Fotografías: Enrique del Barrio Arribas
Textos: Guillermo Herrero
Al caminante se le alegra el corazón al llegar a Valle de Tabladillo, el pueblo de sus sueños. La geología fue en este punto caprichosa, formando desde las estribaciones de la Serrezuela un alargado valle, sinuoso y profundo en sus primeros tramos, que desemboca en el río Duratón. La pequeña cuenca, denominada del arroyo del Valle, presenta un microclima, capaz de convertir sus tierras en un auténtico vergel, acaso el más llamativo de la provincia. Por algo llaman a Valle de Tabladillo “el Jerte de Segovia”. En primavera, cuando los árboles frutales están en flor, el espectáculo resulta recomendable. La ciruela claudia ejerce, sin duda, de reina del lugar, pero no se pueden olvidar las cerezas, las manzanas o las nueces…
Como dicen los sabios, la geografía es el marco de la historia. Pues bien, en una de las laderas del mencionado valle, hombres de la Edad Media levantaron un pueblo, que con el paso de los siglos se erigió en el más pintoresco de la comarca gracias a su maravillosa arquitectura tradicional, aunque ¡ay!, hoy se encuentra en grave peligro de desaparición.
La casa típica de Valle de Tabladillo presenta, en la planta baja, muros de mampostería caliza, mientras que en la planta superior se aprecia el denominado entramado de madera, un sistema consistente en la utilización de piezas verticales y horizontales de madera para realizar la estructura de la edificación, dejando para la última fase el relleno de los muros, con adobe, colocándose habitualmente estas piezas en forma de ‘espina de pez’. En rigor, los entramados de madera son soluciones constructivas muy extendidas por amplias regiones de Europa Occidental, Central y Oriental a partir del siglo XIII. En la Península Ibérica, tales entramados de madera pueden contemplarse todavía en áreas montañosas de interior.
Las galerías de madera y los hornos exteriores, a veces volados, son dos de los elementos más característicos de este tipo de arquitectura tradicional, aunque no los únicos. De los corredores de madera de Valle de Tabladillo conviene advertir que, por lo común, están orientados al sur, a ‘la solana’, para que así la primera planta de la casa, donde se sitúa la vivienda, reciba la mayor luz del sol posible. El arquitecto Félix Benito consideraba un hecho “notablemente singular dentro del territorio provincial” que en Valle de Tabladillo la vivienda estuviera en la primera planta, no en la baja.
Subrayada, pues, la extraordinaria biodiversidad de Valle de Tabladillo y su no menos rico conjunto arquitectónico, conviene dejar de hablar del paisaje y comenzar a hacerlo del paisanaje, indicando que los habitantes de este idílico escenario han practicado, hasta tiempos recientes, un modo de vida respetuoso con el entorno y muy vinculado a la tradición. Y así, todavía hoy se pueden rastrear allí viejos oficios, casi desaparecidos, y ancestrales ritos reveladores de épocas pretéritas. Valle de Tabladillo, ¡qué lugar!.
El Pingocho, símbolo de Valle de Tabladillo
Cuando, hace ya un cuarto de siglo, el caminante se topó por primera vez con el Pingocho, le pareció la octava maravilla del mundo. Aquel enhiesto torreón de piedra rodeado de rústicas tenadas y coronado por un árbol asombraba, tanto por la resistencia a la erosión de su material calcáreo como por la pericia de los hombres de antaño para construir en su perímetro, y a diferentes alturas, cobertizos. Embriagado por el Pingocho, el viajero reclamó años después, al ejercer de pregonero de las fiestas de Valle de Tabladillo en 2006, su declaración como Bien de Interés Cultural, con la categoría de conjunto etnológico. Y a la espera sigue de ver cumplido su anhelo.
Las ruinas de la ermita de San Juan
Unos desgastados muros dan fe de la existencia de una ermita, dedicada a San Juan, situada no lejos del Pingocho, si bien en la otra margen, la izquierda, de la carretera que conduce a Carrascal del Río. Tal edificio debió ser la iglesia de un pueblo, Pajares, del que se tiene noticia desde mediados del siglo XIII, ya deshabitado en el siglo XIX.
La misteriosa cueva de los Moros
Al pie del Pingocho, junto a la carretera que lleva a Carrascal del Río, se abre una pequeña cavidad, de boca cuadrada, denominada la cueva de los Moros. La caverna, originariamente más larga, fue mutilada durante las obras de la mencionada vía, habiéndose salvado de las máquinas únicamente su tramo más profundo, cuya fisonomía recuerda vagamente a cueva Labrada, en Sepúlveda, un santuario romano dedicado a la diosa Diana. Las cruces pintadas en la cueva de los Moros y sus minúsculos altares añaden misterio al uso pretérito de la oquedad, no pudiéndose descartar que fuera un eremitorio de época visigoda.
Un testigo del arte románico
Choca encontrar en un pueblo tan espléndido como Valle de Tabladillo una iglesia discreta. Pues he aquí la excepción que confirma la regla. Del edificio, fruto de diversas etapas constructivas, solo llama la atención su espadaña, con dos campanas bajo arco de medio punto. En el interior se conserva un testigo del arte románico. Se trata de la pila bautismal, ornada con diez abultados gallones trasdosados hacia el interior y remarcados por un listoncillo superior.
La función más tardía
Valle de Tabladillo se sale de la norma, en casi todo. Su fiesta grande no se celebra durante el fragor del verano, no, sino en vísperas de Navidad. Los vecinos honran cada 8 de diciembre a la Inmaculada Concepción, a la que está dedicada la iglesia parroquial. Y el programa de actos de estos días incluye, además de los habituales actos religiosos, verbenas al aire libre, en la plaza del pueblo, a pesar de las gélidas temperaturas. No pocos recuerdan cómo nevaba, hace no tantos años, mientras tenía lugar el baile. Hacía muchísimo frío, sí, pero la diversión no menguaba.
El fértil camino de la Umbría
De Valle de Tabladillo al Barrio de Arriba se puede ascender por carretera o ir por el ameno camino de la Umbría, cuyo inicio se sitúa en las inmediaciones del frontón. Desde ese punto se remonta por su margen derecho el curso del arroyo del Valle hasta llegar a las ruinas de la ermita de San Cristóbal. El trayecto, a pesar de su cortedad –algo más de un kilómetro-, muestra una increíble variedad de especies arbóreas y arbustivas. Aligustres, boneteros, mostajos, chopos blancos, guindos… Un paseo aconsejable, sin duda.
Las casillas de pastor
Es cierto que Valle de Tabladillo conserva un valioso patrimonio arquitectónico, pero debe advertirse al lector que tal riqueza no se ciñe al caserío. Dispersas por el término municipal se localizan numerosísimas casillas, pequeñas construcciones de piedra levantadas por los pastores para protegerse de las inclemencias del tiempo. De planta por lo común circular, se realizaron en piedra seca, esto es, sin utilizar argamasa o tierra. Para Fernando Vázquez y Santiago Valiente, autores de un reciente libro sobre las casillas de pastor, la más emblemática es la denominada ‘Casilla Alta’, situada en el inhóspito paraje del Rompizo. Su peculiaridad radica en contar con dos alturas. En la tierra de Sepúlveda no hay otra igual.
El inigualable yeso
La extracción de yeso en Valle de Tabladillo es una actividad cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos. El famoso Catastro del Marqués de la Ensenada, de mediados del siglo XVIII, ya menciona a varios vecinos de la localidad con el oficio de yesero. Y una centuria después, el diccionario de Pascual Madoz señala que Valle de Tabladillo exportaba yeso “a todos los pueblos (de Segovia)”, pero especialmente a San Ildefonso y a la capital. El negocio se prolongó hasta los años 80 del siglo XX, cuando se fue a pique. ¿La razón? “Este yeso es muy fuerte, y los yesistas no lo querían porque se quedaba duro rápidamente. Pero nadie dirá que había otro yeso mejor que el de aquí…”, defendía Eleuterio Poza, el último yesero.
La misa del gallo pastoril
En Nochebuena, tras una opípara cena, se acudía antiguamente a la misa del gallo. Era aquella una eucaristía rebosante de alegría, con los pastores como actores principales. Cada uno llevaba cencerros en una sarta ceñida al pecho y, en varios momentos de la ceremonia, cuando así lo mandaba el zarragón, los hacían sonar. Diversos motivos, entre los que cabe citar el éxodo del campo a la ciudad, el descenso de pastores y el cambio de costumbres, hicieron desaparecer la misa del gallo pastoril de Valle de Tabladillo. Pero en 2011, por impulso de la asociación cultural ‘La Olma’, volvió a celebrarse. Aunque no fue exactamente como en tiempos pretéritos, al menos se ha logrado que no caiga en el olvido.
—
* Extraido del libro Por el Ochavo de las Pedrizas y Valdenavares (2021).
Venta Online
https://enriquedelbarrio.es/tienda/libros/por-el-ochavo-de-las-pedrizas-y-valdenavares/
Editado por Enrique del Barrio.