Por quién doblan las campanas

Entre las carencias con los que uno carga es el no haber nacido y haber sido criado en un pueblo. Me exime de culpa el no haber tenido elección en ello. Ser del Madrid o del Atleti o de la Gimnástica Segoviana se escoge, pero el lugar de nacimiento… Dicho esto, uno se siente bien acogido en El Espinar, pretendo ejercer de segoviano y paseo allá por donde voy esta condición pero supongo que el tufillo que te deja Madrid tras muchos años de estancia se le pega a uno y no se disipa hasta pasado bastante tiempo. No lo critico, pero lo acredito.

Al ser un firme creyente de que uno está hecho de los paisajes que ha contemplado, sobre todo en la niñez, he defendido siempre el haber querido ser de pueblo o “haber tenido pueblo” como dicen los de Madrid. Y seguro que por esa querencia de haber sido de pueblo agarro y no suelto de la memoria los tiempos —breves— pasados en pueblos de Extremadura, de Asturias y muy poco en Galicia cuando era chaval si bien ese poco tiempo está atesorado e incorporado a alma y magín. Eran años en que siendo un crío ibas prácticamente de paquete a todos los sitios. De casa en casa, a los huertos, a los procesiones, a misa, con los amigos que hacías en el lugar. De repente te explicaban que ciertas personas extrañas eran familia tuya, animales y personas mezclados a lo largo de la misma calle en pacífica convivencia (salvo que algún rapaz de aquel tiempo con ideas malas y peores en la cabeza importunara al asno que descansaba y entonces nos despertaran de la siesta las quejas —rebuznos— del jumento). También “sobraos” en las casas con productos del huerto o de la matanza. Y las campanas… Campanas que a lo largo del día, organizaban la vida social y espiritual de todos los de por allí, campanas que se oían con casi igual potencia dentro del propio pueblo o a varios kilómetros más lejos, allá en los huertos.

Por el tañer de las campanas se sabían las horas y los ritos religiosos, también avisos varios, toque de queda y hasta las emergencias, o también cuando algún vecino o vecina, al que todo el pueblo conocía, y que ya atravesaba mala enfermedad o muy avanzada edad había fallecido. Se decía en ese momento: “esto es por Ginés” o “esto es por Gervasia, la de Lucas” y uno sentía, aún ignorando que querían decir con aquello que algo parecido a un velo cubría el pueblo entero, las conversaciones de una puerta a la otra cesaban, en los comercios se frenaba el ajetreo, algunos dedicaban una oración al finado bisbiseando, en los huertos mi tío y los tíos de todos aparcaban la faena, se incorporaban, secaban el sudor y miraban al campanario. Y mientras el último tañido viajaba perezoso hacia las cercanas sierras las gentes volvían al quehacer sumidos en su propio pensar.

Era la muerte que entraba en la vida cotidiana. Entraba y volvía a salir. Vida y Muerte en perfecta correlación. Así es (¿era?) la vida del campo.

Con los años, ya más mozo, y tras la potente lectura de Por Quién Doblan las Campanas de D. Ernest Hemingway, pude condensar esas sensaciones en la frase que tira a desgarrada y que acorta la distancia entre la vida y la muerte “por consiguiente nunca hagas preguntas por quién doblan las campanas: doblan por ti”.

Va enfilando este año su final. Y las campanas han doblado y mucho, demasiado, en estos meses de este año tan extraño y duro 2020.

Y los que mandan, ha quedado claro que no mandan tanto. Llegó esta enfermedad y corrió por el mundo sin entender de fronteras, ni idiomas, ni pulsos soberanistas, ni cambios en el Poder Judicial, ni elecciones en Estados Unidos. Y ha puesto nuestro mundo y forma de vivir patas arriba. Ha sido duro para los que vivimos en la vida y debería ser de reflexión para los que administran (que lo de gobernar se les va de largo) para estar en lo que hay que estar y complicar (nos) algo menos las cosas con rencillas propias que pretenden elevar a la categoría de problema social.

Demos por buenas las noticias que van llegando de que algo han inventado que pronto nos irá levantando la angustia, evitando que se propague el mal, y tendremos algo menos de miedo por nuestros mayores. Y que las campanas no solo doblen sino que vuelvan a jornadas completas que cubran los toques de Angelus, Vecera, Nube, Alborada y, sobre todo de Fiesta, que falta hace.