Carlos León entrando en una estancia de su estudio.
Carlos León entrando en una estancia de su estudio.

Acaba de cumplir los 70 y lleva 50 años pintando. Referente del expresionismo abstracto y artista internacional, lleva afincado en Torrecaballeros desde hace un cuarto de siglo. Iba para médico, pero las Bellas Artes se le cruzaron a tiempo. La medicina perdió un posible Dr House y la pintura contemporánea española ganó un artista incuestionable, temperamento aparte.

— Su obra está presente en algunas de las mejores colecciones internacionales, públicas y privadas. Los popes de la pintura le consideran heredero de lo más pictórico del expresionismo abstracto y le comparan con Cecily Brown, Jenny Sevilla y Marlene Domas. ¿Se siente reflejado?
— Colocarle a uno al lado de gente que admira, de grandes artistas, es muy halagador. No soy de comparaciones tan concretas pero digamos que, después de 50 años bregando en el mundo del arte, he conseguido hacerme un sitio propio en el panorama español dentro de contexto internacional.

— ¿Hay algún artista con el que se sorprenda por rasgos comunes?
— Ninguno en concreto pero sí hallo en muchos artistas puntos de coincidencia, lazos de unión estilísticos e ideológicos. Hay ideas que flotan en el ambiente y son recogidas aquí y allá. Internet permite una circulación de ideas como nunca se había dado y eso hace que reconozcamos en otros lejanos -apenas conocido- hallazgos semejantes a los nuestros, puntos de coincidencia muy llamativos. Todo eso forma parte de lo que llamo el universo de las ideas estéticas y ese magma universal, en el que nos movemos, hoy es más visible gracias a los nuevos medios.

— En los setenta vivió París. En los ochenta la Movida madrileña y un año de estancia neoyorkina a donde volvería en los noventa. Todo ello le ha permitido una idea más completa del panorama de la producción artística. Después de 50 años pintando, ¿en qué momento se encuentra?
— Va a sonar muy pretencioso pero los mejores años de mi vida, los más ricos de mi existencia, han sido los últimos cinco. En términos personales, de creación, de productividad y de gozar de los bienes más importantes de la vida: el amor, la amistad, los libros y la inspiración.

— Desde su primera exposición, con 20 años, en la galería Jacobo de Valladolid, ¿Cuántos tiempo le ha costado poder vivir del arte?
— Desde aquellos inicios tuve muy claro que quería dedicarme solamente a la pintura y lo que conlleva ser artista, no solo pintar cuadros, sino a mi formación intelectual.
He pagado unos peajes tremendos. Sé lo que es vivir muchos años de forma modestísima, rayano casi en la pobreza. Solo acepté un trabajo como profesor de la facultad de Cuenca dos años y medio. El resto me las he ido arreglando para vivir de la pintura y ha sido muy difícil, porque en España el coleccionismo es casi inexistente, el tejido de galerías, marchantes y compradores es muy frágil y si he llegado hasta aquí ha sido a veces de milagro y gracias a una pequeña legión de amigos que nunca me han dado la espalda y han estado al quite cuando ya flaqueaban las fuerzas y parecía que iba a tener que tirar la toalla. Y desde luego, si en estos últimos años todo ha ido bien, también tiene algo que ver con que económicamente han sido los años más boyantes de mi vida. Cada trayectoria artística tiene su recorrido, sus reglas y su especificidad. Hay artistas que han sido ricos y famosos a los veintipocos y otros se han muerto sin ningún reconocimiento.

— ¡Si Basquiat levantara la cabeza!
— Basquiat es un fenómeno espectacular. Pero hay que saber que vivió como un rey, a su manera: exagerada. Tanto, que le costó la vida, pero disfrutó de un reconocimiento enorme y una riqueza material envidiable. Otra cosa es que después de muerto aquello se haya multiplicado hasta convertirse en el sueño del coleccionista. Que alguien a quien has comprado por 100.000 euros, pueda venderse en 30 millones de dólares es el símbolo del sueño de todo coleccionista.

— Estuvo un tiempo sin galería y ahora trabaja con Fernando Pradilla. Con sus contactos y un estudio espectacular para mostrar su obra, puede parecer que no es tan importante tener galería. ¿Sigue siendo necesario?
— Digamos que el mercado real, oficial, está estructurado en torno a ese esquema de galería-museo. Un artista puede sobrevivir en su estudio. Yo podría vivir mejor económicamente vendiendo directamente en mi estudio, pero ello me impediría formar parte de otras estructuras. No puedes ir a ferias porque están concebidas para galerías y hay un hecho incuestionable: eres reconocible internacionalmente a través de tu galería. Tener galerista proporciona una serie de cosas de las que se carece sin ello, pero también es verdad que la independencia de no rendir cuentas y la libertad intrínseca de no tener galería tienen su interés.

— Sus obras y exposiciones tienen nombres llamativos. ¿Qué importancia le concede a las palabras que titulan su trabajo?
— Cuido mucho los títulos porque me gusta la literatura; leo continuamente y escribo de vez en cuando. La elección de los títulos proporciona al espectador ciertas pistas y datos que son interesantes a la hora de acercarse a una obra.

— En el jurado del premio La Caixa, que recibió en 2016, Calvo Serraller o María Corral le señalaban como uno de los pintores más relevantes de nuestra época. ¿ Le abruman estas consideraciones?. Se habla siempre del ego de los artistas. ¿Cómo lleva los halagos o su ausencia?
— Nunca me he engañado. Cuando mi pintura no alcanzaba las cotas de expresividad que buscaba, lo sabía. Y me daba igual lo que dijeran de mí: para bien y para mal. Ahora que empiezo a cosechar algo de aquello que buscaba, tampoco me cambia nada. El halago está muy bien, pero mi ego se nutre de un ámbito más íntimo. La creación artística es un ajuste de cuentas con la existencia y ahí es donde yo me muevo: en el plano del posible narcisismo inherente al artista. En cambio, lo social, la buena crítica, el consenso de los museos y galeristas, influye mucho menos. Sé cuando ando por buen camino y cuando no alcanzo los objetivos que desearía.

— Pinta con las manos y hace mucho que no usa habitualmente el óleo sobre tela. Prefiere el dibond, en formatos gigantescos. Sus soportes tienen mucho que ver con la estrategia de aquellos Suppor/surface franceses de mediados de los 70. ¿El soporte es un elemento de investigación o es imprescindible para plasmar su teoría del color?
— El día que llegué en otoño de 1972 a París, me encontré con la gran retrospectiva de Barnet Newman que de todos los expresionistas abstractos era el que más me interesaba y solo conocía por fotos. Aquella exposición marcó mi vida y me hizo reflexionar sobre el soporte. En Newman vi cuadros pintados sobre lona cruda y los artistas franceses de los Support/surface que desarrollaban sus años más fructíferos venían de aquella tradición. Compartía raíces y objetivos con ellos; trabajé en su proximidad y desarrollé un giro en mi estilo, pero la exposición de Barnet Newman tuvo más importancia.

— Para Esteban Vicente, con el que comparte expresionismo abstracto, los toys eran divertimentos. Para Carlos León ¿Qué son sus esculturas hechas con objetos encontrados?
— Los llamo ensamblajes, prefiero no usar la palabra escultura. Sus fuentes son variadas pero en comparación con mi pintura es otro género y otra forma de expresión. Cada uno tiene su especificidad.

— Ha estado presente en Arco, a través del proyecto Escaparates de El Corte inglés, en la edición más polémica y mediática. Su obra forma parte de la colección de Helga de Alvear, la galerista que retiró el cuadro de Santiago Sierra. ¿Imaginó alguna vez que esto pudiera suceder?, ¿En qué se ha convertido ARCO?
— ARCO es una feria y está sujeta, como todas, a los vaivenes de la oferta, demanda, oportunidad e, incluso, el oportunismo de ciertas operaciones comerciales. En este orden de cosas todo es posible. De lo de este año prefiero casi ni hablar en lo relativo al artista concreto. Sí debo decir que retirar una obra de arte-tenga la categoría, valor o consideración que sea- es, en primer lugar, una censura inadmisible que rechazo de plano. Y, en segundo lugar, es una grandísima estupidez que se vuelve contraproducente porque amplía la repercusión y tiene un efecto equivoco.

— Tras 50 años desde su primera exposición en Valladolid, ha expuesto en la práctica totalidad de los museos de la región. ¿Cómo ha cambiado el panorama artístico y cultural?
— Castilla y León tiene un plantel de artistas realmente interesantes, con un grupo muy numeroso que están en primera fila de la creación española. Pero los políticos de Castilla y León no están haciendo bien sus deberes y los artistas de la región no tienen comparativamente el tratamiento, proyección e impulso que tienen artistas de igual o inferior calidad en otras regiones. Sin duda, padecemos de esa escasa altura de miras de los políticos.

— ¿Encuentran en la región los artistas espacios suficientes para exponer su creación?
— Por ahí empezamos. En Segovia, no hay galerías; en Valladolid un par de ellas que no acaban de poder sobrevivir por sus propios medios y en el resto ¡no digamos!. No podemos estar satisfechos, ni menos orgullosos, de la situación. Hay museos que atraviesan una crisis enorme. En Valladolid, el Patio Herreriano vive sin rumbo y sin dirección; el MUSAC está perdido allá en sus soledades; y el Esteban Vicente tiene grandes dificultades para sobrevivir. Un ayuntamiento como el de Segovia, al que se le llena la boca de proyectos como el CAT, es incapaz de suministrar medios imprescindibles para que pueda mantener una actividad sostenida. En Castilla y León desde el punto de vista de la creación cultural, se está absolutamente desatendido.

— Tiene fama de exigente y vocacional meticuloso, sin pelos en la lengua. ¿El arte acompaña su temperamento?
— La producción de un artista tiene mucho, deliberadamente o no, de autobiográfico. A fin de cuentas, la producción artística es un producto de tu manera de ser.

— Ese temperamento, ¿le ha hecho ser el peor enemigo de sí mismo?
— No me tengo por el peor enemigo de mí mismo, la verdad. Tengo por ahí enemiguillos de tres al cuarto que hacen su tarea. Me cuido bastante y, eso sí, cultivo ciertas enemistades que son estimulantes; te mantienen entrenado. Creo que un buen enemigo es un tesoro, casi tan bueno como un amigo.

— ¿Se reconoce como un pintor de gran producción y trabajo sistemático o cuál es su método?
— Durante años he expuesto poco, lo justo para mantener mi presencia, pero no soy de los que tienen un curriculum enorme porque han expuesto en el bar de su pueblo. Más valen 15 exposiciones en sitios de prestigio que 50 en sitios que no conoce nadie. Por mi metodología de trabajo me hallo más próximo a una economía del lenguaje que al trabajo diario y sistemático. Los materiales de la pintura son carísimos. Un dibond de los que uso cuesta 500 euros y no puedo gastármelos a diario. Con esto quiero decir que me dosifico y con los años aprendes que hay días que estás tocado por la gracia y hay otros que más vale irse a pasear por el campo porque no das pie con bola. Pinto los días que me noto en forma y sé que van a ser productivos. El resto, leo, paseo y no soy nada sistemático, ni tengo horarios. Creo en la inspiración. Hay momentos que la desencadenan, procuro aprovecharlos, y me pongo a trabajar sabiendo que no vas a desaprovechar ni tiempo ni materiales.

— Acaba de ordenar el estudio y clasificar su obra, ¿qué número reúne ese archivo antológico?
— Hay catalogadas y fichadas en torno a 2.000 obras, además de otras en papel.
No todas están acabadas y listas para ser expuestas. Hay algunas que son obras de búsqueda que no han sido rematadas: ensayos de lucha. En 50 años es lógico que haya una producción muy heteróclita de todo.

— Hablemos de proyectos. Está exponiendo en Madrid, prepara nuevas exposiciones en octubre en el Centro de Arte Guerrero de Granada y en Alicante. ¿Los 70 son fecundos?
— Ya me toca. He pasado una travesía del desierto larguísima y ha llegado el momento de las vendimias. Los racimos han engordado y es el momento de comerse las uvas.

“Tengo una relación singular con Segovia: ciudad bellísima pero muy mal gobernada”

— Montó su estudio en Torrecaballeros a finales de los noventa y desde 2002 trabaja desde Segovia. ¿Cómo percibe la ciudad?
— Segovia es la ciudad de mi infancia y adolescencia y donde viven unos pocos amigos excelentes. Es una ciudad bellísima y muy mal gobernada y eso hace que tenga una relación bastante singular. Adoro la ciudad en lo físico y tengo pequeños arraigos —no tengo familia pero sí esos pocos amigos—, pero me apena que sucedan cosas que no deberían ocurrir. Me duele que en la Segovia que yo imaginaba, con una base histórica y una proyección literaria, lo cultural esté siendo reducido a políticas que calificaría de pobres, bastante oportunistas y sin futuro.
En cualquier ciudad de un país sensato cualquiera que lleve 50 años practicando la pintura con honestidad y logre un dossier de críticas tan extenso, gozaría de un cierto respeto, pero las autoridad locales y, hablo del Ayuntamiento porque la Diputación supo acoger mi muestra en el Esteban Vicente, no han tenido conmigo más que muestras de hostilidad, menosprecio y hasta una absoluta falta de educación. Creo que alguien como yo merecería un poco de respeto.

— Segovia tiene fama de ciudad cultural. ¿Qué piensa de su programación cultural y el influjo de su cercanía a Madrid?
— Mi opinión es muy negativa y hay muestras elocuentes de ello, como el CAT, un proyecto megalómano cuyo nombre no puede ser más pretencioso: ¡Centro de Arte y Tecnología!. Es un gasto ruinoso, van muchos millones de euros y permanece como un barco varado, sin que los responsables de ese gasto sean capaces de darle ninguna utilidad. Me parece que es un despropósito difícil de superar. Tampoco creo que la cercanía de Madrid sea una influencia positiva; al revés, ha favorecido la fuga de cerebros. Su programación cultural no me parece nada del otro mundo. Que el Ayuntamiento financie una franquicia como el Hay Festival y que unos cuantos escritores famosos que trotan por la ciudad, para que la concejala de se haga una foto con ellos y cobren un sobre de dinero dudoso, como dicen algunos escritores y deja escrito Andrés Trapiello en su libro ‘Mundo Es', qué quiere que le diga: no me parece un gran hito cultural, como no me lo parece que un señor ponga unas cuantas películas.