A raíz del catastrófico tsunami de Japón acaecido en 2011, los expertos subrayaron el papel fundamental que desempeñan los arrecifes para disminuir el impacto de las olas, al ejercer como barreras naturales amortiguadoras del golpe directo contra las costas. Pues bien, aquí y ahora conviene recordar que en la provincia de Segovia, aunque en la actualidad no haya playas naturales, se encuentra el arrecife de rudistas mejor conservado de la zona centro de España. ¿Dónde? En Castrojimeno.
Los rudistas, unos moluscos ya extinguidos que el geólogo Javier Gil, de la Universidad de Alcalá de Henares, compara, para facilitar la comprensión, con los mejillones actuales, se convirtieron durante el Cretácico en uno de los principales organismos bioconstructores de arrecifes. Y hoy en día, los rudistas están considerados como uno de los mejores biomarcadores cronoestratigráficos para el Cretácico.
Así, su presencia permite datar con cierta precisión la edad de las rocas donde aparecen.
Para Gil, que ha estudiado este arrecife segoviano, en estrecha colaboración con paleontólogos de la Universidad Autónoma de Barcelona, “los rudistas de Castrojimeno constituyen un caso único de conservación”.
En la mayoría de los yacimientos de este tipo, a lo largo del tiempo han tenido lugar diversos procesos geológicos que transformaron los rudistas en una roca compacta, borrando así las huellas de los seres vivos. “Castrojimeno constituye una clara excepción”, afirma Gil. Allí, los procesos geológicos posteriores han afectado principalmente a las zonas menos interesantes del arrecife, sin perjudicar a las más importantes. “La concha externa ha quedado realzada, facilitando su reconocimiento”, explica este geólogo.
Esta particular historia geológica ha despertado el interés de expertos de todo el mundo, en gran medida gracias a las publicaciones presentadas por geólogos españoles en congresos de Austin, Houston o Georgia (Estados Unidos), Bochum (Alemania) o El Cairo (Egipto). El estudio del arrecife de rudistas de Castrojimeno ha permitido descubrir no solamente su edad (86 millones de años —Coniaciense Superior—) sino también numerosos datos sobre las condiciones de vida de esos moluscos extinguidos.
Se han identificado allí ocho especies diferentes: Biradiolites canaliculatus, Biradiolites angulosus, Praeradiolites requieni, Radiolites sauvagesi, Apricardia sp., Hippurites incisus, Vaccinites giganteus y Vaccinites moulinsi.
Nuestra Señora de la Esperanza, templo gótico
En el libro Todo el románico de Segovia, editado por la prestigiosa Fundación Santa María la Real del Patrimonio Histórico, se califica a Nuestra Señora de la Esperanza de “templo gótico”, si bien reconociendo la existencia de restos anteriores, románicos, entre los que se citan la portada -de tres arquivoltas y con capiteles donde se representa una sirena de doble cola y aves picoteando una hoja de acanto- y la pila bautismal. La iglesia en sí es de una nave, cubierta a dos aguas con armadura de madera. Arquitectónicamente sobresale su presbiterio, donde se aprecia una magnífica bóveda de crucería. En el altar mayor existen dos puertas; una lleva al campanario a través de una escalera de caracol y otra comunica con la sacristía, levantada a finales del siglo XVIII, durante la última gran reforma de la iglesia.
Los romanos preferidos de los niños
Entre las obras de arte de la iglesia sobresalen dos: un cuadro de San Sebastián, tal vez perteneciente a la escuela de Berruguete –así lo cree el historiador Diego Conte-, y la pintura principal del altar, donde se representa el nacimiento de San Juan Bautista, atribuida al pintor segoviano Nicolás Greco; posiblemente, ambas piezas sean del siglo XVI. Además, la iglesia cuenta con tres retablos neoclásicos, con imágenes tan interesantes como la de Nuestra Señora de la Esperanza, situada ante el altar. A modo de curiosidad, el templo conserva las figuras de dos romanos, que antaño formaban parte del llamado monumento de Semana Santa.
El cementerio, junto a la iglesia
En algunos pueblos, pocos, persiste la costumbre de enterrar a los muertos en el camposanto situado junto a la iglesia. Castrojimeno es uno de ellos. Choca ver que todos los enterramientos estén realizados en tierra y ninguno tenga lápida. Se limitan a una enhiesta cruz de mármol blanco o, en pocos casos, de hierro negro. “Aquí se observa la igualdad ante la muerte”, escribe la historiadora María Mercedes Sanz de Andrés.
Un barco llamado Castrojimeno
Sobre ese arrecife pretérito se eleva, en un promontorio, el pueblo de Castrojimeno, a modo de un barco que surca las olas, rumbo a Carrascal del Río, dejando a babor la llamada Hoceca y a estribor el reguero de la Canal. Como mástil del navío aparece, en lo alto de la roca, la iglesia de Nuestra Señora de la Esperanza. El caserío en sí, un notable conjunto de arquitectura vernácula, combina dos modelos constructivos diferentes: uno de tradición serrana y otro más propio de tierras llanas. Así, es frecuente encontrar casas con la planta baja de mampostería caliza y, en el piso superior, entramado de madera de enebro.
Castrojimeno is different
Parafraseando el eslogan turístico de España en los años 60 se puede afirmar que Castrojimeno is different. Se percibe a primera vista, y luego queda confirmado al observar con tranquilidad su palpitar. En Castrojimeno, el caminante siempre fue de sorpresa en sorpresa. Quedó maravillado al entrar por primera vez en casa de Margarita Lavirgen, junto a la iglesia, y ver en el zaguán un hermoso manantial. Le encandiló sobremanera una vieja máquina, para elaborar formas sagradas, conservada en el templo parroquial… En esos pequeños detalles radica el pintoresquismo de Castrojimeno, su peculiaridad.
Una rareza ornitológica
De forma casual, hace poco más de tres lustros –en 2005- se halló un nido de buitre leonado con dos huevos en el barranco de la Hoz. Los afortunados descubridores fueron el naturalista Alberto Tejedor y el firmante de estas líneas, quienes todavía guardan en su memoria aquel grato momento. Conviene advertir que cada pareja de buitre leonado pone solo un huevo al año. Como excepción a esta regla existen algunas citas de puestas dobles, en Francia, Cerdeña o Israel. El hallazgo de Castrojimeno fue comunicado al Comité de Rarezas de la Sociedad Española de Ornitología (SEO/Birdlife), que dio validez al episodio y lo publicó en una revista especializada.
La agradable Fuente Grande
Es, sin duda, uno de los rincones más gratos de la falda de la Serrezuela. Se accede a ella desde la carretera de Sepúlveda a Peñafiel. Nada más pasar el cruce de entrada a Castrojimeno, pero a mano derecha, sale un camino, en buen estado, que lleva a la Fuente Grande. Durante el trayecto, de unos dos kilómetros, no es extraño toparse con algún corzo. Una merienda con buena compañía junto al tranquilo manantial se antoja como un placer casi insuperable.
Las alegres bodegas
Los pueblos vitivinícolas contaban, como es lógico, con una zona de bodegas subterráneas, por lo común situada fuera del núcleo urbano, en un arrabal colindante. Casi siempre ubicadas en pendiente, estas construcciones auxiliares constituían un conjunto arquitectónico propio, revelador de la economía y la vida cotidiana, especialmente en su aspecto festivo. Las bodegas de Castrojimeno cumplen ese modelo. La mayoría se localizan en las laderas que bordean el poblado, si bien también quedan algunas dentro del casco histórico. Y aunque han perdido su función primigenia, pues prácticamente no se elabora vino en Castrojimeno, las familias se esmeran en su cuidado, deseosas de mantener vivo el legado recibido.
Un lagar espléndido
De la relevancia que tuvo la elaboración de vino en Castrojimeno habla el porte de su lagar, uno de los más destacados de la provincia de Segovia. Antes de la vendimia se limpiaba como oro en paño. Allí se pesaba la uva y, a continuación, se pisaba con los pies descalzos, saliendo a continuación el mosto, para general regocijo de la concurrencia. Más tarde, la prensa –en la que destaca una enorme viga de madera- ejercía su función de exprimir al máximo la uva. No era el vino de Castrojimeno para paladares exquisitos, según reconocen los propios vecinos, pero cumplía a la perfección con su función de animar las reuniones familiares y de amigos.
Si el visitante quiere pasear, una excelente opción es ir por la senda del barranco de la Hoz. Bajo la proa de Castrojimeno, junto a unas bodegas, arranca un estrecho camino, que a medida que asciende regala preciosas vistas del solitario valle, flanqueado en algunos tramos por paredones calizos donde anida el buitre leonado. En el ecuador de la ruta se encuentra la Fuente Pascuala, un misterioso ingenio cuyo discontinuo chorro deja con la boca abierta. Desde allí, el andariego va por el fondo de un valle, junto a un arroyo denominado Valdehornos. Y en un rato llega a Carrascal del Río.
El Enebrón
Plantado en la mojonera entre Castroserracín y Castrojimeno se localiza el Enebrón, un árbol mayúsculo. Testigo, desde su atalaya, del correr de la vida, ofrece sombra y paz. No es extraño, pues, que alguien haya elegido el lugar para su descanso eterno. La madera olorosa del árbol aromatiza el ambiente. “Se como el enebro, que perfuma al hacha que le hiere”, aconseja Manuel González Herrero.
Extraido del libro: ‘Por el Ochavo de las Pedrizas y Valdenavares’ (2021).
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