
Tiene 77 años. Lo dice en varias ocasiones a lo largo de la entrevista. Quizá porque su vitalidad no se corresponde con su edad. De hecho, mantiene intacta la que siempre ha sido una de sus señas de identidad: su espíritu libre. La actriz, escritora, productora y directora teatral Magüi Mira (Valencia, 1944) es una mujer de “compromisos” que seguirá trabajando hasta que su cuerpo, su cabeza y sus emociones se lo permitan.
Es precisamente el compromiso con su profesión el que ahora le hace subir a las tablas para dar de nuevo voz al “pensamiento privado” de Molly Bloom, un concepto en el que hace especial hincapié. La interpreta cuando se cumplen 100 años de la publicación del ‘Ulises’ de James Joyce, y más de cuatro décadas después de meterse en la piel del personaje en ‘La noche de Molly Bloom’.
Cuando escucha el nombre de “su Segovia querida”, rápido le viene al recuerdo su vínculo con la provincia. Su madre nació aquí y ella conserva una casa en uno de sus municipios. Hoy volverá a la tierra que aún guarda con tanto cariño en su memoria: aterrizará en el Teatro Juan Bravo con su obra teatral ‘Magüi Mira Molly Bloom’ a las 20:30 horas.
— Después de 42 años, se mete de nuevo en la piel de Molly Bloom. ¿Qué ha cambiado desde entonces?
Es una mujer valiente, que es consciente de su condición femenina y se da cuenta de que vive en un mundo injusto para las mujeres, que estamos desenfocadas. Es un personaje que ha saltado de la novela de Joyce a la escena, que no sé lo que pensaría si viera que su obra está en los escenarios. Él la escribió para el lector, de tú a tú, y no es lo mismo esa intimidad, que escucharla en un escenario.
Cuando la interpreté hace 42 años, salíamos de la dictadura y empezábamos una democracia. El país ha cambiado mucho en este tiempo, pero creo que todas las mujeres tenemos algo de Molly Bloom. Hay parte de sus deseos insatisfechos que siguen viviendo en mí y en todas nosotras.
— ¿Cuáles son esos deseos?
Las mujeres seguimos fingiendo orgasmos. Esto quiere decir que el deseo de ser libres en las relaciones sexuales todavía no lo hemos conseguido. Otro es un deseo insatisfecho de hace 100 años, que sigue en 2022, que es el de ser profesionales de primer orden, tener las mismas oportunidades. Ella es cantante de opereta y dice “podría haber sido una prima donna, pero me casé”.
El deseo de poder conciliar una vida personal con la profesional, y de acceder al conocimiento, porque todavía hay muchas mujeres hoy que, por su singularidad, no pueden tenerlo. Hace 100 años no podían ni entrar a una universidad, hemos avanzado mucho, pero sigue habiendo deseos insatisfechos.
— A pesar de la evolución que menciona, ¿el monólogo de Molly Bloom sigue escandalizando?
Sigue sorprendiendo. Primero, por el humor tan enorme que tiene y por la ironía, que es magistral. Y, después, por ella misma. Hay tanta ironía, tanta inteligencia, tanto talento en esta mujer que no puede salir de su casa, ni viajar, que era lo que le pasaba a las mujeres casadas hace 100 años. Bueno, y a mí, que tampoco podía viajar sin permiso de mi padre o de mi marido.
Hay mucha ironía, porque todas esas cosas que ahora hemos superado, dichas ahora, 40 años después, tienen mucho humor. También sorprende algo que nos pone contra las cuerdas, y es que hoy los hombres y mujeres, juntos, todavía no hayamos solucionado todos esos deseos insatisfechos de los que hablaba antes, para que tengamos una vida mejor, más justa.
—Por tanto, cree que aún falta camino por recorrer.
Claro. Eso en este espectáculo se recibe con mucho humor, a veces con momentos muy duros, porque el lenguaje que escuchan los espectadores no tiene filtro, es brutal, ya que es el lenguaje del pensamiento. Esta fue una de las revoluciones que hizo Joyce cuando escribió la novela. Cuando pensamos en soledad, no ponemos un filtro, pensamos descarnada y desordenadamente, con los nombres que tienen las cosas. En cambio, cuando hablamos sí ponemos filtros, para ser políticamente correctos, para entendernos, no ofender a la otra persona… Por eso, el lenguaje sorprende porque no estamos acostumbrados a oír sin filtro cosas que mueven y forman parte de la vida.
— ¿El espectador también se sorprendería si escuchase esas cosas en boca de un hombre?
De un hombre y de una mujer. Este personaje es mujer, pero si un hombre cuenta lo que piensa por la noche, cuando está solo antes de dormirse, la mitad no lo podría decir. Todo lo que pensamos no lo podemos decir en voz alta. El pensamiento privado es como la caja negra de los aviones; nadie sabe lo que tiene, hasta que el avión se estrella. Nosotros nos lo llevamos a la tumba.
— Y el teatro saca a la luz ese pensamiento privado.
Esa es la magia y la maravilla, porque estos pensamientos no se dicen nunca, pero en el teatro hay un pacto y se dicen en voz alta. Todo lo que sale de la boca de Molly Bloom es su pensamiento íntimo, como si me hicieran un escáner en el cerebro.

Un espíritu libre
—A lo largo de su carrera, ha demostrado que tiene parte de Molly Bloom: es un espíritu libre.
Hay que vivir con compromiso y trabajando por las cosas en las que se cree. Tenemos que conseguir una sociedad mejor, en la que no haya diferencias. Las mujeres no tenemos que estar sometidas porque seamos mujeres, tiene que haber paridad. Esta función sobre todo habla de las relaciones sexuales: entre ella, su marido y sus amantes. Por eso, todas las mujeres tenemos algo de Molly Bloom; queremos que se nos respete y se nos reconozca. En ese sentido, yo intento ser consecuente y tomarme la libertad que puedo, siempre con el máximo respeto hacia los demás.
— En su caso, empezó a trabajar como actriz a los 30 años, una vez que ya había tenido a sus hijas. En aquella época, esto significaba romper con lo que parecía estar establecido.
La profesión ya existía, pero era muy dura porque las actrices no lo teníamos nada fácil. Yo tenía dos hijas y conciliar mi vida de actriz con mi vida de madre, sin ninguna ayuda, no era nada sencillo.
— ¿Qué tenía el mundo de la interpretación que le atrajese, a pesar de que no era fácil compaginarlo?
El deseo de comunicar, de contar historias, porque los deseos mueven la vida. Me convertí en una profesional; estudié Arte Dramático y cómo llegar al espectador. Esto es un arte, es la posibilidad de crear personajes que nutren y enriquecen tu vida. Aunque es una profesión muy dura, muchísimo más de lo que la gente cree, pero también es una labor maravillosa, con la que yo me comprometí.
— ¿Cómo se tomaron en su entorno su decisión?
La primera sorprendida fui yo, porque empecé a estudiar y nunca pensé que iba a convertirme en una actriz profesional, me parecía imposible conciliar mi compromiso de madre con lo que exige este trabajo. Pero a veces la vida te da estas sorpresas. Estudiando en el Instituto de Teatro de Barcelona hice como práctica ‘La noche de Molly Bloom’, dirigida por José Sanchis Sinisterra. Impactó y escandalizó tanto en ese momento, que empezaron a salir oportunidades y acabé interpretándola en Madrid. Desde 1981, no me he bajado nunca de un escenario.
— De hecho, a sus 77 años le siguen llegando papeles. ¿Puede ser esto otra muestra de cambio en la sociedad y, en particular, en el mundo de la actuación?
Ahora voy a participar en una película con guion de Elvira Lindo, que dirige Daniela Fejerman. Las historias se cuentan de manera diferente, ni mejor ni peor, pero no se cuenta igual desde la estructura mental, la experiencia vital, el mundo hormonal que tiene un mujer, que como la cuenta un hombre, somos mundos diferentes. Ahora nos damos cuenta de que en la vida existen abuelas y para eso hacen falta actrices mayores, porque la vida es así y la escena bebe de la vida.
Controlar las emociones
Yo soy una provocadora nata como actriz y como directora. Mi oficio es provocar al espectador y si consigues esta provocación, el público va al teatro
— El compromiso del que habla, ¿también lo teje con su público? Una de las tareas más difíciles de los actores es llegar al espectador.
Si tienes el compromiso con la vida que vives, eres capaz de saber qué temas pueden interesar, qué tienes que contar, cómo vas a encontrar la complicidad con los espectadores. Si vives la misma vida que ellos, tienes esa posibilidad de establecer complicidad y de incorporar la belleza, que es una emoción y, con ello, eres capaz de provocar al espectador. Yo soy una provocadora nata como actriz y como directora. Mi oficio es provocar al espectador y si consigues esta provocación, el público va al teatro.
— En una entrevista dijo que “maneja sus emociones”. ¿Ejerce cierto control sobre lo que muestra y lo que esconde?
Por supuesto, en el escenario y en la vida, pero en este caso es por supervivencia, porque hay cosas que no puedes enseñar, ya que después te hacen daño. La maravilla del escenario es que tienes la libertad de expresar, puesto que estás interpretando a otra mujer, no eres tú, y ahí estás protegida como persona.
—¿Puede decir que está orgullosa de su trayectoria?
Me siento muy afortunada, sobre todo, por las personas que he tenido a mi lado, de las que sigo aprendiendo. Este viaje no se acaba nunca, porque siempre habrá una abuela de 80 o de 90 años que interpretar. Siempre que alguien la escriba, claro, porque las hay en la vida.
— Entonces, por el momento no se plantea el fin de su carrera.
No. Yo me imagino que llegará un momento en el que no sé si mi cuerpo me seguirá, porque esto es muy agotador. Tengo que cuidarme, que esa es una de mis prioridades; mi cabeza, mis emociones y mi cuerpo son mis instrumentos.