
Sus investigaciones son un tanto desconocidas. Aunque resulte paradójico, quizá se asemeja en esto a un personaje que fue clave en la historia de España. Puede que el historiador Rafael Altamira (1866-1951) y Felipe II (1527-1598) tengan ciertas similitudes. El humanista se encargó de estudiar en profundidad la psicología general y la individualidad humana del que fuera rey. Su único objetivo era que se pudiera juzgar su figura y reinado con rigor, para combatir así las confusiones que hay en torno a un monarca rodeado de luces y sombras, que tuvo un estrecho vínculo con la provincia de Segovia, en concreto, con el palacio de Valsaín. Es esto precisamente lo que trató de hacer en el ‘Ensayo sobre Felipe II hombre de Estado’ que ahora ha reeditado ‘Gadir Editorial’, de la mano de su fundador, Javier Santillán, “un segoviano nacido en Madrid”.
En 2004, Santillán dio un giro de 180 grados a su vida; economista del Banco de España, se pasó al mundo de la edición. A lo largo de estos 18 años, ha conseguido consolidar el prestigio de ‘Gadir’. Su catálogo es de lo más variado: incluye ensayos, ficción, poesía, clásicos ilustrados para público infantil y juvenil… Para que esta editorial apueste por él, el libro ha de tener “calidad” y “utilidad”. Estos requisitos los cumple el ‘Ensayo sobre Felipe II hombre de Estado’. La primera edición española se publicó en 1959, pero Santillán quería recuperar la que considera que es una obra “brillante”, a la par que “de absoluta actualidad”.
— ¿Es Felipe II un personaje desconocido?
— Sobre Felipe II hay muchos malentendidos históricos a partir, sobre todo, de la leyenda negra, pero no solo por ello. Han caído sobre él toneladas de injurias absolutamente injustificadas, como pasó con la leyenda negra. Mucha parte de la historiografía posterior ha perpetuado, en un grado o en otro, muchos juicios que son injustos.
— Con esta obra, ¿Altamira pretende arrojar luz sobre su figura?
— Lo que intenta Altamira es hacer justicia con la figura de Felipe II, evitar el presentismo, es decir, el afán que desgraciadamente se tiene cada vez más por juzgar a personajes históricos con criterios rigurosamente actuales, lo cual es un grave error. También se pretende juzgarlos con criterios, no solo aplicables a su época, sino también a otros contextos, monarcas o gobernantes de su época, o lo que estaba ocurriendo en otros países.
— ¿Cuáles son algunas de esas “injurias” que han caído sobre Felipe II?
— Por ejemplo, en el tema de la intolerancia religiosa, se juzgó a Felipe II como si fuera de España hubiera habido una tolerancia religiosa, cuando la realidad era absolutamente opuesta, puesto que la intolerancia era la norma en esa época en toda Europa, y las persecuciones religiosas que hubo fuera de España fueron muy superiores a las que se produjeron aquí. Sin embargo, la fama se la ha llevado Felipe II y, por ende, España.
— ¿El historiador también recoge los errores del monarca?
— Altamira trata de deshacer muchos malentendidos, lo que no quiere decir que no haya habido, en algún momento, excesos en otro sentido, que él también considera errores. Por ejemplo, a Felipe II se le identificaba de alguna forma con el franquismo o con valores fomentados por el franquismo, sin ningún matiz, por el catolicismo, porque evidentemente era un rey católico y muy ortodoxo. El historiador se exilió, o sea que no tenía nada que ver con Franco, lo detestaba. Por ello, creo que es otro punto importante saber que hay historiadores que no se han considerado conservadores, que saben valorar la historia de España en su justa medida.
Además, Altamira señala algunos defectos del rey, como su poco gusto por los idiomas -aparte del español, solo hablaba latín- y por los viajes, ya que prefería estar en España y viajar lo menos posible. Habla también de su exceso de providencialismo, su lentitud en las decisiones, a veces por exceso de intervención, porque era tan minucioso que tenía que leer todos los papeles y darle el visto bueno a todos. Esto lógicamente retrasaba mucho la toma de decisiones. A su vez, señaló su excesiva desconfianza hacia sus colaboradores, aunque él buscaba gente íntegra y quería asegurarse de que eran los mejores posibles, siempre con esa pequeña suspicacia de fondo que a veces le llevó a equivocarse; también en ocasiones confió en personas que no eran adecuadas.
— ¿Altamira logra no caer en el juicio al que se ha sometido a Felipe II?
— Ese juicio crítico politizado hacia personajes, episodios o situaciones de nuestra historia, es un gravísimo error, y Altamira trata de huir de eso. Es decir, se puede ser de izquierdas y valorar perfectamente la obra de Felipe II.
Luces y sombras
— ¿El libro es un estudio psicológico de Felipe II?
— No solo eso. Altamira analiza todos los condicionantes que vinieron de su educación, de las ideas y las pautas que le imbuyó su padre, Carlos V. Aborda lo que era la noción de ser un rey, no solo de amplísimos territorios sino, además, en cuanto al concepto de patrimonio que tenían entonces las Casas Reales, es decir, lo que él heredaba era patrimonio de su familia y tenía el mandato explícito de preservarlo como tal, además, del asunto de gobierno y de las normas que debía aplicar con respecto a sus súbditos. En el aspecto patrimonial, una de las cosas que dice Altamira es que tenía, por supuesto, un concepto de defensa del patrimonio como una herencia de la Casa de Austria, pero que nunca lo llevó al extremo.
«Felipe II tuvo algo que ver con la brillantez del Siglo de Oro porque, entre otras cosas, era un hombre de una gran cultura, era mecenas de las artes y las ciencias, en contra de lo que se ha dicho a veces»
— En el prólogo asegura que esta época “fue determinante en nuestra historia”. ¿Se le ha dado el valor que merece a este periodo?
— Sin duda fue determinante porque fue una de las épocas más brillantes de la historia, no solo de España, sino de la humanidad. Esto está reconocido. Hablamos del Siglo de Oro español, que no es cualquier cosa. Es una época fascinante y yo pienso que, también en su conjunto, insuficientemente tratada y valorada, empezando por la propia España.
Yo creo que Felipe II tuvo algo que ver con esa brillantez porque, entre otras cosas, era un hombre de una gran cultura, era mecenas de las artes y las ciencias, en contra de lo que se ha dicho a veces. Su educación fue realmente extraordinaria.
— Altamira trata de ser lo más científicamente objetivo en Historia. ¿Lo consigue?
— Intenta dejar al lector que juzgue a partir de los datos objetivos que él proporciona, pero va dejando caer valoraciones propias, que es un poco inevitable, a lo largo del libro. Lo describe como un rey sumamente trabajador, minucioso, con un gran sentido de la justicia y con una gran madurez –fue regente de España a una edad tempranísima, siendo un adolescente, y ya mostró signos de responsabilidad. Además, era un hombre muy afable con su familia y muy querido por los suyos, contrariamente a otros reyes coetáneos; pensemos en Enrique VIII por ejemplo, que asesinó a sus mujeres. Aunque a Felipe II también le acusaron de haber matado a su hijo, algo que es totalmente falso. Esta es una parte de esa leyenda negra que ha triunfado.
— ¿En qué cuestiones considera que hay más confusión en torno a la figura y el reinado de Felipe II?
— Sobre todo, se le ha juzgado a menudo con una mezcla de presentismo, y hay una sombra de hostilidad que viene de la leyenda negra, de malos entendidos y de un conocimiento insuficiente, porque hay episodios fundamentales del reinado de Felipe II como el de la ‘Armada invencible’, que ha trascendido incluso a los manuales de Historia que hemos estudiado todos, que han tenido una trascendencia muy limitada.
En este caso se puede valorar el acierto o desacierto de Felipe II, que cometió seguramente algunos errores, con el momento o la persona que puso al frente en la armada. Tuvo la mala suerte de que fue una tempestad lo que anuló la incursión de la armada. Pero los ingleses, al año siguiente, atacaron España, y en La Coruña y Las Azores tuvieron un fracaso aún mayor, y eso no lo hemos estudiado nosotros. Aquella guerra la ganó España y, sin embargo, siempre nos han contado que fue un desastre por un error de Felipe II, lo cual es una absoluta tergiversación. Parece mentira que eso siga estando en los manuales de Historia de España y se siga vendiendo como una realidad, cuando no lo es.
— ¿Cambiará la visión del lector de Felipe II tras leer este ensayo?
— Espero que contribuya a ello. La intención es que, en primer lugar, se reconozca la figura de Altamira y, en segundo, que ayude a objetivar y conocer mejor a Felipe II. Se han publicado muchísimos libros sobre él, algunos muy buenos, pero este no ha perdido actualidad en absoluto por ese esfuerzo que hace por juzgar con objetividad y explicar todos los condicionantes. Incluye, por ejemplo, la enorme dificultad que supone gobernar un imperio de esa magnitud en una época en la que los medios de comunicación eran los que eran. Sería muy bueno que se valorara a Felipe II, en conjunto, con sus luces y sus sombras. Su figura es formidable, y hay que reivindicarla y reconocerla.
Palacio de Valsaín es una auténtica joya arquitectónica. Es una pena que esté abandonado y absolutamente deteriorado
Ligado a Segovia
— Felipe II tuvo un vínculo especial con la provincia de Segovia, en concreto, con Valsaín. ¿Cuál fue el origen de esta relación?
— Básicamente, se debe al Palacio de Valsaín, que es una auténtica joya arquitectónica. Es una pena que esté abandonado y absolutamente deteriorado, debería ser rehabilitado y declarado Patrimonio de la Humanidad, junto con el Palacio Real de La Granja. Me parece completamente absurdo que esté en ese estado y no se recupere porque, además, sería una fuente de ingresos, de arraigo y creación de empleo para la propia localidad de Valsaín.
— ¿Por qué se fijó en ese palacio?
— Era un antiguo palacio de caza, que ya Enrique III y Enrique IV usaban. A él le gustaba porque era un sitio muy agradable, tenía unas cuantas hectáreas alrededor del palacio. A Felipe II siempre le encantó y lo frecuentaba muchísimo. De hecho, él lo amplió y lo mejoró, basándose también en modelos de otros palacios europeos que había visto en sus viajes por Europa. Parece un pequeño Escorial y recuerda al Real Alcázar de Madrid en algunos aspectos.
— Fue preciosamente allí donde promulgó las Ordenanzas de descubrimiento y población en 1573, que se incluyen en el libro.
— De nuevo, estas son insuficientemente conocidas y son una obra maestra. En ellas habla de los descubrimientos que se hicieron en América y de cómo se debían urbanizar, asignar esos territorios y los cargos administrativos, y tratar a los habitantes, cuyos derechos respetaba y hacia los que siempre se dirigía con el mayor respeto, cariño e interés por ganar su amistad. Uno de los aspectos centrales de estas Ordenanzas era la disposición urbanística de las ciudades, cómo había que hacerlas y, realmente, la obra urbanística que hizo el imperio español en el siglo XVI y XVII fue una cosa descomunal
Todo esto es herencia de Isabel la Católica y del padre de Felipe II, Carlos V; en conjunto, las ‘Leyes de Indias’ son absolutamente ejemplares. Son un adelanto a la ilustración, y eso no se ha reconocido en absoluto, cuando luego otras potencias coloniales han omitido cualquier cosa que se pareciera a eso, fundamentalmente imperios puramente extractivos, sin ningún respeto ni interés por las etnias o los habitantes locales que encontraban. Ya es hora de que nosotros escribamos en condiciones nuestra propia historia, no se trata de inventarse nada, sino simplemente de conocer la realidad.