Resulta irónico que el frente de batalla se aleje de las grandes ciudades, donde se genera el 70% de emisiones de efecto invernadero. Foto: Isabela Roldán

La determinación europea por situar la sostenibilidad en el centro de las decisiones económicas ha multiplicado los choques entre el mundo rural y las fuerzas que implantan el nuevo modelo diseñado en Bruselas. Las escaramuzas entre las gentes del campo y los ejecutores de la estrategia para frenar el cambio climático saltan desde la Manga del Mar Menor (Murcia) hasta Doñana (Huelva), y prometen extenderse en el futuro inmediato hacia otros focos de conflicto ambiental.

La sostenibilidad ya no es lo que era. Parece asumido globalmente que el cambio climático es la gran amenaza del presente, pero no se vislumbra acuerdo en la forma de avanzar hacia un nuevo escenario. El sector primario se siente arrinconado ante una ofensiva industrial que se suma a los problemas tradicionales de agricultores y ganaderos, como la sequía, escasez de servicios, falta de trabajo o el reto demográfico. Las visiones contrapuestas de las necesidades del campo se manifiestan con la España Vaciada como telón de fondo, un aviso ideológico que las fuerzas políticas dominantes se han tomado en serio porque inciden cada día más en los foros de poder nacional y europeo. Cabe recordar, por ejemplo, que Pedro Sánchez no sería presidente del Gobierno sin el voto de Teruel Existe, cuyo diputado Tomás Guitarte estuvo escoltado la noche previa a la votación de investidura para evitar “presiones” de última hora.

La proximidad de niveles “irreversibles” constituye el ariete que utilizan las fuerzas climáticas (organismos como la Organización Mundial de Comercio, industrias multinacionales, think tanks, animalistas radicales…) contra el sector primario (ganadería, agricultura, pesca y minería, más la explotación forestal), disperso y dividido, pero consciente de que está en el punto de mira y acusado de contribuir a los males planetarios; hace solo un siglo ese sector era la principal fuente de riqueza económica en España.

La certeza de que las concentraciones urbanas son un pilar del problema climático choca con decisiones supranacionales que focalizan en las pequeñas poblaciones del campo la necesidad de “reconvertir” esas economías locales para salir del marasmo. Resulta irónico, tirando a sangrante, que el frente de batalla se aleje de las grandes ciudades (donde se genera el 70% de emisiones de gases de efecto invernadero y supone el 78% del consumo mundial de energía). Encima, las aglomeraciones urbanas contrastan con la acelerada despoblación que previsiblemente acabará con muchos de los 8.100 municipios que sobreviven en España (5.000 no alcanzan el millar de habitantes). Ahí se dirime en buena medida el futuro del poder político en nuestro país.

Los núcleos superpoblados señalan con frecuencia a las localidades en vías de extinción como enemigos del medio ambiente. Varias veces en el pasado reciente se ha llevado al debate público la necesidad de reordenar administrativamente países como Francia (en tiempos de Sarkozy), Italia o España (con Rodríguez Zapatero) para ajustar el número de pueblos y ahorrar “duplicidades”. La pasividad de las autoridades españolas invita a pensar que quizá la estrategia nacional consiste en dejar morir de inanición a esas “aldeas” que ayer vertebraban el territorio y hoy se perciben desde los centros de poder como lastre para la era de la sostenibilidad rentable.

La evolución del número de municipios en países vecinos muestra el fenómeno; las corporaciones locales han caído en Gran Bretaña desde 1.500 a unas 400 en pocos años (solo en el Gran Londres se cuentan 32 municipios); en Alemania, de 25.000 a 8.400; en Bélgica, desde 2.359 a menos de seiscientas, o en Grecia, que ha pasado desde 5.300 a poco más de mil municipios. Cuando las barbas del vecino veas modernizar…
La aceleración del proceso evidencia que las grandes urbes se adaptan a paso de tortuga a las exigencias ambientales y a los lugareños se les exigen saltos de canguro. Naciones Unidas señala que el 70 % de la población mundial vivirá en 2050 en las ciudades; sin embargo, faltan infraestructuras en esas zonas densamente pobladas para afrontar la pésima calidad del aire, el aumento del nivel del mar, las olas de calor, precipitaciones, inundaciones o sequías, fenómenos cada vez más habituales y potentes. Entidades como el Banco Interamericano de Desarrollo (BEI) calculan que es preciso invertir “entre 4,5 y 5,4 billones (con be) de dólares al año” en presupuestos para la adaptación climática. Un informe de Ecologistas en Acción con trabajo de campo en varias ciudades españolas muestra que casi todas superan el valor de dióxido de nitrógeno (NO2) recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Pero no se trata de un “Y tú más” entre campo y ciudades. El mundo rural debe ser un pilar fundamental para el combate contra el cambio climático y la pérdida de biodiversidad. En el caso concreto de España, los pueblos frenan el cambio climático un 34% de media más que las ciudades, y aportan veinte veces más a la preservación de la biodiversidad, según varios estudios. El territorio es la clave contra la crisis ecológica y el medio rural no dispone de los mismos servicios ni oportunidades que poseen las grandes ciudades, ni de lejos.
En este combate desigual, debe cambiar la cultura de los consumidores para que se “pongan en valor”, como se dice ahora, las producciones de proximidad y de calidad. Esa tarea educativa a medio plazo debería conseguir que los urbanitas se preocupen mucho más por el origen de los productos que adquieren masivamente en grandes superficies y qué impacto causan sobre el medio ambiente.

Climáticos y mundo rural chocan por la reconversión del sector primario
La despoblación acabará con muchos de los municipios que sobreviven. Foto: Isabela Roldán

El modelo agrícola es responsable hoy del 30% de las emisiones de gases de efecto invernadero y, en cierta cuota, de la pérdida de biodiversidad. La agricultura industrial debe evolucionar hacia un sector basado en los valores tradicionales, “regenerativo y circular”. Por su parte, en la ganadería industrial mandan grandes empresas que dan la espalda al mundo rural en lugar de avanzar hacia modelos de explotación ecológica, de pasto y extensiva, con apoyo de fondos europeos, autonómicos y estatales.

La guerra de Ucrania ha echado más leña al fuego. El conflicto bélico ha agravado la difícil situación que atraviesan la agricultura y ganadería, dada la tremenda subida de los costes de producción, los precios de alimentos y materias primas, y el abandono público. El coordinador de COAG (Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos) en Castilla y León, Lorenzo Rivera, ha expresado la irritación del mundo rural con el ecologismo y animalismo “de salón”, señalando su “carga ideológica” que roza el “fundamentalismo”. “Nos miran como que estamos destruyendo la naturaleza, nos criminalizan, cuando es todo lo contrario. Gracias a los agricultores y a los ganaderos el mundo rural se mantiene dentro de lo que es. Hacemos un trabajo medioambiental que nunca ni se nos reconoce y ni se nos paga”, explica Rivera.

El zamorano Rivera recientemente ha publicado que “la especulación que estamos sufriendo agricultores y consumidores es una vergüenza, y es lamentable que el poder económico domine y esté por encima del político. Solo hay que ver las cuentas de resultados de esas grandes empresas energéticas o de fertilizantes, y ver cómo han multiplicado sus beneficios”. Y añade Rivera: “Deberían haber tenido nuestros dirigentes la misma preocupación que tuvieron con el gas, con el abastecimiento y la producción en Europa de alimentos. No entiendo cómo se sorprenden por las subidas de los precios de los alimentos: de aquellos polvos vienen estos lodos”. La situación recuerda a la broma del añorado humorista Perich: “La bebida más peligrosa es el  agua, te mata si no la bebes”. Solo hay que cambiar la palabra “agua” por “alimentos” y se percibe el estado de la cuestión: la cesta de la compra ha subido un 12,9% el pasado abril, una alegría para las autoridades tras descender 3,6 puntos respecto al mes anterior.

Por su parte, desde organizaciones como SEO/BirdLife y WWF defienden “el buen estado de los ecosistemas, el bienestar de los animales domésticos y silvestres y apostamos por alimentos sanos y sostenibles para asegurar el futuro del campo y un mundo rural vivo. Sabemos que solo es posible tener pueblos con vida si los modelos de desarrollo cuidan tanto de la naturaleza como de quienes nos alimentan de manera responsable cada día. Trabajamos por un futuro en el que se reconecten campo y ciudad y las personas se reencuentren con la naturaleza y la salud global”.

El conflicto bélico en Europa también ha refrescado en varios foros las ideas fisiócratas que circularon profusamente en el siglo XVIII. Esa escuela de pensamiento económico, de origen francés, subraya que las leyes humanas deben guardar armonía con las leyes de la naturaleza. La fisiocracia abogaba por el laissez faire, consideraba estériles las actividades comerciales y etimológicamente procede del griego: “Gobierno de la naturaleza”.

El economista francés Turgot consideraba que “el agricultor es la única persona cuyo trabajo produce algo más que el salario de su trabajo. Es, por lo tanto, la única fuente de toda riqueza.” Y agregaba: “La tierra le paga directamente el precio de su trabajo, aparte de cualquier otro hombre o convenio. La naturaleza no le regatea para obligarle a sostenerse con lo que es de todo punto necesario. Lo que le concede no está proporcionado ni a sus necesidades ni a una valuación contractual del precio de su día de trabajo. Es el resultado físico de la fertilidad del suelo, y de la sabiduría, mucho más que de la laboriosidad, de los medios que ha empleado para hacerla fértil. Tan pronto como el trabajo del agricultor produce más de lo requerido por sus necesidades, puede, con este excedente superfluo que la naturaleza le otorga como un puro don, por encima de la retribución de su esfuerzo, comprar el trabajo de otros miembros de la sociedad. Estos, al vendérselo, sólo obtienen su subsistencia; pero el agricultor recoge, además de su subsistencia, una riqueza que es independiente y disponible, que ha comprado y que la vende. Es, por lo tanto, la única fuente de riqueza, que, mediante su circulación, anima a todos los trabajos de la sociedad; porque es el único cuyo trabajo produce más salario de éste”.

Las ideas fisiócratas saltaron el charco y llegaron a marcar el pensamiento de Benjamin Franklin, el padre fundador de Estados Unidos. El americano escribió: “Parece que no hay más que tres formas en las que una nación puede adquirir riquezas. La primera es mediante la guerra, como hicieron los romanos, saqueando a sus vecinos conquistados. Esto es robo. La segunda es por el comercio, que generalmente es engañoso. La tercera es por la agricultura, único medio honesto por el cual el hombre recibe un verdadero incremento de la simiente arrojada a la tierra, en una especie de milagro continuo, forjado en su favor por la mano de Dios, como recompensa por su vida inocente y laboriosidad virtuosa”.

Los fisiócratas pensaban que la economía se apoyaba por encima de todo en el campo. La pandemia lo ha demostrado, de alguna manera. Y ahora, con la crisis en Ucrania, vuelve a cuestionarse todo al hacerse evidentes los modelos insostenibles de intensificación agrícola, ganadera, forestal, pesquera o cinegética. El modelo industrial expulsa a las explotaciones familiares de los pueblos e impide su repoblación.

Existe una creciente conciencia del poder político que aún atesora el sector primario; en España, ha pasado desde menguante a decisivo en un suspiro y algo similar ocurre en otros países de nuestro entorno. Rivera apunta que “ofrecerán datos estadísticos de porcentaje de reducción de fitosanitarios, fertilizantes y antibióticos, pero esconderán los datos de bajada de producción de alimentos debido a los menores rendimientos agrícolas y también a los ganaderos. Estos últimos con bajadas de censo y con un porcentaje muy elevado de mortalidad”. Y señala: “Solo tenemos que mirar lo ocurrido en Países Bajos: un partido que representa al sector agrario revoluciona el escenario político. No sé si este es el mejor camino, pero si no nos escuchan, no queda más remedio”.

Rivera recuerda que “en 2006 conseguimos la devolución del impuesto de hidrocarburos, algo que solo se produce en el sector, y se ha conseguido que industrias y, en general, la sociedad vea al agricultor y ganadero como imprescindibles, algo que se ha visto durante la pandemia, para producir alimentos de mucha calidad”, recuerda. El líder agrario indica que han pasado etapas muy duras, como la “eliminación de las cuotas en el sector lácteo y el de la remolacha”, sectores que están “muy mal” y califica de “error muy importante” de la Unión Europea someterse a los “mantras” de la Organización Mundial del Comercio. “Hemos perdido 20 años para darnos cuenta que esta organización no tenía razón”, lamenta.

Existe gran distancia entre negacionismo climático y respeto a las formas tradicionales de vida rural, frente a ópticas depredadoras que irritan a las gentes del campo. Es imprescindible el entendimiento entre ambas formas de entender la existencia económica. La acelerada desconexión campo-ciudad ha aumentado los niveles de crispación y polarización, otros dos azotes a la sostenibilidad aún no afrontados por los que deberían gestionar las colisiones que menudean en la piel de toro.

LA MIRADA DEL SÉPTIMO ARTE

Climáticos y mundo rural chocan por la reconversión del sector primario
El clásico Raíces Profundas, trata sobre la rivalidad entre unos ganaderos y unos pequeños agricultores.

El choque entre distintas formas de ganarse la vida se ha reflejado magistralmente en algunas grandes películas. Desde Las Uvas de la Ira (1940) o Raíces Profundas (1953), el séptimo arte ha plasmado las vicisitudes de pequeños agricultores y propietarios acosados por los cambios de las condiciones económicas de la modernidad. Una de las obras más conmovedoras sobre los conflictos que genera el progreso civilizador se titula Los Valientes Andan Solos (1962), con guion de Dalton Trumbo, víctima de la Caza de Brujas, un muro para conciencias libres que se alzó en Hollywood en los años cincuenta; en este largometraje, protagonizado por Kirk Douglas, puede oírse lo siguiente: “Al hombre del oeste le gusta el campo libre, odia las vallas, y cuantas más hay más las odia. ¿Has visto cuántas vallas están levantando? Y los letreritos que ponen: ´Prohibido cazar´, “prohibida la entrada´, “prohibido acampar´, “propiedad particular´, “cerrado´, ´alto´, ´siga la flecha´, ´muérase´. Y luego hay otras vallas imaginarias que dicen: ´En este lado está la cárcel´, ´en este otro la calle´ o ´esto es Arizona´, ´aquello Nevada´, ´aquí estamos nosotros´, ´allí México´. La película narra la historia de un cowboy indignado porque uno de sus amigos ha sido detenido tras entregar ropa y alimentos a unos mexicanos que intentaban cruzar la frontera con Estados Unidos.

Esta obra maestra existe desde hace más de medio siglo y enseña que los valientes andan solos, pero no siempre.