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Magda Labarda, en el Festival de Narradores de El Espinar. / JOSÉ REDONDO

El pasado martes Magda Labarda fue la encargada de contar en el XXI Festival de Narradores Orales de El Espinar con una actuación en la que destacó su punto fuerte: la expresión corporal.

Labarda eligió un repertorio de origen variado: anécdotas y textos propios, cuentos tradicionales de Hungría y África y cuentos literarios de autores como Arnol Lobel o Paula Carballeira. Estas preferencias no dejan de sorprender hoy en día en que se tiende a unificar las contadas a través de un hilo conductor, un tema o una idea que organiza todos los materiales, quizás para ayudar al público o quizás para adaptar mejor la contada a espacios, eventos o posibles bolos.

En el caso de Labarda más bien lo que unía los textos parecía ser el simple (y fundamental) gusto de la narradora por lo que contaba, lo cual no deja de ser un importantísimo criterio porque solo se puede contar bien aquello que se ama y se valora profundamente, ya que esta relación permite el dominio de los materiales, su crecimiento en manos del narrador y la complicidad con el público. El acercamiento que hace Magda Labarda a cada uno de los materiales tiende más a la dirección teatral que a la narración oral propiamente dicha, tal vez tenga que ver con la llamada narración escénica o simplemente con una visión teatral de los cuentos, recordemos que Labarda es también actriz y directora.

Sea como sea, llega a uno de los clásicos debates dentro del mundo de la narración: sus límites en relación con otras artes y en particular con el teatro. Lo que ocurre es que cuando la actuación se fundamenta básicamente en técnicas teatrales como la expresión corporal, magnífica en el caso de Labarda, y no se cuidan tanto otros aspectos como el texto en sí, con su coherencia y cohesión, su prosodia o su léxico, la contada se tambalea.

Y esto sucedió el pasado martes, que las historias no terminaban de fructificar pues la corporeidad de los cuentos viene, principalmente, de las palabras que lo conforman y cómo se relacionan entre sí y con el resto de elementos de la comunicación, no tanto del propio cuerpo del narrador.

Tal vez por lo dicho anteriormente la actuación fue un tanto irregular, con momentos luminosos como el cuento de la mujer más bella del río Níger o alguno de los pequeños cuentos acelerados, pero en general no conectó con un público que no terminaba de entrar en la propuesta, quizás porque no se sentía atrapado en ella o quizás porque estaba sufriendo la tortura de las sillas metálicas y blancas que año tras año acompañan al festival de narradores en El Espinar. En cualquier caso, la actuación de Magda Labarda es un ejemplo de otro tipo de narración fundamentada en la interpretación y que representa una de las corrientes más importantes dentro de la narración oral.