
“No es difícil vivir en un pueblo como Becerril; lo esencial para adaptarse bien es que te guste el campo”, asegura Teresa Sarabia. Hace diez años, ella y su marido [Juan Carlos Herranz] decidieron dejar Madrid. Buscaban “un cambio” en sus vidas, y entendieron que para lograrlo necesitaban salir de la ciudad. Así que cogieron en brazos a su hija, de tres años, y se vinieron a Becerril, a gestionar una bonita casa rural ya en funcionamiento, ‘La Encantada’. De la noche a la mañana se encontraron residiendo en lo que consideran “un entorno excepcional”, aunque con algunos inconvenientes, derivados de su lejanía a grandes núcleos de población. Solventaron esos problemas “con organización”. Y ahora, echando la mirada atrás, Sarabia no duda en afirmar que la experiencia está siendo “muy positiva”, en todos los sentidos.

A inicios de 2018, una copiosa nevada dejó Becerril incomunicado por carretera durante dos días. Lejos de quejarse, ella sostiene que aquel episodio fue “sumamente divertido”. “Si tienes leña, gasoil y comida en el congelador se puede aguantar perfectamente”, recalca. Tampoco lamenta que su hija, ahora con nueve años, sea la única niña del pueblo, pues “tiene amigos en Villacorta”, y el pequeño grupo se las arregla para estar siempre en contacto. “Aquí no estamos aislados –agrega esta profesora de violonchelo-, es cierto que nos encontramos lejos de un núcleo urbano, pero yo tengo Internet en casa, y puedo comprar lo que quiera por Amazon”. Dos días a la semana, Sarabia viaja en coche a Segovia, a dar clase en el Conservatorio de Música. En definitiva, su familia no se siente alejada del mundo; simplemente ha elegido ir por un camino alternativo.
“Te tiene que gustar esta forma de vida”, reitera Sarabia, quien no tiene inconveniente en pregonar las maravillas de Becerril, sobre todo “las vistas de la montaña”. Y no olvida, al hablar del pueblo, su iglesia de origen románico ni tampoco la espaciosa plaza arbolada –la mayor de los pueblos de esta ‘ruta del color’-. “En este entorno –agrega- es relativamente fácil ver animales en estado salvaje”. Cita las perdices, los abejarucos, los tejones, las ginetas o los corzos, entre otras especies.

Por decisión propia, los Herranz-Sarabia llevan una existencia tranquila, en contacto permanente con la naturaleza. Cultivan un huerto y tienen un corral con gallinas. En los meses de verano, su producción acaba en las mesas de ‘La Encantada’, establecimiento con siete habitaciones. “En otoño –finiquita Sarabia- recogemos setas de cardo y senderuelas, que luego servimos a nuestros clientes”.
La iglesia de Nuestra Señora de la Asunción
Coinciden dos estudiosos del arte románico [Juan Manuel Santamaría y David de la Garma] en calificar a la iglesia de Becerril de “ruda”. Construida con lajas de pizarra, la edificación es de una nave, con presbiterio rectangular y ábside de semitambor, habiéndose añadido con posterioridad otra nave en el lado sur. De la Garma destaca, de su exterior, la corona de canecillos y sus dos portadas. De su interior es interesante el arco de triunfo, de medio punto, que gravita sobre dos columnas con capiteles de aves y piñas.
En los últimos años el templo ha sido objeto de una rehabilitación, en el transcurso de la cual se eliminó el yeso que cubría su techumbre, dejando al descubierto una hermosa viguería y parte del antiguo artesonado policromado. Acabadas las obras, los vecinos reinauguraron la iglesia, en julio de 2012, celebrando una eucaristía a la que acudió el obispo de Segovia.

Un cementerio sin estrenar
A finales del siglo XVIII, en 1787, el rey Carlos III prohibió los enterramientos en las iglesias. Sin embargo, no logró erradicar tal costumbre, que perduró todavía mucho tiempo… y en algunos lugares, como Becerril, sigue hoy vigente. Lo original de este último caso es que, a mediados del siglo XX, se construyó un nuevo camposanto en el municipio, pero nunca se llegó a inaugurar. De acuerdo a la información facilitada por la historiadora Mercedes Sanz de Andrés, el pueblo aportó un terreno, debidamente acondicionado, para habilitar la necrópolis, cuyas dimensiones eran de 30 metros de largo y 20 de ancho, con capacidad para 140 enterramientos. La Comisión Provincial de Servicios Técnicos emprendió el proyecto en enero de 1961, bajo dirección del arquitecto Pedro Escorial. Acabadas las obras, que incluían una capilla depósito y una sala de autopsias, el cementerio quedó al pairo. “A los vecinos –explica ahora Manuel Gómez- no los gustó aquel camposanto; decían que quedaba muy lejos del pueblo, como a un kilómetro, y que cuando había que enterrar a alguien en invierno, en época de nevadas, suponía un gran trastorno ir hasta allí”. Así que siguieron enterrando junto a la iglesia. Hasta hoy.
Una asociación modélica
Cuando el municipio de Becerril fue agregado a Riaza, en 1979, aquello pareció el acabose. Pero no. Surgió al poco, por iniciativa de Manuel Gómez, la asociación de vecinos Hogar de Becerril, convertida desde entonces en altavoz de los lugareños ante las administraciones públicas e impulsora permanente de iniciativas para revitalizar el pueblo. Tal labor tuvo pronto eco, y moradores de otros pueblos de la comarca quisieron seguir su estela, constituyendo otras asociaciones con fines similares. Hoy, Hogar de Becerril, cuya sede es el edificio donde antaño se ubicaron el ayuntamiento y las escuelas, cuenta con cerca de 140 socios. La entidad organiza las fiestas y sigue planteando ideas para mejorar Becerril.
En color negro
En Becerril, por la abundancia de pizarra, el negro es dominante. Pero negro no es sinónimo de oscuro, pues a la luz del día esos muros brillan, invitando a acercarse a ellos y acariciarlos. Es entonces cuando se descubre que la pizarra local –al parecer, muy sencilla de labrar- alterna con cuarcitas blancas y areniscas rojizas. En un plácido paseo por el caserío, el caminante puede encontrar varios ejemplos de casas con corrales delanteros. La arquitectura tradicional, cuyo grado de conservación es “medio” –de acuerdo con la Escuela Superior de Arquitectura y Arte de la Universidad Europea de Madrid CEES- ha sido objeto de continuas intervenciones en las dos últimas décadas. “Se han reconstruido muchas casas, lo que ha requerido importantes inversiones –explica Manuel Gómez-, pero todavía quedan bastantes ruinas en el pueblo”.

La ermita de San Fabián y San Sebastián
A no mucha distancia de Becerril se sitúa la ermita de San Fabián y San Sebastián, un menudo edificio de mampostería, reforzado con sillares rojos en las esquinas. Presenta tejado a cuatro aguas, con lajas de pizarra. Cuando Julio Miguel Ángulo publicó Las ermitas en la provincia de Segovia, en 2004, contaba todavía con un tejadillo saledizo en su entrada, hoy desaparecido. En su rústico interior se conserva un humilde altar de madera con varias tallas.
A ‘los Cuarteles’ de Guadalajara
Desde tiempo inmemorial, los vecinos de Becerril, junto con los de Martín Muñoz de Ayllón y los de Alquité, llevaban su ganado cerril, no domado, a ‘los Cuarteles’, paraje situado en la vertiente de Guadalajara de la Sierra de Ayllón. Por tradición, el traslado, de un día de duración, se realizaba a mediados de abril, permaneciendo los animales en ‘los Cuarteles’ hasta la festividad de Santiago, a finales de julio. “Los pastos de allí eran muy buenos –cuenta Jeromín, de Alquité-, y el ganado podía beber del río Rio Lillas, donde se criaban excelentes truchas”. “En los Cuarteles –agrega este informante- existía un chozo para los pastores, que se iban relevando; el número de cabezas que cada uno aportaba determinaba los días que debía pasar cuidando al ganado”.

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Del Color de la Tierra (2019)
Un recorrido por los pueblos rojos, negros y amarillos.
Coeditado: Librería Cervantes y Enrique del Barrio
https://libreria-cervantes.com/libro/del-color-de-la-tierra_27206