
Sonaba Damien Rice en los altavoces del Teatro Juan Bravo de la Diputación, instantes antes de que la función comenzara, y, para quien no sepa qué tipo de música hace Rice, no hay melodía suya que no piche y te deje un poco de escozor durante un tiempo. Escozor de desamor, escozor de desconsuelo, escozor de incertidumbre. Anticipaba un poco el estado de ánimo en el que debería haber quedado la protagonista principal de ‘El enjambre’, si ‘El enjambre’ hubiese pertenecido en todo su ser a la vida real y no fuese una comedia hilarante que a todos hace reír hasta llorar, vista desde una butaca, pero que a nadie le gustaría vivir en primera persona. Ni tampoco en segunda. La desgracia ajena nos hace a veces morir de risa; es así desde siempre
Y en ese estado de risa permanente vivieron, vivimos, los más de doscientos espectadores que ayer acudimos al Juan Bravo convocados por un zumbido que tenía algo de exótico; ¿cómo faltar a una despedida de soltera teatral? ‘El enjambre’ tenía en su sinopsis algo pegajoso; algo, como la miel, que agarraba.
Se apagaron las luces y Damien Rice dio paso a Macy Gray, aventurando que en esa despedida de soltera, en esa casa rural con aspecto de colmena, iba a haber mucha picadura, pero poca soledad para regocijarse en las heridas. Así fue. Enseguida la revolución, convertida en un grupo de treintañeras vascas con alguna hora de fiesta ya acumulada en sus gargantas se apoderó del escenario. Gritos, tonterías, bailes ridículos, recuerdos de adolescentes. Con ellas seis, y, sobre todo, con su fiesta y sus ingredientes, comenzaron a salir a la luz las confesiones. Los aguijones. Zzzzz zzzzzz; una mezcla entre zumbido y cortocircuito apagaba la luz cada vez que se aventuraba un nuevo picotazo. Y quien haya probado la miel de la amistad y sus diferentes estados hasta que se da con la versión cristalizada de ella, sabrá que es complicado mantener el aguijón escondido en muchas ocasiones.
Entre llantos de bebés, lágrimas de despechadas, pechos, reproches, rayas y pasadas de la raya, el guion iba mejorando y mejorando en su contenido cómico hasta coronar a su abeja reina con la interpretación de la protagonista de la despedida, Leire. El público del Teatro Juan Bravo lloraba de risa mientras ésta, con aspecto de esas muñecas antiguas de flequillo curvo y ojos redondos, se movía por el escenario como si fuese una peonza a punto de perder toda su precisión. Sólo la música, que había pasado de Lou Bega a Marisol, hacía a las seis amigas mejorar su comunicación y dar el respiro justo al texto antes de volver a convertirse en vendaval de zumbidos.
Después, ese vendaval de zumbidos se transformó en uno de aplausos. Las seis actrices salieron y volvieron a entrar al escenario un par de veces y, a la tercera, mientras el público seguía aplaudiendo, Leire se abrazó a una de sus compañeras; ‘El enjambre’ había hecho colmena en Segovia.