Yolanda Díaz y el ‘fin de la Historia’

Cuando Vox dice querer defender los derechos del obrero y la vicepresidenta Yolanda Díaz aboga por un ‘pueblo ilusionado’ que no sea ‘ni de izquierdas ni de derechas’, uno tiende a pensar que algo está cambiando muy profundamente en la piel política de la nación, como está ocurriendo en Europa, quizá en todo el mundo. Los partidos políticos, los clásicos al menos, ya no están de moda: a ver si va a tener algo -algo_ de razón Francis Fukuyama, que señalaba que las ideologías ya no son necesarias, que todo es la Economía, con mayúscula.

No sé si la responsable de Trabajo del Gobierno de Pedro Sánchez o el fundador del partido de la extrema derecha han leído ‘el fin de la Historia’, del politólogo norteamericano, pero alguien tiene que empezar a releerlo urgentemente. Porque algo, muy profundo, está ocurriendo en el ‘corpus’ político, sin que lo estemos entendiendo cabalmente.

Que la persona que está revolucionando tantas estructuras políticamente anquilosadas, y ahora me refiero a Yolanda Díaz, rechace que la confinen a “un rinconcito a la izquierda”, ha de forzar a meditar a los responsables del PSOE, sobre todo al principal responsable del PSOE, encerrado en unas siglas partidarias que claramente -lo vimos en el 40 congreso_ ya no atraen a los jóvenes. Como, si me lo permiten, por extensión, nos les atraen ni esta Monarquía –ni aquella República–, ni la fidelidad a la Constitución tal y como está. Ni tal vez el sistema, tal y como está.

Esta es la verdad, aunque a quienes llevamos más tiempo transitando por el mundo no nos guste o nos asuste. De la misma manera, creo que en el principal partido de la oposición tendrían que meditar muy seriamente si su actual política de ‘disparos en el pie’ por lograr parcelas de poder e influencia en su propia formación política no es, simplemente, suicida. Sobre todo, a la vista de unos populismos, el de Vox o el del francés Zemmour, en cuarto creciente y tratando de apropiarse de trozos de pastel defendidos hasta ahora por la moderación ‘conservadora’, pero al tiempo abogando por no conservar casi nada.

Así las cosas, plantear el futuro político de la nación mirando a través de las lentes actuales resulta cuando menos miope. Vivimos una era en la que un virus ha sido capaz de transformar, más de lo que ahora nos damos cuenta, nuestras costumbres, nuestros viajes, nuestras relaciones. Y nuestra economía, claro. Pero me parece que de Díaz a Zemmour, pasando por el próximo conglomerado de gobierno alemán, por ejemplo, también han comprendido que los tiempos políticos han cambiado de golpe y que las siglas partidarias o se actualizan, o las instituciones y las constituciones se modernizan, o alguien las obligará a hacerlo.

Por supuesto que para nada equiparo en ningún aspecto la me parece que ilusionante plataforma nonnata de Yolanda Díaz con los disparates que le he leído a Zemmour o las salidas de tono de alguno de los seguidores de Abascal. Solo digo, en vísperas de la celebración del 43 aniversario de nuestra Constitución, que no tenemos otro remedio que pensar, por ejemplo, en lo significativo que resulta el hecho de que quien la firmó como jefe del Estado sigue, desprestigiado por unos y aún loado por otros, fuera de su patria. Mientras, su hijo, un buen Rey que creo que trata de adaptarse a los nuevos tiempos, compone el rostro ante lo que nos dirá en la Nochebuena. Supongo que hay que mantener, hasta donde se pueda, la tradición en momentos de revolución.

Y, en este marco, tan solo añado que quizá Fukuyama, lejos de haberse pasado varios pueblos, como dijeron sus críticos allá por los primeros años noventa, se quedó corto cuando escribió ‘el fin de la Historia y el último hombre’. Puede que empiece a no haber ya ‘rinconcitos’ en la izquierda, ni las usuales, definibles, cavernas en la derecha, ni sistemas inamovibles. Un buen motivo de reflexión cuando nos lanzamos en brazos de 2022, que va a ser, sin duda, otro año de grandes cambios, mal que nos pese.