El conjunto Ensamble 442, en su versión cuarteto con piano. / N. LLorente

Con el programa que proponía la Juan de Borbón todo indicaba que la tarde iba a ser de provecho. También con el prestigio que arrostraba el Ensamble 442. La guinda vendría con las propinas: la Pantomima y la Danza ritual del fuego, piezas de la magistral El amor brujo, de Manuel de Falla, con arreglos del propio pianista Luis Fernando Pérez, que la adaptó al quinteto con piano. Eso obligó a cambiar el orden inicial del concierto, comenzando con el Cuarteto con piano en sol menor, opus 25, de Johannes Brahms, dejando la presencia del contrabajo para La trucha, de Franz Schubert, y para las dos piezas del andaluz.

Decía que la tarde prometía: el repertorio estaba compuesto por dos piezas magistrales del siglo XIX, tremendamente populares, pero que requieren una coordinación y claridad musical que si no existen dan al traste con el experimento. El Cuarteto comienza —como tantas veces en Brahms— con un protagonismo del violín, que después será de toda la cuerda, y con un piano pianísimo. Es un Allegro típico del músico que engaña, pues es después el piano quien toma las riendas, hasta terminar en el Rondo alla Zingarese, que es la apoteosis del piano: exultante y rotundo, irradiador de emociones y de ritmo. Hubiera dado parte de mi por otro lado escaso patrimonio por ver a Clara Schumman al piano en el estreno de la obra allá por 1861 y en Hamburgo.

El peligro en estos casos es que el piano arrolle a la cuerda; el peligro añadido en este caso era que el Ágora de la UVa no fuera el lugar adecuado para una composición con estos matices. Pero la estratégica colocación de los micrófonos y la modulación de los músicos permitieron a la obra enseñar todas sus caras, que son muchas y diferentes.

No creo extralimitarme si confieso que Schubert es uno de mis compositores favoritos. Bach, Beethoven, Wagner y Schubert. Si buscan un quinteto añadan a Mahler (si hablase de genios, incluiría a Mozart). Me pregunto qué hubiera sido si no hubiera muerto con 31 años. La trucha irradia alegría. Huele a primavera, a campo, a variación musical, a lied. También comienza con un juego entre la cuerda —violín que rápidamente es complementado por el resto del quinteto— y con el piano en figuración rápida y ascendente que simboliza el curso del agua. Otra vez la coordinación de los músicos dio coherencia al poliedro y a los colores con que este se tiñe.

Y llegó el final: el oboe que a los pocos compases toma el protagonismo del solo de la Danza aquí fue sustituido unas veces por el piano y otras por el violín.

Imaginativo arreglo de L.F. Pérez y destacable interpretación. Agradecer, cómo no, al Ensamble, que después de dos piezas tan difíciles regalaran ocho minutos de propina. Y de la buena.

Programa:
Cuarteto con piano en sol menor. Op. 25, de Johannes Brahms.
La trucha, de Franz Schubert
Ficha técnica:
Ensamble 442
Luis Fernando Pérez | piano
David Apellániz | chelo
Juan Luis Gallego | violín
Rocío Gómez | viola
Jorge Muñoz: contrabajo.