Una segoviana cerca del estadio Santiago Bernabéu

En los años setenta, un inspector general de la que era segunda compañía de seguros más importante de España tenía apodo: “porque yo soy farmacéutico”. El hombre siempre alardeaba de dicha titulación, a pesar de nulo ejercicio como boticario o similar; y, así, resultaba cargante, dale que te pego con la frasecita. Lo mismo pasaba con una segoviana llamada Nona, bautizada con alias parejo: “porque vivo cerca del Santiago Bernabéu”.

La pregunta del millón en el programa “Madrileños por el mundo”: ¿cuál es tu barrio? Hasta en los cerros de Valparaíso, escuché este lugar común de la indiscreción, anticipo de etiqueta. En Madrid DF –Distrito federal-, respondía con ironía. Cuestión universal, traumática en Latinoamérica, donde renta y color de la piel suelen correlacionarse de forma inversa. Un muchacho hablaba –y no paraba- del coste representado por vecindad en distrito modesto, ante envío del C.V. para encontrar empleo. Allí parados, junto a la Alameda santiaguina, refería su dolencia: estrés postraumático por motivo residencial. Una antigua alumna, muy lista, llegó como refugiada eritrea a Chile, lanzadera para acabar en California. Supo entender los códigos: se ganaba la vida como profesora de inglés; y vivía en la calle de Américo Vespucio. Según me decía, una vía ambigua, que atraviesa barrios nobles y menos nobles, aséptica, incatalogable.

Una lotería acompaña al futuro de los inmuebles donde residimos. En las sociedades anglosajonas, muy racistas a mediados del siglo XX, la llegada de afrodescendientes provocaba huida de blancos y merma del valor de tasación de los apartamentos. Lo contrario también ocurre; y hay casuística en Madrid. Una familia andaluza de clase media-baja deshojaba la margarita en los años setenta, una vez establecida en Madrid -ahora también llegan muchos jóvenes del sur-. Alcorcón se descartó en favor de Pozuelo de Alarcón, que se transformaría en el municipio más rico de España, pasado el tiempo. Cuando uno de los hijos se desplazaba a cierto barrio de Madrid para tapear, miraba por encima del hombro, como gringo desplazado a Tijuana en busca de diversión. El clasismo es rasgo consustancial a la condición humana.

Nona abandonó Segovia capital hace sesenta años. Entró en Madrid; pero, Madrid no entró en ella. El grueso de su tiempo lo ha pasado en pisito de edificio de tres plantas sin ascensor. Una vez en la capital, adquirió condición de vecina del barrio de Prosperidad; pero, las lindes administrativas cambiaron. Que alegría para la mujer, orgullosa de haber abandonado “La Prospe” sin mudanza alguna, como por arte de magia. Ahora, cuando rememora su pasado segoviano, alardea de haber visitado la periférica José Zorrilla solo en dos o tres ocasiones.

En alguna película española de la década del cincuenta, sale una escena. Gente que, subida a un montículo, en medio del descampado, veía gratis los partidos de fútbol del Real Madrid en Chamartín; pero, había que conformarse solo con la mitad del terreno de juego. Por cierto, aunque parezca increíble, en entrada de pago, mi padre y familia asistieron a un encuentro histórico para ver al Real Oviedo, equipo de sus colores. Si no ganaba, el Madrid habría bajado a segunda división; pero, los merengues salieron victoriosos por 2-0.

Cuando Nona llegó a “los madriles”, la zona más allá del Santiago Bernabéu –donde se encontraba el domicilio inaugurado- era ajena al lujo. En definitiva, los estadios de fútbol se construían a las afueras; y, además, el pisito no estaba pegado al coliseo balompédico. Sin embargo, vía Nuevos Ministerios, el afán de los empresarios por cabildear desde las inmediaciones del poder político, condujo al crecimiento de Madrid por la Castellana hacia arriba. Servicios de alto valor añadido; distrito financiero de nuevo cuño; zonas de alterne como “la costa Fleming”, con marines incluidos llegados a “Corea” desde la base de Torrejón; y viviendas de perfil residencial alto –donde los empresarios de provincias escogían apartamento para la querida- comenzaron a rodear el entorno de la cancha.

En la segunda mitad de los años sesenta, el marido de Nona era pluriempleado, como el personaje de Alberto Closas en “La Gran familia” (1962). Las cosas marchaban bien; y el niño, ya sesentón, era usuario de la piscina del Real Madrid. Iba andando, y todo; a pesar de no estar tan cerca en plano como en el imaginario de Nona. Los padres le hicieron socio del club de Pirri, Zoco y compañía; pero, mira por dónde, que eso del balompié no era de su gusto.

Las diferencias sociales se ensanchan a medida que las diversas ramas se desgajan del tronco primigenio de parentesco. Así, Nona alardeaba de pagar un IBI mayor que sus primos. Qué no se diga. Ay, mira en que barrios viven los “parientes pobres”, al otro lado de Manzanares, les decía a las comadres. La anciana criticona pronosticaba que, entre las proles de allegados, proliferarían los golfillos. Ella presumía de vecino catedrático; pero, lo que se dice cháchara, solo con la viuda del taxista. Tanto fardar, a pesar de no vivir en la Moraleja; y a Nonucha le salió un nieto “ni-ni”. Siendo niño, sentado con la familia en una terraza de la playa de Copacabana -tan cerca y tan lejos de las favelas-, al varoncito le dio por tirar la coca cola al suelo, para hacer experimentos de Química. Nadie le explicó el primer axioma de la Economía: “no hay comida gratis”. El muchachito tampoco apuntaba vocación para trabajar en una ONG.

López de Hoyos, arteria principal de Prosperidad, es calle interesante, con densidad de pequeño comercio. Toda una avenida barrial; pero, Nona no aparecía por allí. Como tantas familias segovianas, una prima de la susodicha también compró piso en “La Prospe”, por si los hijos llegaban a estudiar en la capital. Si el topónimo nunca era pronunciado, se adoptó nombre de lugar alternativo, eufemístico: Príncipe de Vergara, que es calle larga, con merma de caché hacia el septentrión. ¿La “Américo Vespucio” de Madrid? Qué guay: muchos confundirían a los zagales con “niños de Serrano”. Vaya complejos: si Prosperidad ya está gentrificada. Por allí, hay pequeños teatros para la clase creativa –tipo Boedo en Buenos Aires-; y, hasta su mudanza, estaba el restaurante peruano favorito de Vargas Llosa. Ya no es el barrio obrero que iniciara su andadura en la segunda mitad del siglo XIX, de mano de un benefactor.

El feudo de Nona solo es residencial; y, desde discreción y baja densidad, esas manzanas adquieren ventaja cual solar para desempeño de ciertos negocios, escondidos, apenas conocidos por un Madrid enterado. Cuando la niña de Nona cumplió 18 primaveras, solo se movía en dirección al Santiago Bernabéu; y frecuentaba un pub elegante, muy setentero. COU y primero de carrera en centros privados; y llegó una buena boda, con “nuevo rico” de extracción humilde. Acostumbrada a volar en el Porsche del hijo político, una vez que viajó en el coche de una pariente pobre, Nona iba asustada: “a ver si el auto se queda; y no llega al alto de Navacerrada”. A raíz de la muerte inesperada del yerno, mucho tiempo después, la anciana tuvo un primer pensamiento: “Pobre hija mía, ¿cómo va a sacar adelante el negocio familiar?”. Ya saben: “muerto al hoyo y vivo al bollo”. La dureza del refranero de estas Castillas.

Nona también alardeaba de genética; y, su madre, que siempre vivió con ella, murió a los 100 años; pero la hija repetía que debían contarse 101, pues había rebasado el centenario con muchos meses adicionales. La anciana reducía los riesgos; y apenas salía del pisito. Las visitas eran encaminadas a la cocina; y la abuela, orgullosa, abría las compuertas de los armarios para contemplación de Camelot. Un economato entero, repleto de botellas de aceite y víveres varios. Estas cosas deben escribirse, para que los lectores jóvenes aprendan la marca indeleble dejada por la postguerra en lo más hondo del subconsciente colectivo de tantos españoles.

La matriarca tuvo momento glorioso en el pisito madrileño donde pasó la segunda mitad de su existencia, ennoblecido por la proximidad, ni más ni menos, del estadio Santiago Bernabéu. ¿Para qué salir a la calle, con lo cómoda que era la silla en el cuartito de estar? Sofás y butacas eran para las visitas de relumbrón en el salón-museo que nunca se abría. En el periodo previo a su finitud, no hubo entretenimiento mayor para la bisabuela que mirar por la ventana, como James Stewart en la película de Alfred Hitchcock. En la casa ubicada detrás del edificio, residió, durante cierto tiempo, un hijo de la aristócrata más titulada y famosa de las Españas. Madre e hija estaban emocionadas ante vecindad regia, motivo de orgullo, solaz y asueto. Aunque solo fuera por contar su cercanía al estadio Santiago Bernabéu, había merecido la pena abandonar Segovia, donde apenas tuvieron ocasión de volver.