Romance para un río y las lavadoras segovianas

‘Lavandera del Eresma, encajera de ondas blancas
¿te acaricia el agua a ti o tu acaricias el agua?…
Con el pañuelo de sol anudado en la garganta,
lavandera del Eresma,
¿en qué piensas cuando lavas?

Luis Martín García-Marcos (1), poeta ante todo, demostró su grado de sensibilidad con las lavanderas a través de un romance, cuyo inicio abre este escrito, que me sirve para dar luz a aquel sacrificado trabajo, ejercido en ese concreto caso por muchísimas mujeres segovianas a lo largo del siglo XIX y bien entrado el XX.

La obligación/necesidad de lavar la ropa y la ausencia de agua en la gran mayoría de los hogares, sobre todo en los más humildes que eran los más numerosos, hizo que las riberas de los ríos, el Eresma el que más, sirviera de ‘pila’ de lavado. Era aquella época en la que la técnica innovadora llegaba a cuentagotas. De la lavandería industrial ni asomo. De la primera ‘lavadora’ (aparato manual formado por un tonel de madera y una manivela que permitía realizar un menor esfuerzo al lavar), se tuvo noticia a finales del XVIII.

Normal se consideraba entonces que las riberas de los ríos acogieran a cientos de mujeres. Las orillas del Eresma, también del Ciguiñuela y mucho menos del Clamores, todos ellos a su paso por la ciudad, tenían clientela constante. Tanta, que muchas de las lavanderas enviaban a sus hijos (8-9 años) a primeras horas de la mañana, ‘para coger sitio’, a imagen y semejanza de lo que ahora se hace en las playas. Allí, arrodilladas junto al río, o bien sobre piedra (la tabla llegó más tarde), dedicaban horas al duro trabajo. Algunas imágenes hemos visto de madres con hijos pequeños que se los llevaban al lugar y en una escueta cuna, que atendían con su mirar constante, permanecían hasta el momento de regresar a casa.

‘Pensaba la lavandera en una cuna de plata,
donde un niñito dormido los arcángeles guardaban;
niñito rubio y rosado dormido al salir el alba,
¡despertarle no podrían aleluyas de campanas!…

Entre las lavanderas había quienes no solo lavaban la ropa de la familia, pues con la finalidad de ayudar a la economía del hogar recogían en bares, casas de comida, hostales, posadas… ropa que lavaban y planchaban para devolverla impecable. Ya fuera en verano, con fuerte calor, ya en invierno rompiendo el hielo con las manos para llegar a la corriente de agua, El trabajo realizado dejaba secuelas en quienes lo ejercían. Muchas de ellas encorvadas por la posición del lavado acababan con artrosis y reumas. Sus manos, sobre todo en el duro invierno, acaban con moradas ronchas y dificultad para mover los dedos.

‘Piensa lavandera, piensa,
Pero no mojes tu cara que las lágrimas del río,
lavandera, son tus lágrimas.
Pensaba la lavandera, encajera de ondas blancas,
y todos sus pensamientos el río se los llevaba’.

Las lavanderas de San Lorenzo, el arrabal con dos ríos, acudían a las orillas desde el puente de la carretera de Boceguillas hasta la Alameda de El Parral – lugar este donde de se encuentra la fuente de ‘La Lavandera’-, y el puente de La Moneda. También donde se cuenta el ‘rifirrafe’ (contienda o bulla ligera y sin trascendencia), habido entre los frailes jerónimos y las lavanderas del lugar. Aquellos decían (se quejaban) de estas que eran ‘en exceso locuaces y que con sus risas y cantos a ellos le impedía concentrarse en sus rezos’. Pidieron la intervención del Concejo, y entiende este escribano que el ‘pleito’ quedara sin solución. Pura lógica, se puede rezar trabajando y cantar orando.

En otro arrabal, en el de San Marcos, las lavanderas elegían la zona, tranquila de aguas, desde el final de la Moneda hasta unos metros antes donde el Clamores vertía sus sucias aguas al Eresma ¡Cuánto habrían querido ellas, las lavanderas, que el ‘Mierdero’ hubiera estado soterrado como ahora! También a esa zona bajaban lavanderas de Zamarramala, como a San Lorenzo lo hacían las de La Lastrilla.

Luego, llegados los tiempos finales del XIX, se construyeron los lavaderos cerrados, como el de La Dehesa, donde el frío llegaba con menor intensidad. Pero las manos… las manos seguían frotando sin cesar. Incansables. Y la madre, cuidadora siempre, buscaba con sus cansados ojos al hijo que revoloteaba por el lugar.

Cuando acababa de lavar, recogía la ropa, la ponía sobre el cesto, lo sujetaba a la cadera (o la cabeza, si niño había para dar su mano), llegaba a su casa, tendía la ropa donde pudiere, entraba en la cocina, amamantaba al bebé y, cuando éste se dormía (la madre rezaba porque así fuere), se ‘ponía’ con la comida para cuando toda la familia llegaba.

Ni un segundo había dedicado a ella, a la mujer, a la lavandera, a la madre, a la esposa… trabajadora de sol a sol.

‘Pensaba la lavandera, encajera de ondas blancas,
Y todos sus pensamientos el río se los llevaba…

También había, cierto es, lavaderos de lana en la zona. Como ejemplo, los cuatro existentes desde San Pedro Abanto hasta el paraje de ‘Los dos Puentes’, atravesando la zona del Vivero. Estos nombres recibían: ‘El Primero’, ‘El de La Peña’, ‘De las Dos Aguas’ y ‘el Del Puente’. Todos ellos abiertos y con problemas entre los propietarios de la lana y los ganaderos. Aquellos dejaban el agua como ‘unos zorros’, agua que bebía después el ganado. De ahí los pleitos constantes. Pero… la fuerza la tenía la lana.

P.D. Al igual que en San Lorenzo levantó una escultura Victorino Matías para recordar a la lavandera (año 2008), con un acierto innegable, el que esto escribe rinde homenaje a su madre. Junto a ella viví el sufrimiento de su lavado en el río. Era un trabajo impagable con dinero. Sólo se entendía por la entrega total de todas y cada una al servicio de la familia.

==========
(1) El poeta segoviano nació en la ciudad el 12 de diciembre de 1895, falleciendo en la misma el 29/XI/1971. Cuando le correspondía comenzó estudios de ingeniería, que si bien a sus padres les llenaba de satisfacción, al hijo no le gustaban. No era lo suyo. Su padre fue tajante: ‘si no quieres estudiar ponte a trabajar’. No tuvo que ir muy lejos. Empleado en el comercio –uno de los más acreditados de la época en la ciudad-, se mantuvo hasta el año 1967. Habían muerto ya sus padres y unos años después traspasó el negocio. En él, en su local, encontró también el medio para albergar tertulias. Allí se encontraban –sin citación previa alguna-, Mariano Grau, Quintanilla, Marquerie, Dionisio Ridruejo… El negocio, para García Marcos, era secundario.

Dado que lo de escribir era lo suyo, ya fuere prosa y poesía, pidió plaza/puesto en El Adelantado y en el diario comenzó a escribir. En el medio permaneció hasta su jubilación, demostrando su habilidad con la pluma. También llevó sus textos a otros medios, escribió libros, publicó en destacadas revistas…