Bendición de las reliquias antes de colocarlas en el sepulcro.

El Santuario de El Henar vivió el pasado sábado uno de los momentos más importantes en su historia gracias a la iniciativa del rector, Carlos García Nieto. Sabida es la historia de los ocho mártires carmelitas que murieron por defender sus creencias, junto a sor Martina; de todos ellos se conservaban las reliquias en el claustro del Santuario, pero se les ha querido dar “el lugar que merecen”.

Para esta reubicación y, además, homenaje, se preparó una celebración muy especial presidida por el obispo de Segovia, César Franco. Lo acompañaron, además del rector, Juan Cruz Arnanz, vicario de evangelización, el padre Bocos, prior de El Henar en  su anterior etapa y actualmente en la comunidad carmelita de Valladolid; e Ismael Arevalillo, sacerdote agustino. Las reliquias de los ocho beatos y de sor Martina presidieron la ceremonia frente al altar mayor, que lucía en color carmesí y sobre el que también se colocó una corona de laurel con nueve rosas rojas que simbolizaron a cada uno de los beatos. En el templo estuvieron presentes familiares de los jóvenes mártires, que cumplieron un importante papel en momentos como la ofrenda o en el traslado de las reliquias.

El obispo quiso reconocer la labor de los beatos en su homilía. “A los mártires enseguida se les da culto y honra porque entregaron su vida; el mártir hace la mayor muestra de amor, la de dar la vida por Cristo”, reconoció. Habló de estos jóvenes carmelitas como personas que entendieron “que la ofrenda de su vida alcanzaba lo que deseaban ser: testigos cualificados de Dios”. Reconoció también la figura de la Virgen del Henar como “reina de los mártires”.

La celebración, que contó con cánticos y momentos de intensa emoción, culminó para llegar al momento álgido: el traslado de las reliquias a la parte posterior del templo, donde ahora tendrán un lugar perpetuo. Los familiares trasladaron las cajas de las reliquias ante los asistentes. En la parte posterior del Santuario se ha colocado un sepulcro en el que se introdujeron los restos bendecidos por el propio obispo. Antes, todos los sacerdotes firmaron un acta que, como tal, se introdujo en el sepulcro antes de colocar los restos. El canto de la Salve sirvió como gesto final para este emotivo momento que reconoce a los jóvenes mártires carmelitas.