Era valor, saber estar, pundonor. No era uno más, era distinto. Era Víctor Barrio. Los entendidos del toro sabían del concepto que atesoraba y siempre le esperaban. La esencia de su toreo destilaba quilates. Su capacidad de improvisación delante de la cara del toro era su moneda al aire. No importaba la categoría de la plaza, ni el lugar. Se jugaba la vida. Dejaba su cuerpo y alma en cada lance, en cada muletazo. Teruel y un toro de Los Maños se interpusieron en su carrera y hoy el mundo del toro sueña con el toreo de Víctor Barrio.
El concepto clásico era el relieve de su Tauromaquia. Figura erguida, riñones encajados y un estilo depurado. Nunca volvía la cara a las corridas duras, ni a los compañeros. Un ejemplo, dentro de la plaza y fuera de ella. Era rival durante la corrida y compañero terminado el festejo. Los niños, los aficionados, los compañeros le admiraban. El toreo le admiraba.
Sus andares respiraban grandeza. Su disposición y entrega conjugaban la base de la fiesta. Siempre al lado de los más necesitados. En la plaza, no dudaba en volcarse con cada causa y se jugaba la vida por cada uno de los aficionados que se acercaban a verle. Salía por la Puerta Grande y le faltaba tiempo para acercarse a su gente y darle las gracias por pagar la entrada, con la que se jugaba la vida. Un gesto a la altura de Víctor Barrio.
La llegada de Víctor al toreo no era para deshojar tréboles de cuatro hojas. Debutó con 19 años y desde el principio de su carrera enfiló los pasos de los elegidos. En 2010, se presentaba en Las Ventas y rápido alzó la voz: una oreja y una vuelta al ruedo fueron el aval con el que llegaba al escalafón de novilleros. A partir de ahí, obtuvo el título de “torero de Madrid”, un título al alcance de las leyendas del toreo. Una temporada después se erigió como número uno de los novilleros con picadores, trenzando el paseíllo en plazas de la categoría de Sevilla, Barcelona, Bilbao, Valencia, Córdoba, Santander, Salamanca o Albacete.
El 8 de abril de 2012 se doctoró en la plaza de Las Ventas de Madrid, con José Pedro Padros ‘El Fundi’, como padrino, y Juan del Álamo, en labores de testigo. A partir de ahí, Barrio se forjó como torero con un firme objetivo: el de llegar a la cumbre. La pasada campaña fue la temporada de “querer ser”. Era la del camino. Esta, 2016, era la de “llegar a serlo”, pero el drama de la Tauromaquia se encarnó en ese ‘Lorenzo’, de 529 kilos y herrado con el 26 de Los Maños.
Decían que tenía la estampa de Manuel Rodríguez ‘Manolete’ y una clase torera distinta. La historia quiso que tuvieran el mismo trágico desenlace. El cielo quedará a los ojos de su toreo. Su último paseíllo lo alzó en leyenda. “Mi intención es darlo todo cada tarde que me vista de luces”, rezaba.
Segovia siempre llevará por bandera al torero más grande que haya podido tener esta tierra. Las lágrimas del toreo lloran al diestro de Grajera. Hoy, por siempre, Maestro.