
Si nos ceñimos a una perspectiva estrictamente atmosférica el Poniente es un viento que sopla desde el Oeste, y en verano es cálido y seco, favoreciendo los tan destructivos incendios forestales. El Levante, o viento de solano, es sin embargo un viento procedente del Este, generalmente suave y húmedo que con frecuencia trae nubes y lluvia. No obstante, ambos términos que definen vientos distintos sirven para ilustrar y describir, al igual que lo hacen otras palabras que componen nuestra rica lengua castellana, situaciones extraordinarias e incluso extravagantes surgidas en el día a día y en la realidad de la formamos parte. Es por ello que a veces ni siquiera se necesitan los cambios semánticos, cuando el significado es amplio y define con una claridad impertinente incluso, lo que parece un surrealismo provocador e invasor que consigue adormecer a la razón, despertando a los monstruos de Goya.
Y es que en verdad soplan vientos inciertos, haciendo cada vez más complicado mantenerse a flote en una disparidad de ideas y de enfoques con escasa probabilidad de fructificar en lo que denominan los economistas un óptimo de Pareto, esto es, mejorar la situación actual de todos los individuos de la forma más eficiente de todas sin empeorar la de ningún otro tras el cambio; o lo que es lo mismo, se habrá alcanzado una mejora de Pareto cuando ninguna persona puede aumentar su bienestar sin perjudicar a otra.
Con vientos de Levante y de Poniente vamos sorteando las tormentas que hacen tambalear el barco que continúa batallando contra una fuerte marejada. Entretenidos con las idas y venidas de aquellos que han secuestrado la democracia, prostituyéndola sin remordimientos, malversando el concepto de libertad, y de igualdad de oportunidades con un discurso equivocado y medios de comunicación ‘manoseados’ en exceso. Políticas públicas que son pan para hoy y hambre para mañana con dirigentes contaminados por intereses creados y discursos extinguidos y pervertidos, dirigidos únicamente a la confrontación y a rescatar tiempos de contienda.
Un país que retrocede sin apenas ser consciente de ello, perdiendo la referencia y la cabeza volviendo a disparar a los muertos del tiro en la nuca, traicionando a todos aquellos españoles que fuimos Miguel Ángel Blanco allá por julio de 1997, a un país que, desgarrado, gritaba implorando su liberación, y más tarde lloraba de rabia su asesinado, defendiendo la paz y la libertad y ese Estado de derecho que algunos pretenden dinamitar.
Una feria dentro de otra, y un santo, San Isidro, con aires electorales muy destemplados, en un circo que anestesia la capacidad de discernir, adormecidos, desorientados, dirigidos hacia un precipicio que suicida todos los principios y pilares sobre los que se asientan la justicia, la libertad y la convivencia de los pueblos. Los cimientos con los que una sociedad avanzada ha de contar protegiendo sus instituciones y el progreso alcanzado frente al envilecimiento y la corrupción de un sistema que ha de preocuparse y ocuparse de invertir sus recursos de forma eficiente y con sentido común para procurar un futuro mejor incrementando el bienestar general no sólo el de unos pocos, impulsando el crecimiento económico que toda sociedad necesita para evolucionar, para seguir avanzado conteniendo la fuga de cerebros, evitando que sus individuos más preparados emigren al extranjero donde sí se les reconoce la preparación y formación adquiridas, costeado por el Estado español, que menosprecia y precariza su propia inversión. Un plan de negocio condenado al fracaso desde el inicio, si el coste es tan elevado que pone en peligro la sostenibilidad y el bienestar general anteponiendo los intereses personales y las ambiciones políticas desmedidas, enajenados, gastando el dinero público e hipotecando, hipnotizando y engañando a las generaciones más jóvenes, modificando leyes a golpe de real decreto, para ocultar otras carencias e incompetencias, indultar lo incalificable y despedazar el Estado de derecho que ha de ser la columna vertebral que posibilite la convivencia y el progreso sin vilipendiar ni envilecer las instituciones democráticas, velando por el respeto que ha de existir entre unos y otros.
Las sociedades maduras, aquellas que han invertido en educar a su población y saben gestionar sus recursos adecuadamente, obteniendo continuas mejoras de Pareto, son capaces de condenar a políticos de tres al cuarto, habituados a la mentira y a la manipulación, con una dudosa memoria histórica y sin escrúpulos, para desterrarlos del panorama político, castigar y elegir en las urnas lo que ni el viento de Levante ni de Poniente, por muy fuerte que sople, podrá tumbar jamás.