
La sociedad les debe a los hornos de leña gran parte de su existencia. En sus interiores de barro se han asado los mejores cuartos de cordero, pollos o pavos para las fechas más señaladas. Pero también han salido de ellos las hogazas de pan que representaban el sustento diario.
Uno de los que más hornos ha construido es Martín de Andrés, un reconocido fabricante que ha dejado su firma alfarera en numerosos pueblos de la provincia de Segovia, pero también en Madrid, Salamanca o Zamora.
A sus 82 años de edad, este hombre que nació en Sacramenia, la cuna de la carne de lechazo, asegura que existen muchos mitos sobre estos elementos que poco a poco han sido sustituidos por los hornos eléctricos. Pero él reconoce que el sabor que aporta la leña a los asados es insustituible, como el aroma que aportan los sarmientos a las chuletas.
Martín de Andrés siempre se ha dedicado a la agricultura y algo de albañilería. Procedente de una familia de labradores, donde ocupaba el último lugar de siete hermanos, lo que le permitió escoger el lugar donde cumplir el servicio militar, no recuerda ya cuántos hornos ha fabricado a lo largo de su vida. Pero sí cuándo comenzó a elaborarlos, acompañando a su maestro, el señor Nicolás, con el que viajaba a Madrid para realizar esta tarea.
Fue después de la mili cuando se aficionó a construir hornos. Utilizaba arcilla refractaria de la zona y paja para que los adobes no se abrieran. “Los he fabricado de todos los tamaños, hasta dos de tres metros de diámetro para un restaurante muy grande”, dice con orgullo.
En su casa tampoco podían faltar. Allí tiene, usa y atiende dos hornos: uno en el propio domicilio y otro en la bodega. En ésta acumula numerosos y variados aperos de labranza antiguos que la convierten en todo un museo, en el que participan también sus hijos, amantes de la cultura tradicional. Con ellos puso en marcha hace más de 20 años una bodega que bautizó con el apodo con el que se conocía a su padre, Zarraguilla. Hoy se ha convertido en una prestigiosa bodega de vinos con denominación de origen Valtiendas.
Conseguir un buen horno no es tarea sencilla. Tiene que durar en el tiempo, que el barro no se descomponga con las altas temperaturas que alcanza, que la combustión se haga bien y que el calor no escape por la puerta. “Que sea lo justo”, resume como receta clave.
En sus larga trayectoria no le han faltado anécdotas. Una de las más angustiosas le ocurrió en Valladolid, donde completada la bóveda por dentro, él quedó aprisionado en la boca a la hora de salir. “La hice más pequeña de lo que pensaba”. “Tuvieron que estar tirando de mí para liberarme”, relata ahora con humor.