La Edad de Plata del arte en Segovia

El panorama artístico de entre siglos en Segovia adolecía –como en otros campos- de una mediocridad significativa; los pocos artistas que se contaban eran brotes aislados en un jardín yermo. Creadores espontáneos, individuales, de escasa relación entre ellos y con una formación basada en esquemas clásicos. Segovia era una ciudad cuyos artistas o eran autodidactas o habían adquirido su aprendizaje en la Escuela de Arte y Oficios local, sin apenas contacto con el exterior; por lo tanto con escasa porosidad hacia los movimientos en boga en otros lugares de Europa. La ciudad en la que se desenvolvían “era pétrea e inamovible”, como calificaría más tarde María Zambrano a la por otra parte añorada Segovia.

El Adelantado de Segovia – recién nacido como diario: lo hizo el 16 de octubre de 1901- fue testigo de excepción en los meses de octubre y noviembre de los enfados y renuncia de menciones de quienes se consideraban injustamente tratados

En ese panorama, la Exposición de 1901 convocada por la Diputación de Segovia y por la Sociedad Económica Segoviana de Amigos del País tuvo, como mayor virtud, el permitir la manifestación exterior de unas individualidades que en esos momentos trabajaban preferiblemente en el marco urbano, aunque algunos de ellos –caso de Lope Tablada Maeso- no perdieran nunca el contacto con su lugar de origen en la provincia –Sepúlveda-. Las controversias que hubo en la designación de los premios –personalizada en algún caso en la figura del pintor Vicente Cutanda, miembro del jurado- mal escondían la cerrazón y el individualismo propios de un ambiente provinciano la más de las veces y casi siempre con ausencia de criterios artísticos modernos. El Adelantado de Segovia – recién nacido como diario: lo hizo el 16 de octubre de 1901- fue testigo de excepción en los meses de octubre y noviembre de los enfados y renuncia de menciones de quienes se consideraban injustamente tratados.

Crónicas del 120 aniversario | La Edad de Plata del arte en Segovia

Hizo falta la llegada de aire fresco del exterior; y eso vino de la mano de los Zuloaga; primero, con Daniel; luego, con Ignacio, y más tarde con aquellos extranjeros que siguieron sus rebufos. Quiero matizar, no obstante, el efecto palanca de estos últimos, que más que importar los modelos europeos –fundamentalmente parisinos- llegaron buscando la vida provincial, natural, primitiva si se quiere, que consideraban más cerca de la idea esencial del ser humano que la que se hallaba en las grandes capitales, ganadas por un desarrollismo y un progreso no siempre de acorde con los valores de la humanidad; al final, pocos lograron evitar el tipismo y lo folclórico. Ni siquiera el tratamiento del paisaje se libró del arcaísmo representativo. Muchos de estos artistas foráneos realizaron entonces el mismo viaje que emprendieron Gaughin –Bretaña- Van Gogh y Cezanne –Provenza- o Renoir –Cagnes su Mer-.

No todo, sin embargo, era aridez en el panorama intelectual y artístico de Segovia. Coincido con Juan Manuel Santamaría (Arte en Segovia, siglo XX), en excluir de la generalidad a tres nombres: Aniceto Marinas –preñado de un modernismo capitalino que hacía compatible con el clasicismo, y que luego encontraría seguidores en Segovia en la figura de Toribio García: Toribio, junto con Lope Tablada Maeso, visitó la Exposición Universal de París de 1900 gracias a los buenos oficios de la Sociedad Económica Segoviana de Amigo del País, desde hacía tres décadas muy activa en la ciudad y en la provincia-. Caso diferente es el de Xavier de la Pezuela, nieto del Conde de Cheste.

Xavier es el autor de algunos cuadros –como Luisa de Contreras, propiedad de los Marqueses de Lozoya- en los que se evidencia la influencia de corrientes foráneas, en este caso el prerrafaelismo. Ya lo hemos visto en una anterior entrega. El último es Francisco Bonnin, canario con presencia en Segovia por su empleo militar, que utilizó la acuarela para realizar cuadros de temática clásica pero con elementos modernos, como el abocetamiento o las manchas poco definidas si se alejan del foco central de la pintura. Se aprecia en la notable acuarela Convento de Capuchinos, colección también de los Marqueses de Lozoya. Hablamos de la primera década del siglo XX.

Esta exposición retrospectiva acaparó todas las miradas y los plácemes institucionales, recibiendo la visita del Rey Alfonso XIII y de la Infanta Isabel

Hubo que esperar, por lo tanto, hasta finales de su segunda década para encontrar ya a un grupo de artistas con conciencia de grupo y protagonistas de un movimiento que dentro de la diversidad mantenía elementos comunes que los identificaba, aunque las novedades estilísticas todavía fueran escasas. Este movimiento que latía dentro de la sociedad segoviana tuvo, por segunda vez, su exteriorización –y esta vez su expresión- en una exposición artística. Hablamos de 1921, fecha significativa porque coincidía con el cuarto centenario del fin de la Guerra de las Comunidades y con la Exposición Segoviana de arte retrospectivo que tuvo lugar en el Palacio episcopal, con obras diocesanas que miraban más al pasado que al futuro. Esta exposición retrospectiva acaparó todas las miradas y los plácemes institucionales, recibiendo la visita del Rey Alfonso XIII y de la Infanta Isabel, que llegaron a Segovia para colocar la primera piedra del monumento a Juan Bravo en la Plaza Medina del Campo de la ciudad, obra de Aniceto Marinas. Después de varios retrasos, la exposición de artistas segovianos contemporáneos se inauguró el 12 de septiembre en la Casa de los Picos, propiedad ya del Círculo Mercantil y desde entonces hasta hoy muy ligada al desarrollo de las artes plásticas. La Casa de los Picos había sido propiedad en un pasado reciente de Dolores Ezpeleta, marquesa de Arcohermoso, emparentada con los Contreras, que se la había comprado a los marqueses de Quintanar, que a su vez la heredaron de los De la Hoz. Después pasaría a la diócesis de Segovia para, al fin, ser adquirida por el Círculo.

Pastel de Torreagero
Eugenio de la Torre (Torreagero). Pastel.

Desde luego se diferenciaba la nueva muestra de artistas segovianos con la de arte diocesano, pero poco tendrá que ver, si hablamos de modernidad, con la que se convocaría solo una década después por los actores de la SABA (Sociedad de Amigos de las Bellas Artes) y sus exposiciones de arte libre. La de la Casa de los Picos fue inaugurada por la infanta Isabel, omnipresente en los actos segovianos. En todo caso, la exposición canaliza el ambiente que bullía en la ciudad a finales de la segunda década del siglo. Efervescencia que coincidía con la que se notó en el resto de Europa tras el fin de la Gran Guerra. A Segovia comenzaban a llegar grupos de artistas –no individualidades como en los años anteriores- y el hecho había calado en los medios de comunicación. No es de extrañar entonces que La Tierra, siempre ojo avizor, solicitase “la conveniencia, la utilidad (…) hasta la necesidad de que Segovia (organizase) una Exposición de Arte Contemporáneo de asuntos segovianos” (19 de julio de 1919).

La convocatoria es saludada inicialmente de manera desigual por los medios de comunicación. El Adelantado de Segovia (20 de septiembre de 1921) la recibe con cierto desdén, salvo en lo que se refiere a la figura de Lope Tablada de Diego, hijo de Tablada Maeso. Siempre tratará bien el ya entonces periódico decano al joven Lope. No es el mismo el tratamiento que le otorga La Tierra de Segovia (14 de septiembre de 1921), que se felicita, aunque con lenguaje arcaico, de lo que posee la colección de recopilación y de conciencia de clase pictórica, si se me permite la expresión, de los artistas segovianos de nacimiento o adopción.

La exposición resultó un éxito. El propio El Adelantado no tuvo otro remedio que reconocerlo el 30 de septiembre de 1921. Coincido con el crítico de La Tierra –Xavier de Miranda: es decir, Antonio Ibot León, pues este era su seudónimo- que en su artículo de 1 de octubre señala como autores más destacados de la muestra a Jesús Unturbe –de una saga de fotógrafos, profesión que él mismo ejerció con maestría-, Lope Tablada de Diego y Manuel Martí Alonso.

Jesús Unturbe y Lope eran primos. En el artículo citado de 14 de septiembre, La Tierra dice que el segundo tiene “unas maneras que se inspira un tanto en su primo”. Para El Adelantado (20 de septiembre de 1921) Lope había sido el único en sentir y manifestar entusiasmo por hacer obras nuevas para la exposición. No es de extrañar, porque presentó 30 oleos y numerosos dibujos. No fue el caso de Aniceto Marinas. Y tampoco sorprende. Unos meses antes de la exposición, intelectuales y artistas criticaron la colocación de la estatua en homenaje a Juan Bravo –cuyo proyecto se debía a Marinas- en la Plaza de Medina del Campo, por romper su armonía y aroma medieval. La protesta motivó con posterioridad la publicación de un hilarante libro, iniciativa de Ignacio Carral.

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Llama la atención, sin embargo, la obra de Manuel Martí Alonso (San Sebastián 1882, Ávila 1962). El pintor se había instalado en Segovia en la década anterior, y aunque hoy su figura palidece ante otros nombres coetáneos o posteriores, fue un dinamizador constante de la actividad cultural de la ciudad. El artista presentó un novedoso y moderno –en el estilo, no en la temática- Paisaje con figuras (gouache), limitando la perspectiva, jugando con la sucesión de planos y con dos figuras en primer término mirando al espectador; esquemáticos, adustos, con escasa o nula presencia de un ropaje que se limita a envolver, casi a tapar por completo, las figuras protagonistas, muy al estilo de José Gutiérrez Solana.

Alcazar
Martí Alonso. Segovia. ‘Itinerario sentimental’ (1915).

Martí Alonso fue caricaturista y dibujante. Ilustró los libros de Julián M. Otero –Segovia. Itinerario sentimental, (1915)- y, en menor medida, de Eduardo Oliver CoponsEl Alcázar de Segovia (1916)-. Son estas, ilustraciones que pivotan entre el modernismo y el expresionismo, con un marcado contraste entre las zonas oscuras y las blancas que deforma la realidad que se pretende plasmar hasta dejarla reducida a trazos gruesos pero muy llamativos a la vista del observador.

En cambio, la elección de la técnica del gouache le permitió, como reconoce el Marqués de Lozoya, realizar el “fino contraste entre el ocre de los barbechos y de la precisión dorada de los chopos con el cielo azul”. Martí Alonso desempeñó el papel en esta Exposición de 1921 que nueve años después le correspondería a Esteban Vicente en la Exposición de 1930 celebrada en San Quirce, al amparo de la Universidad Popular, y a la que nos referiremos luego.

En todo caso, cabe señalar que los tradicionales de épocas anteriores –Lope Tablada Maeso, José Llasera, Aniceto Marinas o Valentín Zubiaurre– también presentaron obras, aunque sin el interés por la Exposición que se vivía en los jóvenes. En el campo de la escultura ya destacaba sobremanera Emiliano Barral con los bustos de dos compañeros: Eugenio de la Torre –Torreagero- y Julián María Otero.

A partir de aquí se convocaron otras exposiciones –por ejemplo, la de junio de 1922 por la Universidad Popular-. En 1923, la muestra del ya grupo segoviano sale de los límites provinciales y recala en Medina del Campo, organizada por el Ateneo de la villa. Estas exposiciones coinciden con las personales de autores con vocación prolífica como Lope Tablada de Diego –tres en la década de los veinte, que se une a una cuarta en la iglesia de San Quirce, ya sede de la Universidad Popular, en junio de 1931-.

Pero es la Exposición de 1930 –Artistas y temas segovianos- la que vuelve a reunir a una pléyade significativa de escultores, pintores, dibujantes y ceramistas. Sin duda resultó –envuelta en el homenaje a Daniel Zuloaga, de quien se cumplía diez años de su muerte- la más completa que tuvo lugar en Segovia en este primer tercio del siglo XX, y plena manifestación de la Edad de Plata que vivían ya las bellas artes segovianas.

La exposición, como decía, agrupó la obra de los pioneros –Lope Tablada Maeso, Daniel e Ignacio Zuloaga, Aniceto Marinas, Valentín Zubiaurre o Toribio García-, con artistas de las décadas intermedias –Lope Tablada de Diego, Fernando Arranz, los hermanos Zuloaga, hijos de Daniel, Jesús Unturbe y Emiliano Barral-. Los pinceles nuevos correspondían a Torreagero –aunque ya era talludito: 35 años- y, sobre todo, al veinteañero (27 años) Esteban Vicente. Pero también a un jovencísimo Ignacio Blanco Niño (21 años). A este último, una crónica de El Adelantado (12 de diciembre de 1927) ya lo había recibido con simpatía después de su exposición en el Círculo Mercantil de Segovia. Esta exposición, y su buena acogida, propició que la Diputación Provincial concediera al de Riofrío de Riaza una ayuda económica para su acceso a la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. En Madrid, se introduciría, sin abandonar la pintura, en la técnica del grabado, que utilizó para retratar –de manera novedosa hasta entonces- el paisaje urbano de los pueblos, por ejemplo la Calle Cervantes de Riaza.

Lo de Esteban Vicente es otro cantar. Su ruptura con los esquemas del pasado es quizá la más evidente en la pintura segoviana en treinta años

Lo de Esteban Vicente es otro cantar. Su ruptura con los esquemas del pasado es quizá la más evidente en la pintura segoviana en treinta años (en escultura, sin duda lo fue Emiliano Barral). Le sigue los pasos Servando del Pilar, ausente en esta muestra, pero que había sido seleccionado para la Exposición Nacional de Bellas Artes de ese mismo año. Vicente venía de París. Recorrió el mismo camino que transitaran Picasso, Dalí, Miró o Juan Gris; el contrario al que realizaron las paletas consagradas del impresionismo y posimpresionismo en el cambio de siglo. La influencia inicial de Cezanne en su obra es innegable, y se percibe con claridad en su Bodegón con ‘Le Crapouillet’, de 1925, con la presencia de un periódico a modo de collage sin serlo. En París, asumiría el legado de impresionistas y posimpresionistas, algo que trasladará a sus lienzos –Paisaje con sombrilla roja (1921)-. Otro de sus cuadros innovadores fue En el palco, presentado a la exposición y con el número 46 de catálogo – en realidad, fueron dos los aceptados en la muestra-.

El cuadro es hoy propiedad de la Real Academia de San Quirce. Está pintado con una desfiguración de los rostros femeninos; un canto este de intención social y artístico: en ambos casos rompía modos tradicionales de representación. Alfredo Marquerie lo equiparó a las figuras que se ven si se mira con unos prismáticos sin calibrar. Poca cabida tenían estas obras en la mentalidad no muy amplia de los observadores segovianos de la época. Suponiéndolo, el mencionado Marquerie, en la presentación que hizo de la exposición, y que tituló sencillamente Charla, tuvo que ponerse la venda antes de que saliese la herida. “Esteban Vicente es la nota agresiva de la Exposición”, reconoció. “Hasta hoy se ha pintado lo que vemos. Desde ahora se puede pintar –como lo hecho Esteban Vicente- lo que no podemos recordar y lo que soñamos…”.

El éxito de la exposición de San Quirce fue relevante. Desde una u otra óptica se reconocía la fuerza atractiva de esta pléyade de artistas que había nacido y desarrollado en Segovia durante estas tres décadas. Tanto que a los pocos meses, en el mes de noviembre de 1930, el Ateneo Segoviano, recién creado tras una escisión en la Universidad Popular después de una conferencia de Américo Castro, programó para celebrar su inauguración otra exposición colectiva, que se anunciaba permanente en su sede de la galería central del Círculo Mercantil. Allí figuraban los Lope Tablada (padre e hijo). Jesús Unturbe, el autodidacta Emilio Navarro, el luminista discípulo de Beruete Vicente Carrasco y el joven Juan Francisco –Juanito- Cáceres. Los juegos florales de antaño o los grandilocuentes discursos del pasado dejaban paso definitivamente a las Bellas Artes como expresión cultural. Los segovianos eran conscientes del magma que en 30 años se había generado en la ciudad.

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