Normalmente se bautizaba a los ocho días de nacer, debido a la elevada mortandad infantil. En muchos casos se bautizaba “por necesidad” y podía hacerlo cualquier seglar y si el niño sobrevivía y no se había realizado correctamente el rito, el cura reiteraba el bautismo en su tiempo.

La existencia de padrinos estaba condicionada por la situación económica de la familia, no obstante, normalmente los niños tenían padrino y madrina que luego serían los padrinos de boda y las niñas sólo madrina, en representación de la madre que debía guardar cuarentena sin salir de casa.

El bautismo, como el resto de los ritos iniciáticos como las bodas y cuarentenas después del parto, se realizaban a la puerta de la iglesia, bajo los dos elementos purificadores por excelencia; agua y fuego. Por esto, en la mayoría de las iglesias la pila bautismal está a la entrada; en la iglesia de Pinarnegrillo estaba bajo la torre hasta mediados del s. XIX que se colocó en su ubicación actual.

El padrino portaba una vela encendida, como símbolo purificador, el sacerdote salía a la puerta de la iglesia, recibía al nuevo cristiano, bendecía la ceremonia con agua bendita y le ponía sal en la boca. Según algunos, para que adquiriese gusto por las cosas espirituales, pero también se ha utilizado la sal tradicionalmente para ahuyentar los malos espíritus. Existía una expresión que se refería a las personas sosas y se decía “no te pusieron sal el día que te bautizaron”, ahora ya no se utiliza este ritual.

Cuando se volvía del bautizo se echaba al crío a dormir y se decía que el tiempo que estuviera dormido era el que aguantaría con vida si caía a algún pozo, cosa desgraciadamente muy común en la zona cuando se sacaba agua con el cigüeñal, antes de que llegaran las norias.

Mientras tanto, en la puerta de la casa, los padrinos tiraban caramelos y algunas perrillas a la gente que se agolpaba en la calle. Este ritual se denomina “arrobo”.

Cuando los niños estaban en la cuna se les envolvía en pañales y mantillas, sujetándoles los brazos de tal manera que apenas podían rebullirse; todo ello con el objetivo de empapar el pis y que no se manchase la ropa de la cuna, sobre la que además se ponía un ropón, tela de empapar hecha con trapos viejos. Si el niño se escocía el culete se le ponía el serrín de la carcoma a modo de polvos de talco.

Se amamantaba a las criaturas durante al menos año y medio o dos años y después comían papillas hechas de sopas de pan, remasticadas por la madre para facilitar la ingestión.

Como el primer año de casados el matrimonio vivía en casa de los padres del marido, el primogénito solía nacer en la casa de los abuelos. Los niños, durante sus primeros años y hasta que podían ir a la escuela o ayudar en las faenas agrícolas y ganaderas, quedaban al cargo de los hermanos mayores, se les colocaba en el carreto en cuanto empezaban a sujetarse en pie y también se les estimulaba con juegos, acompañados de canciones:

“Tilín, tilán
Las campanas de Mudrián
Se escarranchan a tocar
San Martín está a la puerta
Con la capotilla puesta

Como en la mayoría de los pueblos, existían los monstruos locales con los que los mayores amedrentaban a los niños: los “sacasebos”. Usando estos métodos, los adultos tenían controlados a los pequeños y no te podías alejar de casa o del pueblo cuando llegaba la noche.

En Pinarnegrillo hubo escuela al menos desde el siglo XVIII, aunque hasta el siglo pasado no había obligatoriedad de asistir a ella. El maestro era contratado por el ayuntamiento, que pagaba una parte y le proporcionaba alojamiento, y el resto lo pagaban las familias de los niños que iban a aprender a leer, escribir y contar. Estos solían hacerlo en especie (trigo, cebada o centeno) o en dinero, como buenamente pudieran las familias de los niños.

En uno de los contratos de maestro que constan en el archivo municipal de 1832 se especifica que el maestro debe tener la escuela abierta desde el primero del año hasta el día del Señor San Juan y volver a abrirla el primero de septiembre, asistiendo con los niños además en los días festivos con la cruz a misa y rosario y a viáticos y divinos oficios. Se le abona por su trabajo cuarenta fanegas de trigo bueno, el que rentan las tierras de la “Obra Pía” de los pobres. Y los niños que anden escribiendo o contando han de pagar a seis celemines de trigo y los de leer a tres celemines, y si no alcanzasen estas cantidades de la obra pía y de los niños, a cubrir las cuarenta fanegas, se han de completar del trigo del Concejo. Para esto, ha de llevar el dicho maestro tres panes cada segundo día de las tres Pascuas a la iglesia, a cualquiera sepultura, para encomendar a Dios las ánimas de los fundadores de la “Obra Pía” (disposiciones que aparecen en las fundaciones de la iglesia).

Desde que se construyó el nuevo ayuntamiento en 1928 la escuela estuvo en los bajos de este edificio hasta el año 1965, que se construyeron las nuevas escuelas a las afueras del pueblo.
Los niños participaban en la vida social del pueblo con sus juegos infantiles en la calle. También participaban en la vida religiosa. De pequeños nos colocaban delante, en las gradas del altar, a un lado los niños y al otro las niñas. Los niños llevaban la cruz de madera en las procesiones (foto 22) y todos asistíamos a las catequesis, en las que recuerdo que Don Paco nos hacía recita virtudes, pecados capitales, hijos de Jacob o el apostolado.

Los mozos en época de labranza trabajaban en el campo de sol a sol, ayudaban en las matanzas, las vendimias… Las vísperas de fiesta o de domingo se juntaban en la taberna o en la esquina de la tía Ezequiela para ir a rondar a las mozas, acompañaban el canto con almireces, cucharas, botella de anís y guitarra. El tío Eulogio “Rojete” tenía fama de buen tocador, pero cualquiera que tuviera un poco de ritmo cogía la guitarra, la rascaba un poco y sabía un par de acordes para acompañar las coplas de ronda, de amor y desamor:

“A la puerta de tu casa
Tres arbolitos planté
Quiera Dios, quiera la Virgen
Se sequen juntos los tres.

El primero es un esparto
El segundo es un olivo
El tercero es un sarmiento
Oye bien lo que te digo:

El esparto es que me aparto
El olivo es que te olvido
El sarmiento que me pesa
De haber hablado contigo”

Las chicas se afanaban en ayudar en casa con las faenas domésticas. También lo hacían en el campo y preparaban, cosían y bordaban su ajuar para el día de su boda.

Los mozos oficialmente lo eran cuando entraban en quinta e ingresaban por primera vez al baile, previo pago del dinero que exigían los mozos viejos para este requisito, denominado “la saca” y que luego gastaban en vino. El año en que los mozos eran quintos eran protagonistas en las festividades locales: paloteaban y danzaban en la procesión del Rosario y corrían los gallos el tercer día de fiesta.

la Constitución de 1812 fue la que estableció el servicio militar universal y obligatorio. Los mozos se ausentaban del pueblo durante varios años, época que marcaba definitivamente sus vidas. Si además cumplían el servicio en época de guerra podían ser movilizados.

El baile popular se hacía todos los domingos del año, excepto los de Cuaresma. Antiguamente se celebraba en la calle, en la plaza mayor, en rueda, alrededor del pozo Concejo; o en la plaza de Arriba (de la iglesia), alrededor de un “teero” (tocón de miera que se prendía para paliar las tardes de frío). Solía ser de gaita y tambor, el tío Silencios era el gaitero y el tío Tuto el tamborilero; también hacían baile de guitarra. Ya en los años treinta o cuarenta el baile se hacía en los locales al uso; del “Tío Cojo” o de “Ponchitas”, previo pago de la entrada, de la que sólo los mozos abonaban la cuota, las mozas entraban de balde.

El ritual de la boda comenzaba con los “ajustes”, en los que los padres de los novios acordaban lo que cada familia aportaba al matrimonio: tierras, mobiliario, etc. En estos ajustes se acordaba también si la capa del novio debía pagarla entera su familia o la “media capa”, si consideraban que los padres de la novia no aportaban al matrimonio lo que esperaban. Cuentan que, en una ocasión, al no ponerse de acuerdo las dos familias por la media capa, la boda se canceló.

Tras los “ajustes” y una vez concertado el matrimonio, se hacían las amonestaciones, tres en total, los tres domingos anteriores a la celebración. En la segunda amonestación se convidaba a todo el pueblo a comer un bollo y tomar una copa de vino o de anís en casa de la novia.

Las vísperas de la boda se preparaba el festejo, se mataba una ternera y se recogía vajilla por el pueblo. La celebración tenía lugar en casa del novio, se contrataban cocineras para esos días y la fiesta se mantenía el tiempo que durase la comida. La víspera de la boda la gente visitaba la casa de la novia para admirar el ajuar que esta había bordado y cosido durante años; luego, por la tarde, los novios llamaban a sus invitados para que fuesen a cenar en casa del novio, normalmente un guiso de alubias con menudillos, y esta era la invitación formal para la boda que se celebraba al día siguiente. Después de la cena se juntaban los mozos y mozas y cantaban la última ronda a la novia.

A la mañana siguiente, el novio y los padrinos iban a buscar a la novia. Como ya dije anteriormente los padrinos de boda los aportaba el novio y solían ser sus padrinos de bautizo. Ya en la puerta de la novia alguien clavaba una espada o cuchillo largo en el quicio a modo de barrera y se ajustaba nuevamente el precio que debía pagar el novio para que saliera la novia de casa. Esta previamente había recibido la bendición de sus padres antes de abandonar su hogar.

A continuación, toda la comitiva se dirigía a la iglesia, en cuyas puertas los recibía el cura. Los casaba mientras mantenían una vela encendida, como símbolo de purificación, y una vez casados, entraban en la iglesia, donde se velaban: se ponía un paño, denominado “yugo”, a la novia por la cabeza y al novio por los hombros.

Tras la boda religiosa se iba al ayuntamiento a firmar los papeles de la ceremonia civil y después las familias de los contrayentes y los señores de Justicia tomaban una copa de vino y comían un bollo.

También se corría la “andaboba” por el pueblo, con los novios y los mozos, para que los que no estaban invitados a la boda pudiesen honrar a la pareja, en ocasiones arrojándoles unas perrillas en el barro de la calle y obligando a los novios a recogerlas.

Los novios y convidados iban a comer en casa del novio. Cuando el novio era forastero, se celebraba la ceremonia religiosa en el pueblo de la novia y el convite en el pueblo del novio y por donde pasaba la comitiva se debía pagar la costumbre a los mozos de este pueblo o de los pueblos de paso.

Después de la comida tenía lugar el “ofertorio” u “ofrecimiento”, en el que los invitados se acercaban a la mesa de los novios y ofrecían dinero, en mayor o menor cantidad, según el parentesco; la madrina le daba al invitado unas almendras entre dos platos de café y este se los devolvía con el dinero, que iba destinado al padre del novio para el pago de la comida. Esta costumbre sigue siendo muy común en las bodas segovianas, lo que ahora se llama “pagar el cubierto”.

A continuación, se iba de nuevo a la iglesia, donde la novia ofrecía su ramo a la Virgen del Rosario y se cantaba la salve; posteriormente estos ramos se ofrecían a la Purísima, yo recuerdo haber visto ramos de azahar en su altar.

Antes de la cena se celebraba el baile de las galas, en el que la novia tenía que bailar con todos los invitados que le baban regalos o dinero; el invitado gritaba “a la gala…” y lo que ofrecía o en nombre de quién bailaba. También se bailaban las roscas, que se hacían para esta ocasión y que regalaba el novio a la novia y los mozos a las mozas.
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(*) Licenciada en Geografía e Historia y autora del libro “Pinarnegrillo: Oído, visto y leído” del que reproducimos este extracto.