Es llegar a su pueblo y rápido comprender el sentido de las cartas emitidas a este periódico en forma de muestra de cariño. Puntual, afable y haciendo bandera de su frase de que un cura es “estar para los demás”, espera el recibimiento de ‘El Adelantado de Segovia’ para abrir las puertas de su casa –”la de todos”– y repasar su trayectoria con orgullo y nostalgia. Es Jesús Torres Bravo (Pinillos de Polendos, 1945), que viene de un tiempo en el que a los médicos, los maestros y los curas se les acuñaba el hoy arcaico apócope de ‘Don’ pero él lleva consigo un vital espíritu joven y creativo. Se define como una persona que siempre ha sido “libre” y, por ello, en todos los sitios que ha estado ha sido “feliz”.
‘Don Jesús’, para muchos, se aleja de este tipo de tratamientos y siempre se ha centrado “en ayudar a los demás”. Primero 14 años en La Estación de El Espinar, luego 27 años en Mozambique y, cuando regresó a España en 2011, volvió a su cénit natal para continuar su legado en las parroquias de Lastras de Cuéllar, Aguilafuente, Aldea Real y Sauquillo de Cabezas. En septiembre su labor de predicar en estos municipios tocará -si otra decisión no lo remedia- fin, aunque él continuará, de una forma u otra, con “todos ellos”. La reacción de sus feligreses, pese a que no le gusta que su nombre salga en los medios de comunicación, no se ha hecho esperar y han pedido al obispo de Segovia, César Franco, que reconsidere la posibilidad de que su cura siga ‘en activo’; pues después de pasar un invierno en el que una enfermedad “casi acaba conmigo, ahora me siento totalmente vivo”, asegura a us 77 años con una intacta vocación que es su forma de ser. El reconocimiento es unánime. Los continuos mensajes de apoyo y afecto son el retrato de un cura de aldea que ha marcado a un carrusel de generaciones.
– Para empezar y poner en contextualización su trayectoria como cura, ¿cómo recuerda los años de su infancia y juventud en Pinillos de Polendos?
– Tengo que decir que tuve una infancia maravillosa. Me sentí siempre libre: era aquella forma de vivir que había en la época. Salíamos de la escuela, tirábamos la cartera e íbamos la calle a correr, a subir a los árboles o a pescar. Ese sentimiento de libertad se agravó mucho en mí después. Además, se compartía todo desde una pobreza o carestía que se vivía, pero a nadie nunca le faltaba nada. Ahora la cosa es diferentes, no digo ni mejor ni peor, aunque sería bueno adaptar a aquellos valores a esta época en la que predominan otros valores crematísticos de producción que han despoblado las aldeas, sin medios y sin estímulos para vivir.
– ¿Cuándo siente la vocación y cuándo ingresa en el Seminario?
– (Ríe antes de contestar). Bueno, por entonces me gustaba mucho una moto que tenía el cura de mi pueblo. Era una Montesa y me fascinaba. Quería tener una. Luego cuando tenía 12 años fui al Seminario a Segovia y ya descubrí otros valores seis años después. Recuerdo aquella época con mucha alegría, a pesar de que era un Régimen duro, nunca dejé de ser libre: aceptaba las normas, pero siempre había algo de creatividad en mí. Luego estudié tres años de Filosofía y cuatro de Teología para hacer la carrera de cura en el Seminario Nacional de Misiones de Burgos, donde estaba la gente de las diferentes diócesis que tenía la locura de ir a África.
– La llamada de África estuvo presente desde joven.
– Yo soñaba mucho y necesitaba conocer mundo. A los 25 me ordené (1970), pero para mí lo importante era ir a África; concretamente a Mozambique. No pude llevarlo acabo en un primer momento por la guerra colonial contra Portugal y no nos daban el visado de entrada por si íbamos a revolucionar.
– Ahí, por tanto, llega a El Espinar y a La Estación.
– Mi primer destino fue San Rafael donde estuve un mes; luego fui profesor en el Instituto de El Espinar; y sobre todo estuve en La Estación: 14 años. Allí fue maravilloso: creamos comunidad y compartíamos todo. Allí me dejé parte de hasta tres dedos segando para ayudar a pagar el local de la Asocación ‘San Antonio’. Luego, todas las casas estaban abiertas, pese a ser tiempos difíciles políticamente hablando: la Guardia Civil vigilaba mi casa al decir que se hacían reuniones conspiratorias contra el Régimen. Al final lo recuerdo como una época bonita: había afán de lucha e ilusión y mi manía de buscar la libertad. De hecho, no veía el momento de irme a África. Ya cuando me fui los vecinos de La Estación me dijeron: “No te vas; te enviamos”.
– 27 años en Mozambique. ¿Qué papel ejerció y qué diferencias encontraste con España?
– Estuve principalmente en Beira donde vivía en un suburbio y donde fui profesor en una parroquia. Luego estuve como Rector durante 13 años. Allí representé a la Iglesia segoviana, aunque al revés no se entiende igual: he tenido que valerme con la colaboración de mi familia y amigos y apenas he tenido apoyo de la Diócesis para llevar a cabo proyectos ayuda.
– ¿Qué destaca de allí? ¿Qué es lo que guarda con mayor recuerdo?
– Lo mejor que me llevo en mi vida es que cien curas mozambiqueños han sido mis alumnos. Estoy muy contento por esa tarea educativa. ¡Eso es impagable! Ahora son mis amigos y nos ‘whatsappeamos’ continuamente. Ellos dicen que aquella manera que teníamos de hacer comunidad les sirvió para ser personas. Ahora, todos los años voy para allá un mes de vacaciones.
– Siempre ha llevado un espíritu joven con vistas a ayudar a las personas de más edad, ¿no?
– El medio en el que vives te va caracterizando y vivir entre gente joven me ha hecho vivir con otra mentalidad: me han ayudado a renovarme. Al final somos el producto de lo que vivimos y no hay que olvidar que la tarea fundamental de un cura es ‘estar’ para los demás y con quién más lo necesita. Ahora con la pandemia o cuando alguien está enfermo, hay que ir dónde más se necesita. Así es como yo entiendo el Evangelio: creando lazos de amistad. A mí no me vale eso de la gente que va a misa y luego se mira de reojo. Eso es falsedad. Luego, yo cuando estuve gravemente enfermo, recibí mucho apoyo de la gente de ‘mis pueblos’. Eso mismo me ha dado mucha fuerza para recuperarme: tenía que volver para darles una alegría.

– Aguilafuente, Aldea Real, Sauquillo de Cabezas y Lastras de Cuéllar. Ha dejado huella entre sus vecinos.
– En 2011 pensé que debía regresar de Mozambique. Cuando llegué me puse a disposición de la Diócesis y el cura de Aguilafuente y Aldea Real acababa de jubilarse por lo que en enero de 2012 entré ahí. Luego me incorporaron Sauquillo y después Sauquillo. Ahí desarrollé una idea de trabajar las cuatro parroquias en conjunto. A la hora de programar nos juntamos los representantes de cada una y vamos al mismo ritmo. Así, hacíamos dos misas los sábados y dos los domingos. Además, cuando eran fiestas en un sitio los demás se amoldaban.
– Su idea de comunidad ha influido en los vecinos de estos municipios. Ahora con su ‘marcha’, se han sucedido en los últimos días cartas al obispo, que han sido publicadas en El Adelantado, pidiendo su continuidad.
– Personalmente me llevé un disgusto por no haberme preguntado nada y poner como pretesto que estaba ‘muy malito’ sin ver los informes médicos. Creo que es bueno analizarlo y decir las verdaderas razones. Lo que es sagrado para mí es que el pueblo tiene que ser escuchado antes que nadie. El pueblo no se puede enterar por un periódico. Tuve que informar en una reunión a representantes de las cuatro localidades la situación y ellos reaccionaron. Yo les dije que no les iba a mandar hacer nada, pero tampoco soy quién para prohibirles puesto que merece un profundo respeto.
Esto parece que no cayó bien en las altas jerarquías y dicen que manipulé la información. La verdad que ahora no quiero hablar de ese tema, ya que estoy un poco cansado. Es un poco pesado que todos los días tu nombre esté en el periódico. Ahora quiero vivir en paz y agradezco mucho el cariño de la gente.
– Momento nostálgico. ¿Qué tiene pensado hacer a partir de septiembre cuando deje las parroquias?
– Le he dicho al obispo que me voy a tomar un tiempo de reflexión para ver qué hago con mi vida. La vida ni se acaba en la Iglesia y ni es solo la Iglesia. No sé si me jubilaré, si me dedicaré más a África, si aceptaré algún trabajo en la Diócesis… Me dicen que me darían algún trabajo ahí para que estuviera tranquilo, pero yo no me hice cura para vivir tranquilo. Es un momento difícil para mi vida, pero quiero seguir trabajando por la Iglesia abierta, samiratana y misionera y desde el apoyo de los seglares.
– Por otro lado, ¿qué cree que le falta a la Iglesia a día de hoy para llegar a más gente?
– El papa Francisco repite que la Iglesia es “samaritana y misionera”; es decir, si la Iglesia solo mira para la sacristía acaba moriendo, pero si consigue proyectarse como comunidad hacia afuera tiene toda la fuerza. Yo lo pensaba así hace mucho, pero si lo decía muchos compañeros te miraban mal. Desde que ha llegado el papa Franscisco, creo que hay modelo más acorde con el Evangelio.
Si no hay curas, parece que no hay Iglesia para vivir la fe; y, por eso, he intentado promover una Iglesia creando responabilidad con los seglares. Hay que olvidarse de tanto rito y celebrar la vida en cada misa. Si no hay vocaciones de curas hay que preguntarse por qué. La culpa la tenemos nosotros por la imagen que damos. Tenemos que corregir nuestros métodos.
– Para finalizar, ahí queda su legado y su mensaje de ‘libertad’.
– Lo importante es ser feliz y para ser feliz hay que ser libre.