Vienen tiempos recios

Recuerdo que no hace mucho tiempo, cuando la cosa se ponía fea, cuando surgían problemas serios con los separatismos catalán y vasco, las quemas de banderas por parte de encapuchados al final de las manifestaciones, con los atentados terroristas durante aquellos años de plomo, con la progresiva colonización de la sociedad por parte de los partidos nacionalistas, o con la siembra del sentimiento antiespañol, los españoles se ponían en tensión, torcían el gesto y se indignaban.

Hoy es difícil decir que los problemas que aparecieron aquellos años y que tanto nos afectaban hayan desaparecido. Es justo lo contrario. Un reto como el que vivimos el 1-O y todo lo que pasó antes o después, o la foto de una vicepresidenta del gobierno de España haciéndose una foto con un prófugo de la justicia acusado de sedición, en ese momento, habría sido impensable.

Pero la gran diferencia entre aquella sociedad y la actual, es que la primera se indignaba ante los acontecimientos, mientras que nosotros convivimos con el mal como si nada pasase. No es que haya menos problemas que entonces, es que nos falta corazón para sentirlos. Lo que ha desaparecido no son los problemas sino nuestra sensibilidad hacia ellos.

La buena vida, la vida cómoda nos ha anestesiado ante los problemas. Los problemas siguen existiendo, pero ya no nos afectan tanto. No pueden ser tan graves si tengo mi móvil, puedo salir los fines de semana, seguir mi día a día en mi trabajo o en mi estudio, irme de vacaciones a la playa, ver series y películas por streaming o tomarme un vino y unas bravas.

En los próximos meses veremos cómo Pedro Sánchez pacta con Puigdemont, con Bildu, con ERC, con el PNV y con los comunistas su supervivencia política. Así que veremos a Puigdemont por nuestras calles sin haber sido ni siquiera juzgado amparado por una ley de amnistía que implícitamente afirma que se han vulnerado los “derechos de los separatistas”. Seguramente, también veremos cómo se nos cuela un referéndum de secesión bajo cualquier fórmula para darle alguna apariencia de legalidad.

Una amnistía es tanto como decir que se les ha condenado bajo leyes injustas. La amnistía es una figura legal que se utiliza en momentos críticos, por ejemplo, al pasar de una dictadura a una democracia o al finalizar una guerra civil. Es como decir que los actos de los secesionistas fueron juzgados bajo leyes injustas. Una amnistía utilizada de forma arbitraria y sin una razón legal de mucho peso que la acompañe daña gravemente el Estado de Derecho.

Todas estas maniobras no son para el beneficio de España. Sólo hay perjuicio para España en lo que el actual presidente quiere hacer. Pero su deseo de permanecer en el poder pesa más que los españoles.

El Gobierno ha acusado al expresidente del Gobierno José María Aznar de promover la rebelión y un golpe de estado por pedir a la sociedad civil que se manifieste contra la ley de amnistía. Pero, ¿quién quiere saltarse el poder judicial, negocia con un fugado y toma las instituciones para que valide sus acciones, como con el Tribunal Constitucional?

Resulta muy revelador que el mayor sindicato de la Guardia Civil, Jucil, haya sacado un comunicado en el que advierte de que ellos están para proteger la Constitución, no a quien se la salta. Y hablan de que una amnistía supondría condenar las acciones de la Policía y la Guardia Civil de aquel 1 de octubre de 2017 como ilegítimas. Y que este tipo de comportamientos son más típicos de dictaduras que de democracias.

Ante estos acontecimientos los españoles están desconcertados. Tenemos lo que votamos, sí, pero, ¿con cuánto engaño y cuántos insidiosos cooperando? Habrá que desenmascararlos antes de que sea demasiado tarde.

Estamos ante uno de los momentos más cruciales de nuestra historia reciente. Están en juego la separación de poderes, la unidad de España y las normas básicas de nuestra democracia. Vienen tiempos recios. Y los españoles se preguntan ¿cómo pueden parar este despropósito?