Hace más de 70 años, Linares del Arroyo desapareció del mapa, después de que el pueblo quedara sumergido bajo el agua de un pantano. / KAMARERO
Hace más de 70 años, Linares del Arroyo desapareció del mapa, después de que el pueblo quedara sumergido bajo el agua de un pantano. / KAMARERO

La familia de Montserrat Iglesias (Madrid, 1976) tuvo que abandonar en los años 50 su pueblo en Segovia, Linares del Arroyo, después de que este quedara sumergido en las aguas de un pantano. Este desarraigo lo relata en su novela ‘La marca del agua’, la primera que escribe, sobre aquellos que no tienen un sitio al que volver, como les ocurre ahora a las víctimas del volcán de La Palma.

Iglesias, profesora de Lengua y Literatura de Secundaria, basa esta obra de ficción en la historia real de su familia. Ocurrió hace 70 años, cuando tuvieron que emigrar de un pueblo segoviano (que en su novela llama Hontanar), a otro de Burgos, La Vid, que surgió de la nada. El asentamiento se construyó, como otros de la época, para albergar a más de 55.000 familias cuyas casas habían desaparecido bajo el agua de los pantanos por toda España.

A pesar de que pudo conocer el pueblo de su familia ya sumergido, Iglesias siente muy cercano el sufrimiento al que han de hacer frente los habitantes de la isla de La Palma afectados por la erupción del volcán. Un sufrimiento que considera que es “más duro” que el de sus antepasados, puesto que no han tenido tiempo ni de prepararse psicológicamente, ni de recoger sus enseres. Pero hay algo que no cambia: el sentimiento de desarraigo es el mismo. “No es emigrar porque no se puede volver ni a Linares, ni a esa zona de La Palma”, lamenta.

La Vid se transformó en el “pueblo nuevo” que hizo construir el Instituto Nacional de Colonización durante los años 40, 50 y 60. “No se parece a ningún pueblo castellano, ni a ninguna otra localidad de nuestro país, lo que no quiere decir que sea único”, manifiesta Iglesias.

Lo cierto es que el pueblo burgalés que recibió a cientos de segovianos es un lugar “huérfano de dueño” que, sin haberse despoblado por completo, como ya le ha ocurrido a otros pueblos de Castilla, “ha estado, de algún modo, siempre vacío, pues ya nació con el espíritu en otra parte”.

Desde que tiene uso de razón, cada verano, la autora ha hecho con su familia el camino a Linares. Esto le ayuda a intuir ese lugar que quedó sumergido bajo las aguas que, a cambio, dieron la vida a otros pueblos de la zona. De ahí que confíe en que su novela transmita lo que sintieron quienes tuvieron que dejar atrás la tierra en la que un día sus antepasados construyeron un mundo que deseaban dejar como legado a sus hijos.