
La XXII edición del Festival de Narradores se traslada al Centro Cultural El Arcángel para la actuación de la zamorana que utilizó su experiencia personal para hablar de romances de pueblo para contar y cantar.
La noche del martes no pintaba bien. La tormenta amenazaba y las sillas de metal esperaban a que el propio público las cogiera. (Sí, para asombro de todos, las sillas asesinas ayer volvieron a hacer su aparición.) Empezó a llover y la contada tuvo que trasladarse al interior del Centro Cultural El Arcángel, que el martes el Festival se había trasladado a San Rafael.
Tras rápidas pruebas de sonido e iluminación, que Victoria Gullón aprovechó para ir calentado la garganta propia y la del público, pudo comenzar una sesión en torno a los romances y a la memoria. La zamorana ya había estado en el Festival allá por 2008 o 2009, por lo que el público ya sabía de ella, aunque en aquella ocasión actúo en El Espinar.
Que lo hiciera en San Rafael no era casualidad, pues parte de su actuación giró en torno a un momento fundamental de la historia de la recuperación del folclore: aquel en que María Goyri empezó a recordar romances junto a una lavandera en lugar de seguir el plan fijado en su viaje de novios con Ramón Menéndez Pidal. Victoria Gullón se llevó este momento a su terreno y a esa reflexión suya sobre cómo todos tenemos, todavía, algún fragmento de romance en la memoria, y a cómo podemos completarlo preguntando a los más mayores o buscando en los libros y archivos de folcloristas y recopiladores.
Para ilustrar la tesis y la recomendación, tiró de su propia experiencia y contó cómo ella vivió entre romances en el pueblo de sus abuelos maternos, en Ferreras de Abajo (Sierra de la Culebra), pero luego con la vida los olvidó hasta que cerca de la cuarentena volvió a ellos y tuvo que reconstruir su propia memoria. Estos recuerdos se fueron entretejiendo con algún cuento, canciones y muchos romances que un público contagiado y requerido por el entusiasmo de Gullón también cantó.
Y esta es la propuesta de esta romancera: pasar un rato recordando, cantando y recuperando romances o, dicho de otra manera, remendando la memoria. Pero claro, todo esto lleva a una contada atípica de narración oral. Atípica porque es cantada y muy colaborativa, ¿entonces es narración?
Pues sí, porque los romances son uno de los géneros narrativos por antonomasia; en cuanto a lo de colaborativa… no es lo habitual, pero quizás lo fuera en otros siglos, ¡a saber! El caso, es que quizás lo que extrañe al público actual es la falta de un hilo conductor bien trabado y tensado que es estructura predominante en la narración oral actual y que encaja con ese afán humano de que todo tenga sentido y un porqué.
Pero Victoria Gullón pertenece a otra generación de narradores y quizás sus continuas coletillas “¿qué os parece?”, “¿a que sí?” y sus técnicas o falta de ellas nos sorprendan: se basan en transmitir su entusiasmo, amor y fascinación por los romances y en compartir todo esto con quien escucha que, en sus manos, se convierte en verdadero colaborador necesario de la contada.
De esta manera no solo se oye, sino que se vive y experimenta los textos desde otro punto de vista y si hay suerte el público se convierte en el informante de una nueva versión de algún romance. Victoria es una romancera, una juglaresca quizás de otro tiempo en una sociedad que va olvidando su legado cultural y sustituyéndolo por otros recuerdos, enseñanzas o intereses que de alguna manera nos llevan a la orfandad por culpa de la fragilidad de la memoria colectiva.
¿Por qué olvidamos? ¿Por qué no queremos recordar? ¿Por qué cuando hablamos de patrimonio inmaterial no defendemos lo nuestro? Quizás porque exige esfuerzo propio: el esfuerzo de aprender a recordar y el esfuerzo de escuchar a los demás.