Venga. Vamos. Nos vemos. Te llamo. Cuídate. ¿Todo bien?
Qué duda cabe. Tan bien o mejor que hola, qué tal, nada. Si fuiste alumno mío te acordarás de la primera lección: “Debo dar los buenos días.”
Me lo tienen pisado y muy bien estudiado Saussure y luego Hjlmslev. La Lengua tiene una norma. Debajo de esa norma está el habla. Lo que dice la gente. Sin academias, sin decretos, sin leer periódicos, casi sin televisión, me atrevería a decir que sin redes sociales, alguien pone de moda una expresión y la repetimos sin pensar, con la gratificante sensación de que somos modernos, estamos a la última.
De las últimas es la pregunta ¿todo bien? La pregunta, qué curioso, no pregunta, impone. No me vayas a decir que no, abrevia con sí, sin detalles, que tengo prisa y solo quiero quedar bien contigo. Me gusta más la respuesta alegre de Nieves: ¿Bien o te cuento? Anda, donde las dan las toman. Si querías salir huyendo con un bien vas que chutas, si aguantas que pormenorice tengo para darte satisfacción. También está bien el estilo francés de Javier: Entre bien y muy bien y mejorando. Claro que esta respuesta es especialmente adecuada para que los envidiosos se retuerzan en su sino y nadie se reconoce envidioso.
¿Todo bien? Cómo te voy a decir que sí. A ti se te romperá el bote sifónico alguna vez, el de expansión de la caldera. En el cambio de aceite del coche puede que te digan que tienes que cambiar las pastillas del freno o que los sopladores del combustible se obstruyen. Eso si no te ronda una derrama de la comunidad. Tus padres ya te pesan y piensas en la residencia. Los niños… buf, los niños: dame, se me ha roto, Fulanito no me llama, súbeme a tal sitio, yo me visto como quiero, el de mates me tiene manía y por ahí seguido. Ah, que de niños nada, puede que peor: este año tampoco aprobó las oposiciones, lo dejó con la novia, iba a alquilar, pero con esos precios se queda en casa. Ni turno de noche, ni tres turnos: tres obreros arreglando los baches de la calle que lleva décadas estropeándose, como con los tres ayuntamientos anteriores. ¿Y quieres que te conteste que sí cuando me preguntas que si todo bien? Es que me insulta. Vaya, ahora el exagerado soy yo. Cómo va a ir todo bien. A quién le va todo bien. ¿Es que puede haber un caso en el mundo al que le vaya todo, pero todo todo, bien?
Quien más quien menos tiene sus cosas y en un encuentro casual no vamos a entrar en detalles. No digo que sea un test de amistad: si te dejas contar es que te intereso, si no con un bien arreglado. Pues bien, pues todo bien.
Eh, eh, eh. Misil en un supermercado de Ucrania, amenaza de megaterremoto en Japón, avión de pasajeros en caída vertical en Brasil, elecciones supervisadas por Zapatero en Venezuela. Ciclista atropellado, albañil precipitado, torero empitonado. Ahora sí que todo bien, si no estás en una de esas. Pero que muy bien.
Claro que luego tenemos el otro extremo. Me cuentas. La narración, por qué, termina girando sobre la salud. Enfermedades, hospitales. Ojalá solo achaques. Puede ocurrir que no te dejen meter baza y te toque asentir de vez en cuando, como los políticos de segunda que salen detrás de los políticos de primera, en plan coro mudo. Puede ocurrir que, si tienes tendinitis, lumbago, una torcedura, no te digo ya un cáncer, sea lo mismo que le pasó a tu interlocutor, o al marido de tu informante, o a la prima del amigo de tu… No vas a interrumpir la conversación con un lacónico “¡a mí qué me importa!” ¿Lacónico? Maleducado, que muestra tu egoísmo y tu falta de empatía, resiliencia y afiliación al partido sanchista. Por otro lado, no te viene mal saber a qué fisio acudió, en qué hospital le trataron bien o cómo de diligente fue el servicio funerario.
¿Criticas o propones? Las dos cosas mi capitán. Por eso me encanta, y por eso la he dejado para la última, la coletilla “me alegro de verte”. Dónde va a parar. Con ella siempre quedas bien. Y si te alegras de verdad cargas la suerte, le arreas un manotazo en la espalda y acompañas con una sonrisa que se te sale el corazón por ella.
Entonces ¿qué de las muletillas y frases hechas? Nada, todo bien. Ya veis. El leguaje mana desde cualquier sitio. A mí casi me gusta más la música de ese manantial, con la que distinguimos el afecto o la indiferencia de las palabras, de las personas. Me alegro de veros.