Qatar. Lo único que se puede hacer a largo plazo es fomentar el multilateralismo, la cooperación. Todos los mandatarios lo saben, pero se harán los longuis mientras sus electores no les digan lo contrario.
— Dentro de esta política de bloques ¿quién le inspira más confianza o inquietud, Biden o Putin?
— Confío más desde luego en Biden, aunque la sociedad estadounidense está muy infectada de armas, racismo, trumpismo. Putin no es para tomarse unas cañas, pero habría que hacer un esfuercito por comprender lo ruso: por ejemplo, Crimea siempre ha sido rusa, menos la época de la identidad oficial ucraniana que le dio Kruschev: hay allí una mayoría rusa, con minorías ucranianas o tártaras que tendrían que ser respetadas. Me parece que Putin ha caído en la trampa de reaccionar invadiendo, como le pasó a Sadam Husein.
— Dentro de esta escenografía, ¿qué retrato robot haría de Zelenski?
— Ucrania ha tenido la suerte de este buen comunicador, un actor que sabe lo que hace. Sin embargo no sé, si la guerra no le es favorable, si aguantará la presión ultra interna. Acaba de traerse de Turquía, saltándose el acuerdo con los rusos, a comandantes del Batallón Azov, que desde luego son nietos políticos de Stepan Bandera, un fascista que apoyó a los nazis hasta que estos ya no le necesitaron y le suprimieron.
— Usted cultiva la literatura, el hecho de escribir tal vez como pulsión originaria. ¿Qué actividad le ayuda más a no naufragar: la literatura o el periodismo?
— El periodismo te da una brújula para saber en qué mundo vives. Pero la literatura te hace consciente de todas las contradicciones propias y ajenas, te da lírica, te da épica. Te da compasión.
— ¿En qué orden arrojaría por la borda, si es que fuera inevitable, a los siguientes escritores: Faulkner, Rulfo, Kundera, o Cela?
— A Cela no le hubiera dejado subir al barco, pese a “La colmena” y “Pascual Duarte”. Kundera tiene el salvavidas del humor. Rulfo es todo un señor. Y Faulkner es enorme, aunque creo que en EEUU muchos incultos le ven como un escritor regional.
— ¿Podría identificar algo que, cuando ya nada importe, ese algo sea suficiente, merezca la pena para seguir viviendo?
—Por supuesto que el amor. Y la memoria de los amores vividos, llegaran o no a buen puerto.