Cuando nace el amor por el ibérico y la Pedro Ximénez

La Cultura del Vino en la Carrera de Indias y su viaje argonáutico a través del MUCAIN

Dice la leyenda que un tal Peter Siemens, allá por el mil quinientos y pico, trajo las primeras uvas de las riberas del Rin y Mosela alemán hasta lo que hoy es el Marco de Jerez y de Montilla-Moriles, respectivamente, aunque en realidad aquí había uvas fenicias casi tres mil años antes de que los chicos de Carlos V plantaran sus viñas de riesling en la albariza andaluza (“terroir” único, mágico e inconfundible en el mundo vitivinícola). Y como los españoles tenemos esa capacidad desbordante para renombrar las cosas, decidimos cambiar Peter por Pedro y rebautizar su apellido Siemens (más difícil todavía; triple salto mortal lingüístico) en Ximénez. Acababa de nacer un mito que hoy día define a la perfección al hedonismo: felicidad placentera por algo, por la uva Pedro Ximénez en toda su dimensión y grandeza. Si a esto le añadimos un cien por cien ibérico, entonces, nace el amor por el jamón y el vino, con permiso de Celtas Cortos, claro.

A lo que vamos, esta fue la apoteosis feliz que los asistentes al Museo de Arte Contemporáneo Esteban Vicente pudieron experimentar en la cata de ese exquisito guarro (no) montanero, alimentado en la recta final de su vida con todo menos con bellotas (nadie es perfecto), como lo acreditan los criadores Beher (anónimo de Bernardo Hernández), de Guijuelo, que armonizaron casi a la perfección con dos grandes Pedro Ximénez, de Bodegas Ximénez Spínola, de Jerez, y Pérez Barquero, de Montilla-Moriles. ¿Se puede pedir más? Tal vez sí, haber maridado el Barquero con un jamón ibérico de Los Pedroches,. Lo digo por aquello de la proximidad climática, geográfica, parentesca…

Sea como sea, los tragos avellanados y salinos del Spínola, que no gusta aconsejar maridajes con ninguna de sus referencias, casó a la perfección con las almendras y con el ibérico, cuya grasa oleica se fundía en la boca en su contacto con el jerezano; es como si ambos se hubieran criado en la misma dehesa, como si hubieran dormido juntos en luna llena bajo una encina desde su tierna infancia. La pasión desatada entre ambos se notaba en los rostros de los asistentes, que no dejaban de salivar y emitir cortos susurros guturales de aprobación (¡hummmm!) entre bocado y trago, entre trago y bocado.¡Vete a saber! si, además de Beatriz Serrano y la Fundación Caja Rural, no está detrás el Olimpo en esta fantástica cata del viernes del Otoño Enológico segoviano.

Y qué decir del Pérez Barquero, casi 120 años elevando a la Pedro Ximénez a la quinta esencia de la cepa y hasta los 100 puntos Parker con su ya mítico Amontillado 1905 Solera Fundacional, que, ¡una pena!, no pudimos catar. A buen seguro que hubiera provocado un éxtasis grupal. ¡Pero qué le vamos a hacer! De cualquier forma, había argumentos más que suficientes para seguir disfrutando, como en el caso del Fresquito Vino de Pasto, un vinazo que tras pasar por tinaja de cemento entra en botas donde antes se había criado un fino, y tras doce meses de mimo y plegarias a Dionisos se presenta a la mesa para flirtear con cualquier propuesta gastronómica.

Y todo ello bajo la fina batuta (y nunca mejor dicho) de la renacentista Henar López, capaz de historiar la larga vida del Marco de Jerez y sus gamas ancestrales de vinos, de catar con credibilidad aromática las referencias vinícolas que se pongan sobre la mesa, o entonar melodías de todos los ritmos para que el vino se acerque un poco más al disfrute. Ricardo, y su viaje por la Carrera de las Indias; Pedro, y su destreza al corte a cuchillo del jamón; Paco, y su acertada elección de vinos y aceites (Hispania) catados y Ángel, “El Guisandero Mayor de Castilla” (El Cordero), fueron otros actores de reparto de esta fantástica noche de película donde no faltó la determinante colaboración de Panadería Los Mellizos.

P.D. No llegué a catar bien, como me hubiese gustado, el PX Vintage, de Ximénez Spinola, que se acompañó con una Ciega de Los Mellizos.