Sí, difícil  es definir el estado de ánimo que nos embarga; afligidos, abatidos, con una dosis alta de tristeza, contrariados, indefensos, impotentes, cariacontecidos, desconsolados, disgustados, desamparados, aislados, huérfanos, incapaces, acongojados, sombríos, asustados, consternados, doloridos, descorazonados, tristes, abatidos, desanimados, desalentados…, pero también tenemos la capacidad de resistir poniéndole a la vida buenas dosis de optimismo,  entusiasmo, dicha, emoción, fervor, ánimo, aliento,  optimismo, satisfacción, agradecimiento, convivencia, comunicación, animación, transparencia, consuelo,  esperanza…

Las palabras son remedio para acercarnos a lo que se siente, aunque que nunca lleguen a la neta realidad. Lo cierto es, que las células más sensibles de la sociedad, han sido tocadas, y nos damos cuenta de que se puede hacer realidad aquella sentencia castellana que nos recuerda “no somos nada”. Pero, aludiendo a la fábula de Iriarte, aquella que comenzaba diciendo…”Cuentan de un sabio que un día…”.  Con asombro y poniéndonos en aquellas circunstancias pasadas, la humanidad ha pasado por horrendas coyunturas tan severas o más de la que estamos padeciendo. En Cuéllar, en el siglo XIX, (como en casi toda España), el cólera golpeó fuerte, muy fuerte; en 1832, por ejemplo, para una población de unos 2.700 habitantes, se registraron  81 difuntos; en 1843, con una población de unos 3.000 habitantes, se registraron 166 difuntos… cifras que dan escalofríos… .