Espectáculo: El último viaje, de Béatrice Fulconis.
Compañía: Teatro del Navegante.
Coreografía: Eva Simón.
Video creación: Pablo Rodríguez.
Composición musical: Salvador J. Romero.
Fotografía: Félix Fradejas.
Vestuario: Teatro del Navegante.
Técnico: Félix Fradejas.
Dirección: Xiqui Rodríguez.
Lugar: Teatro Juan Bravo.
Fecha: Sábado, 2 de abril de 2011.
Sucede en un segundo, en el segundo más inesperado. Un gesto aparentemente tonto, un resbalón, un trocito de comida que se va por mal sitio… o una caída de una silla. El cuerpo humano, tan fuerte y a la vez tan frágil, se rompe. Y la vida se para. La propia y la de los demás. Nunca pensaste que eso te pasaría a ti, o al que está a tu lado, pero te pasa, le pasa.
Béatrice Fulconis, autora y actriz del valiente montaje que el Teatro Juan Bravo programó el pasado sábado, “El último viaje”, es seguramente una de esas personas que pensaban que nunca les iba a tocar. Y le tocó. Con su dolor, sus lágrimas, su sudor, su desesperación… y con su alma ha construido una obra sobre una mujer que pierde a su marido de una de las peores maneras posibles, viéndole tumbado día tras día en una cama de hospital y sabiendo que aunque esté ya no está y no volverá a estar nunca.
El personaje pasa por las distintas fases lógicas ante un drama de esta magnitud, de los nervios a la incredulidad, y de ahí al dolor abierto, a la esperanza, a la búsqueda de soluciones que no existen, a la desesperanza y, finalmente, a la aceptación resignada, a un dolor sordo y que no cesa.
Y en el proceso, todos esos trámites que parecen no tener importancia pero que la tienen y que hay que afrontar: el papeleo, la baja laboral, más papeleo, la incapacidad permanente, más papeleo, la pensión de invalidez, más papeleo, adaptar la casa, más y más papelo, subvenciones… Y dar de baja una línea de teléfono que te duele como si fuese una herida que gotea. Y un departamento y otro y otro. Y faxes, y más papeleo.
Escénicamente, Fulconis, con el apoyo de Xiqui Rodríguez, ha estructurado sus emociones a través de una forma de concebir el teatro que comparte protagonismo con otras artes, de la danza a la creación en video, con proyecciones y juegos de sombras. El resultado no es redondo, pero es más que suficiente para convertir en arte lo que podría haberse quedado en terapia.
“El último viaje” aporta además perlas de poesía visual de una profundidad y una delicadeza poco frecuentes, como la proyección del cuerpo desmadejado sobre la camilla, puro despojo ya, o el juego de baile y crucifixión a la hora de enfundarse el kimono japonés.
Y si “El último viaje” me parece una obra estimable y recomendable vista en cualquier contexto, creo que es aún más digna de elogio cuando se representa en la situación en que la vimos el pasado sábado.
Porque cuando Béatrice Fulconis salió al escenario se encontró a once espectadores en el patio de butacas de un teatro de casi 500 plazas. Y para trabajar así y ofrecer el espectáculo que ofreció hay que estar hecho de muy buena pasta. A mi la verdad, más que de aplaudir me dieron ganas de subir a abrazarla.
Por supuesto, no puedo acabar sin subrayar, y con rotulador rojo para que quede bien clarito, que este tipo de espectáculos son los que definen una verdadera apuesta por la cultura que debería ser la base de la actuación de los teatros públicos. Porque llenar una sala a base de nombres famosos es fácil, pero para programar una obra desconocida, con apariencia de complicada y para la que sabes de antemano que no vas a vender ni 50 entradas hay que tener valor. Aunque sea una vez al trimestre.