Manola, la quiosquera de Nava de la Asunción

El año de 1954 comenzaba con la buena noticia de que el Ayuntamiento, en aquel mes de febrero, concedía licencia a Santiago de Benito Gómez para instalar un kiosco en la esquina de la calle Real para “venta de novelas, cuentos y periódicos en la vía pública, en un espacio de cinco metros cuadrados”.

En ese momento el acuerdo municipal no era consciente de la transcendencia que iba a tener en la vida cotidiana del pueblo y su comarca, ya que desde su puesta en servicio ha sido punto de encuentro de sucesivas generaciones, llegando a formar parte de la historia contemporánea del pueblo. Se convirtió en centro de muchos aficionados a las aventuras del comic como ‘El capitán Trueno’, ‘El Jabato’, ‘El Guerrero del antifaz’, ‘Hazañas Bélicas’..; de humor como ‘Pulgarcito’ y ‘TBO’ , las revistas policiacas, las novelas del Oeste de Marcial Lafuente Estefanía, las revistas amorosas de Corín Tellado y más adelante, las fotonovelas. Además de prensa diaria y deportiva también estaban presentes las golosinas, las cajetillas tabaco (Celtas Cortos, Ducados, Bisonte o Camel..), los cigarrillos sueltos y los recambios de bolígrafo.

En fin, una serie de artículos que hacían la visita indispensable al quiosco y aunque no daba para vivir de ello, era «una ayuda para la economía familiar, se vendía de todo relacionado con la lectura, golosinas, cajetillas de tabaco, pitillos sueltos, era un continuo tránsito de gente a comprar o a intercambiar cuentos, novelas y revistas», señala Manola propietaria de quiosco del que lleva al frente 64 años “desde que me casé con Santiago cuando tenía 20 años y él ya llevaba cuatro años”. «Hoy –mantiene- tengo 84 años y aparte de mi familia, el quiosco representa todo para mí, es mi vida y sin él no viviría. Desde que murió Santiago es mi refugio y aquí sigo, no por dinero, porque las ventas no son ni por comparación las de antes, sino porque es un aliciente y da sentido a mi vida”, afirma con convicción por todas las experiencias y sensaciones vividas en torno a este pequeño espacio que es su reino.

De los momentos más desagradables, nos cuenta la madrugada del domingo 10 de junio de 2007, cuando unos trasnochados extranjeros, compitiendo en una carrera automovilística, se llevaron el quiosco por delante, noticia de la que dio cuenta El Adelantado de Segovia en edición del día siguiente.

Afortunadamente Manola acababa de cerrar la puerta minutos antes y cuando iba a entrar a su casa le avisaron de que habían derrumbado el quiosco –“salí corriendo y cuando llegué y lo vi se me vino el cielo encima por todo lo que representaba y porque yo podría estar ahí entre todo el destrozo. Me siento agradecida del apoyo recibido por toda la gente de Nava y de los pueblos de alrededor, afortunadamente mi hijo gestionó en la empresa Frigo, donde trabajaba, la instalación de uno nuevo y volví a la vida otra vez”.

De todos sus largos años y muchas horas al día dentro del pequeño recinto nunca ha sido intimidada, ni asaltada o acosada y eso que “estaba hasta las tres de la mañana porque como estaban abiertas las discotecas y los jóvenes venían a por pepitos o donuts para matar el hambre, merecía la pena el esfuerzo de estar ahí con la ventana abierta”. Siempre se ha sentido respetada y apreciada y sabe que es una referencia para muchas personas y todos la recuerdan “les he visto crecer desde pequeños y mozos y ahora vienen con su hijo y me dicen: ¡pero Manola, todavía estás en el quiosco!”, afirma con satisfacción.

«Hoy día los tiempos y las ventas han cambiado, ya no se vende nada de lo de antes, dice que puede que se viva mejor pero que en el quiosco se vende poco, solo quedan a la venta las golosinas y hace dos años que los maestros del colegio de enfrente al quiosco, le indicaron que dejara de vender chuches a los niños durante el recreo porque les perjudicaba a la salud tanto dulce», comenta.

En su opinión “la Nava ya no es la de antes cuando estaban abiertas las dos discotecas, venía mucha gente y el quiosco era un continuo tránsito, fueron buenas temporadas y ahora se venden cuatro golosinas y regalices. Pero aquí sigo, no por dinero, sino porque me siento ocupada y en torno al quiosco siempre hay tertulia, en el banco del lado de la puerta de entrada al quiosco, y se pasa el rato”. También señala que antes había más necesidades y existía la lista del debe en el cajón y que hoy se paga al contado lo que se compra “pero hay menos educación y los niños son más exigentes” mantiene.

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