Fernando, en un día de mercado en Segovia. /A.P.

La y su evolución en el tiempo, así como la adaptación a éste, es la encargada de acomodar y conseguir la transformación de muchos oficios. Y así sucedió hace ya más de dos décadas en Valseca. Los descendientes de aquellos panaderos del pueblo en origen, fueron dejando la manufacturación del pan, para dedicarse íntegramente a la repostería, y no les ha ido mal, obteniendo una reconocida fama las que hoy se conocen como bollerías.

Pero desde hace unos días, de las tres bollerías actuales, situadas en el casco urbano, a una, la Bollería Palacios, le ha llegado su fin. Su titular, Fernando J. Palacios Pinela, tras una larga vida laboral al frente de la misma, se ha jubilado. Con Palacios, y Charo, su mujer, con la que laboriosamente compartían las tareas, se marchan tres generaciones familiares de reposteros de esta empresa familiar.

Fernandow tomó pronto contacto con el trabajo, y desde muy joven y al calor del horno, que primero azuzaban sus abuelos Sérvulo y Mónica; y después sus padres, Benigno y Teodora, aprendió el oficio artesano, siguiendo las recetas de sus antecesores, y prodigándose en hornear las ricas tortas de anises, las magdalenas, mostachones, los bollos de coco, los americanos, los suizos, los suspiros, y muchos otros bollos que salían de la calle de la Cilla a los mercados provinciales a los que acudía, junto a su puesto primero, y su camión después.

Toda esa vida, entre levadura, harina, azúcar o moldes, han sido parte de sus hábitos diarios, junto a los madrugones para cocer, y posteriormente acudir entrada la madrugada a los mercados a atender a su fiel clientela. También sus vecinos de Valseca, calles cuya atmósfera se veía envuelta en el tierno y característico olor de la labor del horno, dejarán de acudir a su despacho. Con la bollería, se marcha esa intrahistoria de un negocio familiar, forjado a base del trabajo y dedicación de tres generaciones, que no tendrá continuidad.

Además, con una página muy hermosa que forma parte de la historia del negocio, que no es otra, que el recuerdo de aquél 22 de diciembre de 2000, en el que la Bollería Palacios, distribuyó entre sus vecinos y clientes el Gordo de la Lotería de Navidad, en participaciones de 500 pesetas.