
El derrumbe de los mercados de valores en Alemania se ha producido a cámara lenta durante meses, pero la tendencia muestra el descenso abrupto que sufren los inversores en renta variable. Basta recordar lo ocurrido en el crash de 1929 para calibrar la gravedad de las caídas actuales: el desplome del Dow Jones sumó un 12,8% el 28 de octubre de 1929 (otras fuentes lo cuantifican en un 9%) y al día siguiente otro 11,7%. También ronda el 22% el declive presente del DAX 30, aunque el ajuste se ha distribuido a lo largo de tres trimestres frente a la brusquedad del inicio de la Gran Depresión en Estados Unidos. Una erosión que vista con perspectiva conforma un deterioro peligroso en ciernes.
Los golpes se han escalonado, siendo en algunos casos de gran virulencia. El pasado abril, la gestora Capital Group (Estados Unidos) propinó un golpe demoledor a Deutsche Bank y Commerzbank (las entidades más grandes de Alemania) cuando vendió su participación en ambos bancos. Los títulos de Deutsche Bank descendieron hasta un 11% (finalmente quedó en el 8,2%) y los de Commerzbank bajaron un 9,4%, con durísima merma en la capitalización bursátil. Otros gestores de capital siguieron esa estela y agravaron el declive de los mercados germanos.
Ese mismo abril, más negro que verde, se conoció una declaración conjunta de empresarios y sindicatos alemanes donde advertían al Gobierno: “El embargo de gas se traducirá en pérdidas de producción, cierres de fábricas, mayor desindustrialización y pérdidas de empleos”. Los presidentes de ambos agentes sociales, Rainer Dulger y Rainer Hoffmann, hicieron hincapié en que las sanciones solo pueden presionar al objetivo, pero eludiendo el daño a la economía alemana. Y declararon: “En los próximos meses tendremos muchos problemas por resolver. No podemos actuar desde una posición de debilidad”.
El ejecutivo encabezado por el canciller Olaf Scholz lleva meses repitiendo el mantra de los avances logrados en el propósito de reducir la dependencia de las fuentes de energía. En concreto, Robert Habeck, número dos del Gobierno y ministro de Economía, anunció la existencia de un plan de emergencia si Rusia cerraba el grifo de los combustibles. Según dijo en abril (problemas y aguas mil), Alemania conseguiría su independencia del gas ruso en verano de 2024. Pero… ¿habrá recursos suficientes para llegar hasta esa fecha? ¿Y qué escenario quedaría si Alemania supera este invierno y para el siguiente se ha quedado sin reservas tras agotarlas en el empeño presente? Qui lo sà.
Los datos de los centros de pensamiento económico son tozudos en apuntalar el pesimismo. Los avances del tercer trimestre apuntan a una caída pronunciada del PIB en la locomotora alemana, que parece quedarse sin energía para continuar el crecimiento de los últimos veinte años. Francia también aparece cubierta por negros nubarrones. Los PMI (indicadores económicos basados en informes y encuestas mensuales a las empresas privadas manufactureras) calculan una caída del PIB de la zona euro del 0,1% en el tercer trimestre de este ejercicio. ¿Por qué el peor de los escenarios se focaliza en Alemania, la gran economía de Europa? Porque es la más expuesta al gas ruso.
Un informe de S&P Global deja escaso margen a la ambigüedad: “Se vislumbra una recesión en la eurozona, ya que las empresas informan de un empeoramiento de las condiciones empresariales y de la intensificación de las presiones sobre los precios debido al aumento de los costes energéticos. Las primeras lecturas del PMI indican una contracción económica del 0,1% en el tercer trimestre, y el ritmo de caída se ha acelerado durante los tres meses hasta septiembre para señalar el peor rendimiento económico desde 2013, excluyendo los meses de bloqueo por pandemia. Alemania se enfrenta a las condiciones más duras, con el deterioro de la economía a un ritmo no visto fuera de la pandemia desde la crisis financiera mundial”.
Con toda seguridad la presidenta del Banco Central Europeo (BCE), Christine Lagarde, conocía estos estudios cuando a comienzos de septiembre avanzó que el impulso conseguido en verano, con un turismo “boyante”, llegaba a su fin y las perspectivas eran muy deprimentes. La mandataria se lavaba las manos al remarcar que el BCE no puede influir en la oferta, justo tras la subida (la mayor en la historia de la zona euro) de los tipos de interés, un movimiento brusco que podría limitarse a ser solo un aperitivo para más encarecimientos del dinero. Y remachó: “No podemos hacer bajar el precio del gas ni podemos reformar el mercado eléctrico”. Aviso a navegantes.
Se acumulan también las negras perspectivas que emiten otros órganos de pensamiento económico dominantes. Bundesbank e institutos de investigación germanos (ZEW o Ifo, entre otros) echan leña al fuego del mal agüero poniendo el foco en la dependencia energética rusa. El Instituto Ifo apunta en un estudio que la guerra por la gestión del gas ha desplazado contratos de futuros y ha alterado las estrategias corporativas. Se ha generado inseguridad en el abastecimiento que se había conseguido con la aparición del Covid 19; por su parte, ZEW, desvela en sus working papers el mayor pesimismo sobre Alemania entre el sector privado y las familias de toda la historia económica. Por último, los expertos de ODDO BHF dicen que “dados los riesgos a la baja y el alto grado de incertidumbre, todo apunta a una contracción de la actividad económica en la eurozona en los próximos trimestres”.
Los expertos en predecir el pasado declaran que quizá el PIB germano ya presenta desde agosto números rojos. Julio, además de revivir las fiestas de SanFermín, fue el mes en que Rusia mostró claramente el peligro de sus pitones energéticos al amenazar con el cierre del flujo de gas a través del Nord Stream. El gabinete de coalición del canciller Olaf Scholz encajó el golpe mediante una búsqueda angustiosa de nuevas fuentes para evitar el parón de su industria. Y no debe olvidarse que Putin puede embestir de nuevo con más restricciones en función del desarrollo bélico o sus intereses geoestratégicos en cada momento.
Lo que nadie duda es que la eventual recesión en Alemania salpicará a la economía real en toda Europa, justo en los interminables estertores de la pandemia. Berlín no conoce retrocesos en su economía desde 2003, pero ya en el segundo trimestre de este año rozó los números rojos. Varios estudios calculan que el cerrojazo del Kremlin al flujo de gas supondrá una caída de seis puntos en el PIB de Hungría y superiores al 5% en Eslovaquia, República Checa e Italia. Para Alemania, los augurios de los informes aventuran un receso del 2,8%. Se habla muchísimo de la dependencia energética respecto a Rusia, pero casi nada de la subordinación de muchos países del euro a la economía alemana; o, dicho de otra forma, el frenazo a la industria en Alemania repercutiría en el turismo y servicios de los países sureños.
Es cierto que las compras de energía de la UE a Rusia han caído en la última década, pasando de los 173.000 millones en 2012 a los 108.000 millones de euros en 2021. Desde que el pasado febrero se recrudeció la guerra (iniciada en 2014 y con 14.000 fallecidos hasta comienzos de este año), Berlín ha diversificado sus adquisiciones. Noruega ha sido uno de los países más favorecidos en la apurada búsqueda de fuentes de suministro alternativas, mientras se multiplicaban las negociaciones para acrecentar las compras de gas licuado a EEUU y Qatar. Así, a finales de junio, el gas ruso representaba algo menos de la tercera parte de su importación: ¿Será suficiente para evitar el estrangulamiento de la mayor economía europea?
El Bundesbank apuntaba este verano: “Las probabilidades de una recesión en Alemania son cada vez más elevadas, al igual que las opciones de que la inflación evolucione por encima de los dobles dígitos este próximo otoño”. La autoridad germana resaltó entonces la vulnerabilidad en Europa ante “cualquier acto de corte en el suministro” y el consecuente “descenso de la actividad durante los meses de otoño e invierno”. Tal espiral de precios “se trasladará a la capacidad adquisitiva de los hogares y a las perspectivas inversoras de las compañías”, con el inevitable deterioro de la demanda interna. Semanas después llegaba la temida confirmación de que Gazprom suspendía indefinidamente las ventas de gas a Alemania hasta que Occidente renuncie a las sanciones económicas contra el Oso Ruso.
La pinza de la inflación (en la eurozona fue del 9,1% este agosto) y el shock energético podría abocar a una seria contracción económica, sobre todo tras la escalada de los tipos de interés, cuya senda alcista promete largo recorrido hasta la cima. El Ejecutivo de Scholz ha puesto en marcha estímulos de 100.000 millones de euros para amortiguar en empresas y familias las facturas de la luz o el gas, un volumen que se suma a los 300.000 millones de ayudas comprometidas por la pandemia.
En el frente energético interno, se están viendo movimientos nunca imaginados desde la puesta en marcha del euro, en enero de 1999. Tras la nacionalización decidida en agosto por Macron de EDF (Électricité de France), en septiembre Alemania ha nacionalizado Uniper, distribuidora de gas incapaz de resistir los golpes recibidos tras la ofensiva rusa en Ucrania. Lo que no ha cambiado es la negativa gala al proyecto Midcat, pese a la iniciativa española y alemana; Francia se muestra intransigente y aboga por el envío de gas a Berlín solo a través de gasoductos ya construidos, arrimando el conflicto del gas a su sardina energética.
Alemania ha empezado a ser más pobre tras la ralentización industrial y empresarial, también reflejada en una significativa caída del consumo ya registrada y probablemente más intensa en los próximos meses. Los sindicatos temen que una recesión en Alemania empuje allende sus fronteras a negocios y compañías teutonas. Los descensos de pedidos industriales en los centros fabriles alemanes se repiten desde hace medio año, fenómeno que se suma al retraso en las decisiones de gasto de familias y empresas por la intensidad de las subidas de tipos de la Fed y el BCE. El parón industrial se aprecia ya en bastantes regiones de la zona euro, dada la incertidumbre en el suministro de energía entre consumidores y empresas. Eso supone frenar las inversiones, algo motivado por un acceso más caro a la financiación en los mercados de capitales.
La factura energética de la industria alemana ha superado en un 600% los costes previos al otoño pasado: escalada récord desde que se mide la inflación en este sector, hace “solo” 73 años. El coste del megavatio/hora para los contratos de entrega ha llegado a los 290 euros en el último trimestre frente a los 30 euros prepandémicos.
Ya están encendidas todas las alarmas que advierten de la recesión. La revista The Economist ha analizado la situación e indica que “los gobiernos deben reanudar su escudo social para abordar el largo y duro invierno”, al tiempo que auguran tensiones en la prima de riesgo de varios países. La confianza de los consumidores se ha reducido casi a igual velocidad con la que se ha desbocado la inflación.
La moneda está en el aire (nunca mejor dicho). Alemania pelea para sortear el desafío energético. El Kremlin sabe bien dónde apretar en su “operación militar especial” y por ahora permite el funcionamiento de otros gasoductos que alivian la escasez reinante. El cielo económico europeo está repleto de borrascas y las sombras de los buitres que siempre sobrevuelan todas las crisis se suman al oscurecimiento otoñal en ciernes.
Desesperada búsqueda de energía
La compañía gasística rusa Gazprom cerró sine die el suministro a Alemania a través del gasoducto Nord Stream 1 en septiembre. Las reservas de gas podrían resultar insuficientes y Berlín busca por todo el mundo nuevos socios energéticos para reemplazar los hidrocarburos rusos.
El canciller alemán, Olaf Scholz, ha viajado el pasado fin de semana por la región del Golfo, junto a una “delegación empresarial del más alto nivel”, como ha declarado Steffen Heepstrait, portavoz de Gobierno. La gira incluye países como Arabia Saudí (segundo productor petrolero del mundo), Qatar (quinto productor gasístico) y Emiratos Árabes Unidos (EAU).
La gira diplomática del líder germano incluyó reuniones con el presidente emiratí, Mohamed bin Zayed Al Nahayan, y el emir catarí, el jeque Tamim bin Hamad Al Thani. Ha trascendido muy poco del encuentro en Qatar, pero al parecer el Emir mostró mucho más interés en el programa nuclear iraní que en el desarrollo de un complejo gasístico al norte del país para abastecer a sus visitantes.
Robert Habeck, ministro de Economía, buscaba cerrar contratos para importar gas natural licuado que sustituya al suministro ruso y “crear una cadena de valor del hidrógeno entre Alemania y los EAU”. “Esta entrega de prueba sienta una base importante para las importaciones de hidrógeno a medio plazo, que también serán ecológicas”, añadió. Habeck había visitado la zona el pasado marzo, pero el acuerdo con Qatar se resiste, y la velocidad con que se acaba el stock de combustible en Alemania debe compensarse a la fuerza con la formalización de nuevos acuerdos. En esa carrera entre el ritmo de agotamiento de las reservas y el hallazgo de suministradores solventes reside el futuro económico inmediato de Europa.