
La Navidad no la concebimos solo como una fecha señalada del año, sino como un periodo de tiempo en torno al fin de año, que enlaza varias fiestas, cuyo comienzo está relativamente indefinido -algunos lo fijan en el primer domingo de Adviento, otros en el día del sorteo de lotería- y cuyo final más definido se cumple con la fiesta de los Reyes Magos (que en la Antigüedad -y aun en la tradición oriental- fue también fiesta de comienzo de año).
La diferencia entre la Navidad/fecha y la Navidad/periodo se refleja bien en el contraste entre el “misterio” y el belén. El “misterio” pone el foco en un acontecimiento, el principal, la Natividad del niño Dios, pero el belén abarca una serie de ellos, antes y después, y las acciones comunes que acontecían “en aquel tiempo”.
El “misterio” fue la representación originaria. Entre las imágenes marianas más antiguas ya se encuentran imágenes de la Navidad. Un grabado sobre una losa sepulcral (siglo III) en las catacumbas romanas muestra ya a tres oferentes, la estrella y la Virgen sedente con el niño y una figura masculina (¿san José?). El conjunto se toma más propiamente que como una fiesta, como una expresión de fe cristiana.
La práctica cristiana del belén, sin embargo, no se reconoce anterior al siglo XIII. Se atribuye a san Francisco de Asís y la primera vez se trató propiamente de lo que hoy llamamos un “belén viviente”, una representación con personas e incluso según la tradición con un buey y una mula en una cueva en la ciudad de Greccio. Hay dudas sobre las primeras representaciones con imágenes (siglos XIII-XIV), que en todo caso tenían un contexto litúrgico, es decir, estaban relacionadas con el culto en los templos y bajo control eclesiástico.

Si bien es la religiosidad popular cristiana, seguramente antes, pero en todo caso a partir de fines del siglo XV (en realidad se hace estrictamente popular más tarde -XVIII o XIX-, pues antes era práctica de nobles y de conventos), la que tiene en los belenes una de las muestras más ilustrativas, en la medida en que la representación que se hace en ellos no es solo de un acontecimiento sino de una serie de ellos, a la vez que sigue la vida en una pequeña sociedad y responde en buena medida a la visión del mundo que comparte el pueblo llano. Sin duda bajo la tutela eclesiástica, pero reflejando en ellos fundamentalmente el mundo propio. En realidad, a lo largo del tiempo se percibe una cierta tensión entre belenes más ajustados a los criterios canónicos o bien más “populares” trasladando las formas de vida de los pueblos que los crearon.
Los belenes suelen ser considerados “anacrónicos” es decir, mezclando elementos que pertenecen a épocas distintas, aunque no lo son tanto. Están representando (aquí la palabra significa reflejar) más bien a las comunidades y los pueblos de los artesanos que los componen y que lo hacen de forma que se reconozcan en ellos. Casi siempre en España, son sociedades rurales, campesinas, con sus tareas comunes, cotidianas, sus animales, sus oficios, sus trabajos en el campo, sus labores domésticas, sus lugares públicos… y los paisajes que les rodean y envuelven. Y entre la gente, como una familia más, la Virgen, san José y el Niño. Pero también Herodes, los soldados romanos y esos forasteros, los Reyes Magos, que traen regalos.

Toda una sociedad reconocible, pero también idealizada de modos particulares. Por una parte, el tono de ingenuidad que recubre a las figuras en unos casos o bien en otros, el detalle preciosista de los ropajes o la pulcritud de la arquitectura o el complejo artilugio de los circuitos de agua o de la iluminación traslada a los constructores a una posición encumbrada de demiurgos que crean universos, fabrican naturaleza, conforman sociedades, sitúan personajes en unos o en otros lugares, poniendo así el mundo en sus manos. Por otra parte, la visión a escala de los que se acercan a mirar y de esa manera a formar parte de ese pequeño mundo –un mundo para niños, aunque al fin para todos-. Y que descubren las escenas, las acciones, los personajes… tomándolos como objetos de un juego, pues se pueden tocar, girar, cambiar de posición o de lugar…, pueden hacerlos interactuar entre sí o generar con ellos vínculos afectivos, etc. Y a su modo y de esa forma también ellos les han puesto un mundo en sus manos.
El “misterio” evoca un acontecimiento, si bien los belenes son un relato, (no anacrónico sino policrónico) que para algunos de sus personajes se ofrece re-presentándolos (aquí la palabra significa repetir su presencia) en varias diferentes escenas. En todo caso, los belenes contienen el tiempo, los tiempos. En un espacio reducido, José y María acuden a Belén a inscribirse, buscan posada, están en el portal con el Niño, huyen a Egipto, acuden al templo a la purificación, y además aparecen también en Nazaret realizando sus tareas los padres y el Niño jugando. Otros personajes como los pastores e incluso a veces también los soldados romanos aparecen en distintas escenas.


Pero todo el resto permanece en sus respectivos escenarios continuando incesantemente con sus tareas. Con una salvedad, algunos (o muchos) personajes, incluidos los Magos, “caminan” hacia el portal. Según pasan los días son trasladados para el día de Navidad, los pastores, y el día de Reyes, estos, encontrarse delante del portal. Así, independientemente de que algunas figuras estén animadas (se muevan por alimentación eléctrica), otras son movidas por los caminos hasta el portal. Y de esa manera los belenes “dramatizan” el relato. En cierto modo, las figuras cobran vida.
En varios sentidos se podría considerar que los belenes son una acción ritual del tiempo de Navidad. Un ritual que no necesariamente tiene lugar en el templo, sino en determinados lugares de convivencia y sobre todo en las casas. Donde, por otra parte, acontecen otras varias acciones rituales del tiempo de la Navidad y especialmente porque son lugares emblemáticos de la Navidad. Los rituales son modos culturales de enlazar los tiempos, el pasado con el presente y el presente con el futuro. Los elementos que intervienen en ellos parecen estar detenidos en el tiempo, aunque en realidad no dejan de ser acciones en presente con la pretensión de seguir siendo realizadas en el futuro. Los belenes son relatos de origen, representan el acontecimiento que dio origen a la era cristiana. Pero a la vez en las familias dan lugar también a relatos sobre los antepasados para contarlos a los niños precisamente re-presentando (aquí el significado de la palabra es traer al presente) el tiempo en que se produjeron.
Ante el portal, cuando se reúne la familia y se cantan los villancicos, sentimos que todos (figuras y familia) formamos parte del belén. En realidad, todos los belenes son vivientes. Una transformación ritual que ocurre todos los años por Navidad y que llena nuestra memoria de recuerdos. Tal vez sea el belén el modo ritual que nuestra cultura ha encontrado para que ocurra así todos los años precisamente cuando termina uno y comienza otro.
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(*) Catedrático emérito de Antropología. UNED.