Cuando todo un teatro en el largo aplauso final se pone en pie es que el espectáculo ha tocado diana

Se dice que el público de Segovia es frío, pero cuando algo gusta mucho, como fue la función del viernes pasado en el Teatro Juan Bravo, olé con los espectadores, eso significa que hemos estado a la altura de este trepidante trabajo.
Quizá en la vida de Moliere, la influencia que tuvo la familia de su madre (su abuelo materno lo llevaba a ver cualquier festividad, teatro, carnavalada, o hecho escénico que tuviera lugar), hicieron de él el comediante que conocemos. Por el contrario, su padre, tapicero del rey, se esforzó todo lo que pudo y más para que su hijo continuara con su oficio, y si eso no quería pues que se hiciese abogado. Moliere optó por la farándula, el teatro lo volvió turulato. Además se enamoró siendo muy joven de una cómica. Entonces se sucedieron largas giras con su compañía viajando por Francia para actuar en palacios, casas señoriales, y para buscar un protector. Con nieve, lluvia o sol, ellos viajaban con su carreta. Por el camino encontraban otros cómicos, la Comedia del Arte estaba en su apogeo. Volvió a Paris. Encontró rencillas con otras compañías y competencia, censuras del clero y de algunos bien pudientes, sin embargo contó con la protección de Luis XIV.

En la versión de “Vive Moliere”, de Ay Teatro, la diosa Fama, bajando a la tierra por un tobogán (acierto escenográfico) anuncia su deseo de casarse con un gran autor teatral, está entre el sesudo Corneille y el divertido, vital y agudo actor y autor de comedias Jean Baptiste Poquelin, (Moliere). Sus criados para que conozca al tal Moliere la llevan a Paris. Y así nos vamos enterando de su vida y van siendo representados trozos o escenas de muchas de las obras de Moliere.

Álvaro Tato es el autor y dramaturgo; junto a él Yayo Cáceres en la dirección escena; y en el escenario los estupendísimos actores que interpretan cada uno de ellos una multiplicidad de personajes; en unas transformaciones en las que todo juega: vestuario, escenografía, música, canciones y coreografías.

Como si estuviéramos en el centro de un vórtice, los espectadores fuimos arrastrados por los actores desde el primer hasta el último minuto. Sus movimientos precisos e imparables, sus gestos divertidísimos y locos, su manera de decir los textos en los que no se perdía una sola silaba dentro de un ritmo trepidante, nos arrastraron al lugar donde Jugar está escrito con mayúsculas y no se pierde ni una una sola gota del sentido del texto.
La comedia exige de los actores un nivel muy alto de energía. Un esfuerzo psíquico y mental extraordinario, una atención total momento a momento. Durante la hora y media que dura el espectáculo, la entrega absoluta y el entusiasmo más ardiente que emanaba del escenario nos arrancaron del patio de butacas y, puestos en pie, ovacionamos entusiasmados a estos artistas.

La vitalidad de estos cómicos, su estupendo hacer, se emparenta con la vitalidad que emana de los textos de Moliere y de su vida dedicada a hacer comedias. Hay un momento muy divertido que nos aproxima a la realidad de hoy en el que van haciendo comparaciones de las dificultades o asuntos de una compañía de teatro de entonces con los problemas de una compañía de ahora.
Señalo que director y dramaturgo son los mismos que los de la Cía. Ron Lalá, por Segovia han pasado en otras ocasiones, tienen un sello característico que los hace inigualables.
El vestuario es de la propia Compañía y de Tatiana de Sarabia, además de precioso, es mudable, cambiante, transformador, y juega junto con la dramaturgia y la escenografía firmada por los mismos. Los actores se mueven y la mueven con gracia y destreza, como si estuviese viva.
Memorable, Harpagón, el avaro, interpretado fabulosamente por Kevin de la Rosa hizo que nos retorciéramos de risa en nuestros asientos. Sus muecas, gestos y movimientos dieron sustancia al monólogo escrito por Moliere e inspirado, casi copiado, de la comedia de Plauto, en el que el avaro sospecha de todos y de todo.

Todos los actores, junto con la cantante y pianista que también interpreta uno de los criados de la diosa Fama parecían estar en estado de gracia, siendo uno con el público. Un privilegio para un espectador de teatro. Cuando esto sucede podemos decir que no hay nada que sustituya a esa chispa, como si fuera la que originó el fuego en los albores de la humanidad.
Moliere, el gran comediógrafo, fue cómico también. Un hombre vivo que se enamora, se desenamora, se entusiasma, escribe, actúa. Y vivo es el trabajo de Ay Teatro.
Jean Baptiste Poquelin tuvo un objetivo y así lo expreso “hacer reír a la gente honrada”. Honrados fuimos nosotros al hacernos reír.