El portugués Joao Diego Fera toma la alternavita de manos del cuellarano Javier Herrero, que ejerce como padrino, en presencia de Curro de la Casa, en El Espinar. / A.M.
El portugués Joao Diego Fera toma la alternavita de manos del cuellarano Javier Herrero, que ejerce como padrino, en presencia de Curro de la Casa, en El Espinar. / A.M.

Normalmente un torero suele doctorarse en su plaza ‘natal’ o una de capital de provincia. Por eso, mucha gente se preguntaba de forma previa con un ritmo ‘burnniano‘: “¿Qué hacía un portugués como Joao Diego Fera tomando la alternativa en un sitio como El Espinar?”. La duda se resolvió pronto: a pesar de los años de parón y de tener un recorrido de largometraje en el escalafón de novilleros, demostró estar preparado y con un concepto depurado: dos orejas y puerta grande para cumplir una nueva etapa. No fue una corrida cualquiera; fue un desafío ganadero, entre los hierros de Guadajira y Paulo Caetano, con un quinto toro, de la primera divisa, que destacó sobre el resto por su codicia. En este festejo también estuvo el cuellarano Javier Herrero que dejó patente que puede tener sitio en el circuito de las ‘duras’. Los naturales -de trago hondo- reconfortan los casi dos años sin vestirse de luces. Obtuvo un trofeo, al igual que Curro de la Casa, que, pese a también tener poco bagaje, mostró confianza en sí mismo como llave al futuro.

El toro de la alternativa, del hierro de Guadajira, fue castaño, de manos bajas y bien proporcionado. Salió con son, pero se encontró con un despropósito de tercio de varas: el picador le cogió por el pecho del caballo hasta que lo derribó. Dos puyazos mal ejecutados, que mermaron el brío del toro que mostró en el inicio. El público, de dientes; y tuvo que ser el nuevo matador, engalanado de blanco y oro para la ceremonia, el que a base de disposición remendara el parche del varilarguero. Bien a la verónica y con gusto en la franela. Supo aprovechar el tranco y la embestida final del animal para firmar una obra de tintes redondos. Cobró un certero espadazo -a la segunda- y paseó el primer trofeo de la tarde.

Alto, serio, largo y ojo de perdiz fue el que cerró plaza, de la divisa portuguesa. Encima desarrolló movilidad para que el esperado día de Fera fuese de puerta grande. Puso en liza un corte puro en las formas y cortó otra oreja para salir en hombros.

Herrero pide sitio

Colorado, largo de cuello e incierto de salida fue el primero del lote de Herrero, de Paulo Caetano, que puso el ‘modo gañafón’ al final del vuelo de los capotes: lanzaba las descargas como las de las tormentas de los últimos días. La hélice de un avión. Desarrolló fuerza en el caballo, aunque cada cite era un feo a la atención. Recital de la cuadrilla en banderillas y un torero que cuidó detalles para estar en lidiador. Lo atacó y, cuando tiró de poderío, logró exprimir los mejores pasajes. Valiente el cuellarano ante un astado que ponía peligro al final de cada muletazo. Su labor fue silenciada tras un complicado trance en la suerte suprema.

Precioso el salpicado en castaño de Guadajira que hizo cuarto: con cara y caja, aunque sin fijeza tanto en el capote como en el picador; lo que viene siendo un ‘guaperas sin sangre’ en una discoteca. Se vino arriba en banderillas y Herrero le enseñó a embestir aún estando agarrado al piso. Era otro gobierno… Y ahí se descubrió el de Cuéllar: ¡qué naturales! Tres de inicio y los que luego vinieron. Tragando y con una disposición sin medidas. A prueba de balas: después de todo hasta el animal tuvo fondo. La asignatura pendiente de Herrero, la espada; pero la obra merecía premio y le hubo: una oreja.

El tercero, castaño, algo más chico que los dos primeros pero bien presentado de Caetano, pareció salir un tanto desorientado. Con el vuelo de los capotes comenzó a echar la cara arriba y en el picador se corrigió ese defecto, aunque en la muleta, sin ser soso, acusó la falta de transmisión. De la Casa estuvo confiado con él como si cada año torease una treintena de festejos. Firme el de Guadalajara hasta en la corta distancia, pero faltó conjunción. Desatino a espadas y silencio.

El serio último de Guadajira, quinto de la tarde, fue un buen toro que destacó por su humillación, clase y recorrido. De la Casa, aún sin relajarse, pudo estar cómodo y gustarse con buenos pasajes. Faltó un punto de transmisión para que la faena cogiera los vuelos que podía haber tomado y todo quedó en una oreja. Un sector del público pidió incluso la vuelta al ruedo en el arrastre del animal.

Curro Muñoz se vacía con sus paisanos

Para terminar, la empresa, Marisma Espectáculos, acórtelo al joven novillero local Curro Muñoz, en formato de tentador público, con un astado de Garcigrande, con el que se metió al público en bolsillo. Variado con el capote y entregado con la muleta. En novillero. Al final recogió el premio de sus paisanos con una vuelta al rueda.

Ficha

Plaza de toros de El Espinar. Desafío ganadero. Un tercio de aforo (la Junta permite el 50%). Toros de Guadajira (1º y 5º, aplaudidos en el arrastre, y 4º) y Paulo Caetano (2º, 3º y 6º), bien presentados.

Javier Herrero, silencio y oreja.
Curro de la Casa, silencio y oreja.
Joao Diego Fera, que tomaba la alternativa, oreja y oreja.
El novillero local Curro Muñoz, que tentó un astado de Garcigrande, vuelta al ruedo.

Fotografías