Especialmente capacitados

Dicen que en esto del arte, lo importante, lo principal, es “llegar”. Nadie sabe muy bien cómo se consigue, pero todo aquel cuya segunda casa es cualquier teatro, cualquier museo, o cualquier sala de concierto conoce a la perfección cuándo el que está enfrente suya, ya sea subido a un escenario, cubierto bajo el lienzo de un cuadro, o colocado delante de un micrófono, ha cruzado la meta. Una meta en la que no hay una cinta que cortar con el pecho, pero en la que quien controla la carrera sabe perfectamente que el primer pelo de punta, la primera lágrima a punto de caer o la primera sonrisa de oreja a oreja es inequívoca. Se ha llegado.

En Fuentepelayo reinaba ayer un silencio absoluto adormecido aún más por el sol de las cinco de la tarde. Un silencio de esos que solo se guarda en aquellos lugares que lo requieren. Un silencio que hacía esperar algo grande; algo como la vigésimo séptima edición de la Muestra de Teatro Especial. Y sucedió que entonces, tras las protocolarias presentaciones, se escuchó por los altavoces del teatro una guitarra española. El disparo de salida para los chicos del grupo ATAM de Pozuelo de Alarcón. Y uno detrás de otro comenzaron a aparecer en el escenario…comenzaron a llegar.

Vestidos unos de blanco y otros de negro, los bailarines, porque el espectáculo de los madrileños fue de danza de principio a fin, estiraban los brazos intentando alcanzar a cada uno de los miembros del público, por si existía alguien a quien la hora de la siesta se le había alargado. Era sencillamente imposible. Menos de un minuto de música y de verlos bailar habían bastado para atrapar a los asistentes en un juego que a partir de entonces llevaría a muchas preguntas y a muchos más aplausos. “Somos todos”, pronunció uno de los chicos, y desde el público cada uno confirmó la sentencia en silencio.

Tras esto llegó cerca de media hora de bailes de todo tipo en los que era imposible no preguntarse cuánto habría costado a los profesores enseñar a estos chicos a asimilar cada uno de los movimientos. Inmediatamente después, y viendo con qué dulzura algunos movían los brazos, con qué ternura una de las artistas seguía la canción, ya fuese en español, inglés o italiano, con los labios y corregía a alguno de sus compañeros más despistados, era imposible no responderse que no podía haber costado demasiado. El arte se siente; y cada uno de ellos lo estaba sintiendo hasta el límite, sin importar si había gente entrando o saliendo del teatro, sin detenerse ante el flash de una cámara iluminando una cara que difícilmente podía estar más iluminada. Las lágrimas negras de Bebo Valdés y El Cigala lo único que mojaron fueron ‘olés’ entre el público.

Los chicos de ATAM, sin duda habían llegado. Habían llegado incluso a las mariquitas que se escondían, esperando pacientes a su turno, entre el público. Incluso a los árboles. Incluso al sol. Habían llegado a todas partes y no menos lejos llegaron los chicos del grupo “Nuestra Señora de la Esperanza” de Segovia. Porque aunque una de sus tutoras contó la historia antes de que diese comienzo ‘El leñador y la reina de las aguas’, advirtiendo de posibles problemas en el habla de los chicos, cuando se sabe ser sol que despierta a los árboles con solo tocarlos y ser mariposa que les saca una sonrisa con solo rozarlos, cuando se sabe ser viento que todo lo mueve estirando los brazos con fuerza, poco importan las palabras, porque se llega.

Y seguro que al igual que los segovianos, los vallisoletanos de COSVA supieron transmitir sin ningún problema el miedo del árbol protagonista de su obra. Lamento decir que no lo sé; no todos estamos especialmente capacitados para llegar a todas partes.