A orillas del Sena, los Juegos Olímpicos de París 2024 dieron su pistoletazo de salida el pasado 26 de julio con la ceremonia inaugural a una nueva cita olímpica que, por tercera edición consecutiva, contará con el sello de la ciudad de Segovia. La culpable, Águeda Marqués. La atleta segoviana, además de hacer su sueño realidad, será la seña de identidad, faro y orgullo de una provincia que volverá a sentirse partícipe en primera persona de uno, sino el que más, evento deportivo por excelencia del planeta. Y no será ni mucho menos la primera vez, puesto que Águeda Marqués es tan sólo el último ejemplo de los hasta 12 pioneros segovianos que, a lo largo de su ahora XXXIII edición de la historia de los Juegos, elevaron el nombre de Segovia a todas unas Olimpiadas.
Echando la vista atrás, hay que remontarse al siglo XX, en concreto, a los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1932, para encontrar la primera presencia de un atleta segoviano en los que fueron las X Olimpiadas. El precursor, Gastón Mayor. El boxeador nacido en Segovia y posteriormente nacionalizado francés abrió el camino de los atletas de la ciudad en una cita olímpica con una actuación memorable en la categoría de pesos ligeros que lo llevó hasta los cuartos de final, dónde finalmente cayó frente al púgil que se acabó alzando con la medalla de plata.
Un primer olímpico segoviano que abrió la veda para que, cuatro años más tarde, en los Juegos de Berlín 1936 hiciese acto de presencia un nuevo integrante, Tomás Velasco Palomo. El esquiador de La Granja, con una técnica basada en la resistencia, compitió en la prueba de los 18 kilómetros en una cita olímpica ante la que la ciudad de Segovia tuvo que aguardar un total de seis ediciones más o, lo que es lo mismo, 24 años después, para volver a contar con una nueva representación. Una espera tan ansiada como anhelada que llegó a su fin en los Juegos Olímpicos de Roma 1960 cuando el sello de Segovia volvió a sonar con fuerza con hasta una triple representación.
En baloncesto, el base segoviano formando en el Estudiantes, Jesús Codina, formó parte de la expedición española, mientras que en esgrima, Ramón Martínez Roig y Pablo Ordejón Díez participaron en sable individual y por equipos. Un total de cinco presencias segovianas que en las XII Olimpiadas no cesaron porque doce años después, sobre suelo alemán, Agustín Fernández y Carlos Melero avivaron la llama olímpica de la ciudad.
MÚNICH 72, LOS JUEGOS DEL TERROR
En ciclismo, Melero, tras alzarse con la medalla de oro en la contrarreloj por equipos en los Juegos del Mediterráneo que se disputaron en Esmirna, acudió a la cita bávara donde finalizó la prueba en undécima posición. Por su parte, la presencia del maratoniano Agustín Fernández en Múnich 72, Juegos en los que se vivió una de los episodios más oscuros en la historia de las Olimpiadas con un acto terrorista, significó la primera aparición segoviana en el deporte rey por excelencia de una cita olímpica, el atletismo.
“Estar en Múnich fue una ilusión tremenda porque es todo a lo que puede aspirar un deportista. Es cierto que fueron unos Juegos traumáticos por los atentados, en los que pasamos muchísimo miedo y en los que recuerdo que nos tuvieron retenidos en la villa. Vivimos momentos de temor, de mucha incertidumbre y en los que muchas veces no éramos siquiera conscientes de lo que estaba sucediendo, pero en lo deportivo, el simple hecho de poder acudir y competir en ellos, fue todo un sueño”, revela un Agustín Fernández que finalizó la prueba en la trigésimo novena posición.
Aún así y, cuatro años más tarde, el segoviano escribió de nuevo su nombre en una cita olímpica, Montreal 76. “La preparación allí fue todavía más difícil porque la Federación exigía una mínima para poder acudir y nosotros la conseguimos un mes antes de la cita en Guipúzcoa. Fuimos tres españoles, pero es verdad que los resultados no fueron los esperados. Sólo yo conseguí terminar la prueba, pero como bien decíamos, ya el mero hecho de estar en unos Juegos es el recuerdo que te llevas a casa”.
Las actuaciones de Carlos Melero y Agustín Fernández dieron paso a la aparición del que, con los resultados en la mano, probablemente haya sido el mejor deportista de la historia de Segovia: Antonio Prieto. Campeón de España en infinidad de ocasiones y plusmarquista nacional de 5.000 y 10.000, el atleta de Hontoria bajo el mote de ‘Taca’ y catalogado como el sucesor de Mariano Haro, elevó el nombre de Segovia a unos Juegos Olímpicos a lugares inimaginables con hasta tres participaciones consecutivas: Moscú 1980, Los Ángeles 84 y Seúl 88. Casi nada.
Tres presencias que evidencian la relevancia de un atleta que fue uno de los dominadores de la época y que abrió el camino a muchos. Y es que, a pesar de que sus mejores actuaciones siempre llegaron en crosses, su participación más destacada en los Juegos fue precisamente en la última, en Corea del Sur, donde Antonio Prieto se abrazó a una más que meritoria décima posición. Y, aún así, la figura de Prieto no fue la única segoviana en Seúl 88, ya que la gimnasta María Martín también escribió su nombre en la historia al ser la primera deportista de la ciudad en competir en unas Olimpiadas.
Con una marca de 57.475, Martín consiguió la vigésima posición en la prueba de individual y elevó el número de deportistas segovianos en unos Juegos hasta los nueve. La décima llegó de la mano de Miguel Ángel Prieto en Barcelona 92, donde el marchador fue el único representante segoviano en una cita en la que finalizó en décima posición y el triunfo se quedó en casa con la victoria de Daniel Plaza.
LA CRUELDAD DE RÍO 2016
Veinticuatro años después y tras una demora de seis ediciones, la XIII entrega de las Olimpiadas celebradas en tierras brasileñas fueron testigo de un destino fatídico para la representación segoviana. El protagonista, Javi Guerra, y la causante, una tromboflebitis en la zona baja de su gemelo que negó al deportista su participación en la maratón. “Tengo una relación de amor-odio con los Juegos. En Río 2016 viví el lado más amargo del deporte porque estaba allí, formaba parte de la expedición española e hice el desfile inaugural con ellos, pero a escasos días de la prueba un problema de salud me privó de competir”, confiesa un Javi Guerra que, desde la resiliencia, esfuerzo innegociable e ilusión infinita, logró quitarse la espinita y, cinco años después, cumplió su sueño olímpico en los Juegos de Tokio 2021.
Una llama que tardó en arder un año más tarde de lo previsto a razón de una pandemia que se erigió como la triste protagonista. “Fueron unos Juegos complicados, muy duros y con muchísimas restricciones médicas. Recuerdo estar confinados en un hotel y nos llevaban exclusivamente para entrenar a una pista de patinaje. Todos los días teníamos que pasar pruebas de saliva para comprobar que no éramos positivos, por lo que no se pudo disfrutar del todo”, rememora un Javi Guerra que tiene sentimientos encontrados respecto a su participación.
“Sufrí una caída demasiado pronto en un avituallamiento que me perjudicó durante el resto de la prueba. Me mentalicé que a partir del kilómetro 25 o 30 iba muy mal, las piernas me fallaban, las condiciones meteorológicas no ayudaban y me tuve que armar de valor y de fortaleza mental para conseguir acabar la prueba. Sólo pensaba en poder cruzar la meta como fuese y, aún con todo, conseguí lograrlo, así que por esa parte estoy contento”, comenta un Guerra tenaz que acudió a la cita olímpica junto a otro segoviano, David Llorente.
El palista de Palazuelos de Eresma, que ha acariciado su presencia en París, fue la duodécima cara segoviana en unas Olimpiadas de Tokio en las que finalizó en décima posición en la final de K-1. “Fue cumplir un sueño. Disfruté mucho la experiencia y solo me faltó saborear la final”, reconoció en su día Llorente sobre su actuación.