Fotos: Ana Hortelano
Una nueva generación de lutieres se abre paso en un oficio que suma varios siglos de antigüedad. Antonio Stradivari quedó entronizado como el genio de la fabricación de instrumentos a comienzos del siglo XVIII, pero desde que llegó el rock para quedarse la profesión vive un auge callado y constante. Varios lutieres explican los entresijos de su oficio en estos tiempos modernos, como diría Chaplin.
Miguel Ángel Luthier (nombre artístico que emplea desde 1994) lleva casi cuatro décadas dedicado al oficio. Este madrileño de 62 años ha entregado parte de su vida al deporte, pero su gran pasión es musical. Localiza el origen de su vocación en el “deseo de saber el porqué de las cosas, el origen de todo lo que se cruza en mi camino”. Su primer maestro fue Luis Arostegui Granados, un histórico lutier cuyo taller se encontraba en la Plaza de Chueca (Madrid). Este hombre, al contrario que otros del gremio, no tenía reparos en compartir sus conocimientos, algo infrecuente. “Suele haber temor entre los lutieres a que te quiten el trabajo. A veces daban información confusa o confundida. No es fácil aprender el oficio, no hay un sitio al que tú vayas. Aprendí también con Evelio Domínguez, que es un constructor de guitarras cubano, pero tenía más reparos. En Cuba sí hubo un centro de formación en los años sesenta y creo que se sigue manteniendo. Me contaba algunas cosillas, pero otras no. Me decía cómprate guitarras viejas, que rompiendo guitarras es como se aprende´. Ambos sabían que cada uno tiene que desarrollar su propio sistema, porque hay mil formas de abordar un instrumento”, explica.
“Mi posición es como las tiendas de mascotas. Sublimando el concepto, hay un montón de guitarras chinas que nos están invadiendo. Son todas iguales. Pero, a los que les gusta la música, por qué no adoptan una guitarra, construida con cariño, eligiendo bien los materiales, donde hubo un lutier que quedó orgulloso del resultado y ahora se está pudriendo en un armario. ¿Porque tiene una rajita? Pues se arregla la rajita. Es que consumir recursos de manera absurda, gastar dinero en guitarras cuando hay lo que hay… La gente apenas sabe cómo suena una guitarra de verdad. Vas a la tienda y suenan todas igual. No hay comparación posible con las de verdad. Haz la prueba”, explica. Y añade: “Son guitarras que están huérfanas, que están con una historia encima, abandonadas, perdidas, sin nadie que las valore porque no hay un tío que las restaure y las ponga en buen estado. Convertir una guitarra vieja en una guitarra antigua es un proceso complicado”.
Comenta este lutier que “por ejemplo, las guitarras Harmony traen muy buenos materiales, pero tenían un problema de construcción. Hay que hacerles un neck reset porque se mueve. Eso ya entraña unos gastos. Son guitarras además que viajan desde Estados Unidos, pagan un porte más un bocado grande que se lleva aduanas. Ya por eso son caras. Reviso que la guitarra tenga las costillas (el armazón interior de la guitarra) bien. Todo debe estar perfectamente pegado por dentro. Luego el diapasón, hay que eliminar los trastes, redondearlos, pulirlos, octavarla (los puentes de las guitarras se mueven) y es importante que el puente esté en su sitio exacto. Si coges una guitarra que te desafina, que te da problemas, no es lo mismo. Y luego hay una parte de morbo en la cual creemos que poseemos a las guitarras, y eso no es cierto. Somos un accidente en la vida de las guitarras. ¿Cómo que mi guitarra? Ella ya ha tenido su vida, ha tenido muchos dueños que han pasado, están vivos o muertos, tú vivirás más o menos, pero la guitarra seguirá. La tendrán tus hijos y en realidad las personas sólo somos un transporte”.
Valora Miguel Ángel que “la guitarra y la música no gozan de gran consideración en España. Casi equivale a la tuna y las fiestas flamencas. Por ejemplo, los estudios en el conservatorio son diez años para obtener la carrera de guitarra. La medicina supone algo más de la mitad; no es por despreciar, pero es que no se valora el esfuerzo musical. No sé cuánto practica un médico, pero un guitarrista practica ocho horas al día… Socialmente no está reconocida la música. Sólo se piensa en la guitarra española, pero la mayoría de los jóvenes no quieren tocar como Paco de Lucía, sino como los Beatles o los Rolling o Zappa. Tengo alertas, contactos, tiendas hermanadas en puntos estratégicos de todo el mundo”.
“La Harmony es la reina de las guitarras, sin duda, el mayor constructor de guitarras del mundo. Y en concreto la 162, una guitarra que en España se ha vendido mucho. Harmony construye para un montón de marcas, como Stella. Utilizan muy buenos materiales y tienen mucho empaque. Se han grabado muchos discos de blues, de R&Blues y de country y de folk con ellas. Cuando tocas una guitarra Harmony te suena una campana en la cabeza. No es algo que se pueda racionalizar, pero tienes esa sensación. A todas las tengo cariño, las arreglo todas como si fueran para mí y me cuesta mucho desprenderme de ellas. Pero tienen que irse unas para que vengan otras. Es parecido a una adopción. Se han grabado muchos discos con guitarras que han salido de aquí. Muchos músicos muy relevantes, pero prefiero no decir nombres”, dice. Y concluye: “Hay todo tipo de guitarras como drino (para country) o jumbo. Unas separan las notas, otras empastan y pierden precisión. Y luego están las archtop (con una distintiva forma curva en su tapa), que son poderosas, suenan más. Son armas. Muy potentes. Se tocaban en directo junto a pianos, trompetas, trombones o saxofones y se oía perfectamente. Están hechas para eso. Cada nota suena muy clara, muy separada, por eso les gusta tanto a los que se dedican al jazz. Suenan más brillantes”.
El instrumento personal de Miguel Ángel es “una Hofner de doce cuerdas. Tengo una Gibson también de doce cuerdas. Antes era Gibson o Fender, una era Les Paul y la otra una Stratocaster. Utilizo las herramientas de un lutier profesional, intentando emplear las eléctricas lo menos posible. ¿Para qué construir, con tantas guitarras que hay abandonadas? La guitarra es un instrumento moderno que aún sigue evolucionando”. Puede comprobarse su trabajo en la web www.guitarrasantiguas.com.
Comparte el oficio con Francisco Pamies (Paco Martínez Pamies), 39 años y licenciado en Físicas. Nació en Crevillente, un pueblo alicantino. Desde hace trece años construye guitarras desde cero y le apasiona el proceso creativo. Pamies se puso en sus tiempos de facultad a “cacharrear” a nivel teórico la acústica de los instrumentos musicales. Le interesaba “la dinámica de las membranas vibrantes, la producción del sonido en violines, en los pianos y órganos. Empecé a curiosear por ahí y yo ya tocaba la guitarra eléctrica. Un día iba con un amigo, sería 2007, y nos encontramos una guitarra española tirada en la basura. Se la quedó él, pero luego me la regaló. Estaba destrozada. Había que quitar el fondo. Probé con una estructura de fibra de carbono para mantenerla de una pieza y fui haciendo modificaciones”.
“Soy totalmente autodidacta. Estudié bastantes libros, pregunté mucho, pero es muy difícil entrar. Intenté cuando estaba en la carrera entrar en un taller de clásica, mandé curriculum, pero no cogían aprendices. Yo quería guitarra acústica, pero sobre todo aprender y la única forma era empezar por clásica. Me gusta mucho la música, sobre todo el blues y el rock progresivo”, afirma.
¿Cuándo construyes tu primera guitarra por completo? “Fue en 2010. La primera guitarra que vendí fue a un grupo que se llama Club del Río. Me hizo mucha ilusión cuando los vi en la sala Joyce Eslava con mi guitarra. A mí me gusta experimentar, probar, me meto en follones nuevos. Anoto en mis cuadernos las ideas, las medidas, mis aportaciones al varetaje, que puede modificar el timbre de la guitarra…”.
Señala que “me gusta mucho la guitarra desde el punto de vista artístico. Me interesa tanto la parte sonora como la estética. Empecé enamorado de las guitarras de jazz. Una influencia inicial fue Jimmy D´Aquisto, un lutier de Nueva York que murió en 1995, muy joven, aprendiz de John D’Angelico. Fue el primero en frenar la entrada de materiales ajenos a la madera en la guitarra. Nada de incrustaciones de nácar ni de plástico. Todas las incrustaciones y marqueterías debían ser de madera y las formas de sus maderas muy limpias, sin mucha decoración. Ahora estoy trabajando en un diseño inspirado en él. En acústicas, un nombre clave es Ervin Somogyi, poco conocido fuera de los círculos de iniciados. Sus guitarras son espectaculares en sonido, como su precio de unos 30.000 dólares por guitarra. Una tercera influencia sería Ken Parker. Empezó con las de jazz, luego pasó a las eléctricas de cuerpo sólido. Diseñó la Fly, que es una maravilla a nivel técnico, con una especie de exoesqueleto de fibra de carbono. Luego vendió la marca y volvió a fabricar guitarras de jazz de tapa arqueada con un diseño muy personal. En España, hay un lutier que arrancó con guitarras de jazz de tipo clásico. He tenido suerte de conocerlo porque es uno de los socios de esta asociación. Se llama Fernando Jaén, vive en Cuenca, y hace las mejores guitarras de jazz en España y probablemente entre las mejores de Europa. Tiene un talento increíble y además lo comparte todo. Le comentas problemas técnicos y lo que sabe lo cuenta, no guarda nada, es todo un maestro”.
“La esencia de la guitarra es el sonido. Tiene que vibrar bajo tu brazo, en tu cuerpo debes notar la resonancia. Partiendo de esa base, hay que cuidar lo estético, dar un toque artístico. Me gusta plasmar mis inquietudes artísticas en el diseño de las guitarras. Utilizo las herramientas tradicionales del ebanista. Hay que calibrar las tapas y esto es un poco como cocinar. Un lutier es como un cocinero en el sentido de que se puede aplicar lo que sabes de química. Sabes que ciertas sustancias van a espesar una salsa, con otras saldrá más líquida, otras no casan bien, y eso debes saberlo. Pero luego hace falta un cocinero y no un químico para cocinar. Hay una parte sensorial en la que el paladar manda. Yo iba de listo, creía que sabía más de lo que realmente dominaba. Yo he estudiado Física, yo me pongo porque creo que puedo hacerlo. Pero luego chocas con la realidad y dices, espera, espera, que esto tiene mucho más de lo que en realidad pensaba. Tras esa cura de humildad y más paciencia ya le doy un enfoque más de cocinero que de químico”.
El auge de los lutieres especializados en instrumentos eléctricos y acústicos suma exponentes sin cesar en los últimos años. Nacho Urdiain destaca entre las oleadas de nuevos artesanos que ponen la tradición al servicio de las músicas de nuestro tiempo. Ha cumplido 43 años y lleva más de una década embarcado en la aventura interminable de fabricar instrumentos de cuerda, si bien hace tiempo redobló su apuesta por una afición que se ha transformado en oficio con todas las de la ley. En ese momento amplió el espacio que ha dedicado toda su vida a los trabajos con el sonido (en publicidad, televisión, cine o producción discográfica) para adentrarse profundamente en la lutería.
Basta observarle cuando acaricia la madera o golpea las maderas y acerca sus vibraciones al oído para saber que arrastra esta pasión desde siempre, quizá por culpa de su abuela, que se codeaba con Montserrat Caballé o Teresa Berganza en la Bombonera, o tal vez porque su padre le ofreció una completísima formación sobre la historia del rock a base de casetes. Escribe el recién fallecido Robbie Robertson en su autobiografía que “algunas personas quieren saber cómo funciona un reloj, mientras que a otras les basta con saber la hora». Urdiain ya destripaba de niño muchos objetos de todo tipo para adentrarse en los misterios del sonido o del movimiento, que una cosa lleva a la otra (y viceversa).
Ahora, con el mandil y rodeado de herramientas, construye desde cero guitarras dotadas con sonido propio que le permiten aprender con cada trabajo terminado. Fabricar un instrumento puede representar tres semanas de dedicación absorbente en su taller, si bien a veces los senderos de un luthier ofrecen atajos con trabajo porque no hay reglas fijas en el mundo artesano. Estas creaciones se combinan con la reparación o los ajustes de instrumentos musicales de cuerda, porque solo así se puede llegar a fin de mes en esta profesión emergente. Nacho Urdiain aspira a que la proporción de trabajo manual sea la mayor posible. Los dedos se adaptan a la lija como una segunda piel, pero también incluye en el proceso la utilización de herramientas que le permiten dedicar más tiempo a las facetas más creativas, como inventar rosetas nuevas o esmerarse en los clavijeros o lo que se cruce en cada momento por su cabeza.
De ahí salen guitarras con identidad propia, lejos de la fabricación en serie y en las antípodas de una cadena de montaje. Y es que cada lutiercillo tiene su librillo. Entre las maderas que más trabaja están el abeto y el cedro, aunque el palo santo o el ébano también se encuentran en su taller. Ahora comparte su local, situado junto a un estudio de grabación, con un aprendiz del sector llamado Moses Rubin, empeñado en añadir más sabiduría a su bagaje guitarrístico, víctima también del síndrome del relojero que cuenta Robertson. El músico Rubin, culminó hace tiempo su primera guitarra eléctrica (a la que llama Loreta) y ahora está empeñado en duplicar su producción con un segundo instrumento. Maestro y alumno persiguen en un afán común la música que se esconde en cada árbol, huyendo de la empobrecedora mecanización que uniformiza vidas y trabajos. Una hermosa misión que adopta forma de guitarras imbricadas en las vidas de quienes las fabrican y quienes las tocan. Así sea.