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Exposición de Daniel Zuloaga. / KAMARERO

El 27 de diciembre de 1921 El Adelantado de Segovia abría edición con una enorme esquela que ocupaba la mitad de la portada del periódico: rendía tributo al gran ceramista Daniel Zuloaga Boneta, muerto en Segovia después de una “penosa y larga enfermedad”, que decía la crónica que acompañaba la esquela. El jueves 29, Blanco-Belmonte escribía en las mismas páginas un artículo que ponía en la boca del maestro lo que pensaba de su oficio: “Lo que más quiero es el Arte; lo que me infunde apego a la vida es el afán de hacer vivir obras bellas; pudiendo crear, anhelaría vivir eternamente, siempre…Y antes de perder mis facultades creadoras, ansío la paz de la muerte”.

Significativa declaración de intenciones de un artesano que elevó la categoría de modesto trabajo de taller para introducirlo en las disciplinas del Arte con mayúsculas. Y lo hizo recuperando técnicas tradicionales; mezclando estilos; sobreponiendo géneros; aliando estéticas; investigando, como si se tratara de un alquimista, los colores y sus reflejos.

Cuando están a punto de cumplirse cien años de su muerte, el Museo de Segovia ha querido rendir homenaje al mejor ceramista contemporáneo de España, que aunque nacido en Madrid y de ascendencia vasca –su padre Eusebio procedía de una saga de armeros eibarreses-, desde que se ubicó en Segovia en 1893 tuvo una ligazón estrecha con la ciudad y sus gentes. Probablemente, su llegada a nuestra tierra resultó el fruto de una necesidad y de una coincidencia. Vino a ejecutar un encargo que el arquitecto Ricardo Velázquez Bosco le hizo para la decoración cerámica de las cuatro fachadas del Ministerio de Fomento, hoy de Agricultura, un enorme caserón de estilo neoclásico con ocho columnas pareadas de orden corintio, cuya mole quiso aligerar el arquitecto con los frisos cerámicos de Zuloaga. Y la coincidencia dice que aquí, en San Antonio del Real, profesaba una hermana suya. Desde luego debía de conocer lo que se había cocido siglos atrás en la estética segoviana antes de su arribo a Segovia, dado que el friso del Palacio de Velázquez del Retiro se asemeja al que en pleno Renacimiento recorrió por entero la llamada Puerta de la Claustra de la ciudad, también llamada después de La Piedad.

El discurso museológico de la muestra, titulada Daniel Zuloaga. Soy ceramista corre a cargo de dos especialistas de la categoría de Abraham Rubio –el máximo exponente del estudio de la obra de Zuloaga- y de Santiago Martínez Caballero, director del Museo de Segovia, de quien depende el de Zuloaga. Ha colaborado en la restauración Cristina Gómez González, con la sencillez práctica que le caracteriza, siempre haciendo solo lo justo y necesario.

Una exposición sobre Daniel Zuloaga tiene el peligro de la dispersión; de que no se observe un desarrollo lógico de los distintos núcleos narrativos que recogen la dilatada trayectoria del ceramista ni los componentes personales ni artísticos sobre los que se cimentó. No ocurre esto en la muestra, que a su interés intrínseco une el hecho de ser la tercera personal que se realiza sobre el autor desde su muerte en 1921. La última tuvo lugar hace catorce años, tiempo suficiente para realizar una reflexión sobre su obra.

Hablaba antes de los núcleos narrativos. Ocho componen la exposición: Zuloaga y su familia, De Madrid a Segovia, Ceramista para arquitectos y escultores, Efervescencia cultural, El proceso creativo, Las técnicas, Zuloaga en San Juan de los Caballeros y Daniel e Ignacio Zuloaga. Solo leyendo los títulos de cada una de las secciones se adivina el deseo de los comisarios de integrar en la muestra vida, oficio y arte del homenajeado. Quiere ello decir que tan importante resulta la parte documental como las fuentes iconográficas para la decoración de sus cerámicas y los distintos espacios que intervinieron en el proceso técnico de la fabricación.

Como la muestra utiliza parte de la exposición permanente no se puede obviar en el comentario la sala en la que se exponen distintas obras pictóricas tanto de Daniel como de Ignacio. Ente ellas los dos retratos que hace el sobrino del tío: el extraño pero magnético Retrato de Daniel Zuloaga, de 1905, en el que aparece el ceramista pintando en una edad todavía joven –se puede discutir, no obstante, la técnica que aparece en la cartela- y el homónimo y archiconocido de 1918, en el que Daniel se presenta con una bola persa –cerámica- en la mano. Por supuesto, y en resumen, indispensable la exposición.