Voltear los celemines

Ocurre algunas veces que la idea para escribir un artículo surge de la lectura de otro que llega a tus manos. Hace poco, un buen amigo me hizo partícipe de una excelente reflexión de Josep Miró, ‘Sobre Dios y el estado’, publicada originariamente en La Vanguardia. En ella, el autor otorga al cristianismo un extraordinario valor social como referencia moral y cultural, defendiendo la importancia del hecho religioso en la sociedad. Reclama por ello la contribución del pensamiento cristiano en el espacio público y se duele del «abandono de los cristianos en presentar su concepción y propuestas en las instituciones y en la vida pública», al que culpa como una de las causas de la «dificultad de la sociedad española para salir de la crisis política, que significa también una crisis moral, en la que ha caído».

Lo cierto es que en España no hay una opción política democristiana como tal, pero sí que existe una sensibilidad muy extendida que apunta a sus fundamentos, un pensamiento moderado, abierto y crítico, basado en los valores cristianos y que no rehúye el compromiso social. Es esta visión ‘democristiana’ del mundo y de la sociedad, de base amplia pero generalmente agazapada entre otras voces más estridentes, la que se echa en falta en el debate público en medio de la intransigencia que acibara de continuo los medios y las redes sociales. Una visión, un proyecto social, que podría ser muy útil en claro contraste con el enfrentamiento político e institucional tan perfectamente diseñado al que asistimos atónitos y como contrapunto a la precipitación legislativa sobre muchos asuntos, demasiados, que requieren sosiego y consenso. Un poco de arquitectura de la moderación frente a lo que llaman ingeniería social, cada vez más destemplada.

Son muchos los que piden recuperar esa contribución dialogante del humanismo en la plaza pública. El papa Francisco, fiel a su estilo, nos lo acaba de recordar en su recién publicada encíclica Fratelli tutti (Hermanos todos) sobre la fraternidad y la amistad social. Tras declarar que «no puede admitirse que en el debate público sólo tengan voz los poderosos y los científicos», afirma que la Iglesia «no relega su propia misión al ámbito de lo privado. Al contrario, no puede ni debe quedarse al margen en la construcción de un mundo mejor». Los cristianos no pueden renunciar a la dimensión política de la existencia que implica una constante atención al bien común ala preocupación por el desarrollo humano integral, concluye.

Es decir, el Papa, siguiendo la línea de la doctrina social de la Iglesia, reivindica el derecho y la necesidad de que los cristianos nos impliquemos sin miedo en el debate social, cultural y político planteando nuestras propuestas y nuestra forma de entender al hombre como una exigencia que nace del Evangelio. Y el primero que lo hace es el propio Francisco, que no duda en ‘complicarse la vida’ denunciando las miserias de un mundo cerrado, como él lo llama, y haciendo propuestas políticas para convertirlo en otro más justo y fraterno.

En este punto, es difícil contenerse y no hacer un aparte sobre los comentarios elogiosos con que ciertos personajes de la política doméstica -vía Twitter, claro está- se han apresurado a saludar algunas de las palabras del Papa en este nuevo documento. Esto está bien, ojalá siempre el pensamiento de la Iglesia pudiera estar en el foco de atención y fuera objeto de crítica y escrutinio. Pero claro, si de lo que se trata es de arrimar el ascua de Francisco a la sardina ideológica propia justificando unas ideas de partido con el marchamo de la autoridad moral del pontífice, lo insólito del caso pierde valor. Habría que recomendar a estas personas una lectura completa e interiorizada de la encíclica en vez de quedarse solo con un par de frases oportunamente resaltadas, porque el Papa tiene y reparte para todos y acabarían encontrando entre sus páginas mucho material acerca del cual no se mostrarían tan satisfechos. Al Papa, y a la Iglesia también, se les podrá intentar utilizar, pero, gracias a Dios, están por encima de ideologías.

En definitiva, somos responsables de ampliar los horizontes del debate público actual con las aportaciones de los valores siempre constructivos del humanismo cristiano. Francisco nos invita a dar un paso al frente, desde luego. Y en Segovia, probablemente lo tenemos más fácil que en otros lugares para lograrlo: disfrutamos de una ciudad muy dinámica en lo cultural con multitud de iniciativas de distintas procedencias; disponemos de foros de debate asequibles y plurales (como lo es esta sección de El Adelantado, sin ir más lejos); contamos con muchas voces sosegadas y con criterio que comparten estos valores en muchos sectores sociales, algunas más conocidas, otras más circunscritas a su ámbito profesional; gozamos, en definitiva, de unas circunstancias óptimas para atender la llamada que nos hace el Santo Padre en nuestra realidad local. Contando con estos mimbres, pienso que no sería descabellado pensar en algún tipo de colectivo o asociación abierta formada por cristianos comprometidos y por quienes comparten los mismos valores humanistas que pudiera hacer aportaciones valiosas impulsando el diálogo entre la fe y la cultura, confrontando en libertad el pensamiento cristiano con otros planteamientos antropológicos; en suma, provocando y enriqueciendo el debate público de una manera constructiva y propositiva.

¿Quién sabe? Quizá haya llegado la hora de voltear los celemines y sacar a la calle las lámparas que esconden para, junto con otras, iluminar de un modo distinto el mundo que nos rodea, esa casa común de la que somos responsables y de la que tanto nos habla el papa Francisco. Al menos, que no se nos culpe de abandono.