
La dictadura de Primo de Rivera se apoyó en el Ejército, la burguesía, los terratenientes y la Iglesia. Cataluña no fue una excepción. La burguesía conservadora catalana vio en la dictadura un parapeto frente a los anarquistas, pero al año siguiente del golpe de Estado la Mancomunidad Catalana fue suprimida y se prohibió el uso del catalán y de la bandera catalana en la administración. Entonces, el catalanismo moderado y conservador defendido por la Lliga Regionalista perdió prestigio, que ganó el nacionalismo republicano, tanto que Francesc Macià y su partido Estat Catalá intentaron la invasión de España desde la «Cataluña» francesa en colaboración con grupos catalanes de la CNT, cuyo objetivo era conseguir la independencia de Cataluña.
Cuando la dictadura perdió apoyos, Primo de Rivera presentó su dimisión y el rey pretendió volver a la normalidad constitucional de la Restauración, pero la situación política había cambiado. El gobierno de Alfonso XIII, entonces, convocó elecciones municipales con la intención de conocer el apoyo social de la monarquía y modificar o no la ley electoral de cara a unas elecciones generales. Los partidarios republicanos las consideraron plebiscitarias.
Los españoles votaron el domingo 12 de abril de 1931. Los monárquicos triunfaron en las zonas rurales y los republicanos en los núcleos grandes y en 38 capitales de provincia. El día 14 se proclamó la Segunda República Española.
Antonio Machado lo describió así: «Era un hermoso día de sol. Con las primeras hojas de los chopos y las últimas flores de los almendros llegaba, al fin, la segunda y gloriosa República Española. ¿Venía del brazo de la primavera? […] Fue un día profundamente alegre -muchos que éramos viejos no recordábamos otro más alegre-, un día maravilloso en que la naturaleza y la historia parecían fundirse para vibrar juntas en el alma de los poetas y en los labios de los niños […] La República había venido por sus cabales, de un modo perfecto, como resultado de unas elecciones. Todo un régimen caía sin sangre, para asombro del mundo. Ni siquiera el crimen profético de un loco, que hubiera eliminado a un traidor, turbó la faz de aquellas horas. La República salía de las urnas acabada y perfecta, como Minerva de la cabeza de Júpiter».
Pero España estaba cargada de antiguos problemas sin resolver: la «cuestión religiosa” y la política educativa, la “cuestión social”, la “cuestión militar”, la “cuestión regional” y la reforma agraria. Y todo ello en el contexto de la crisis económica de 1929.
Apenas conocidos los resultados de las elecciones municipales, Francesc Macià proclamó el Estado Catalán. La crisis creada acabó cuando el Gobierno se comprometió a presentar a las Cortes Constituyentes el Estatuto de Autonomía que aprobara la Asamblea de Ayuntamientos catalanes y el reconocimiento de la Generalitat como gobierno de Cataluña.
El Estatuto aprobado en Cataluña, superaba en competencias la Constitución de 1931 por lo que fue adaptado en el Congreso mediante duros debates entre las personalidades políticas más relevantes. Ortega y Gasset sostuvo que el problema catalán era “un problema que no se puede resolver, que sólo se puede conllevar, … no sólo que los demás españoles tenemos que conllevarnos con los catalanes sino que los catalanes también tienen que conllevarse con los demás españoles”. Para Manuel Azaña, presidente del Gobierno, era un problema en el que había que “conjugar la aspiración particularista o el sentimiento o la voluntad autonomista de Cataluña con los intereses o los fines generales y permanentes de España dentro del Estado organizado por la Republica”.
El golpe de Estado de Sanjurjo aceleró su aprobación. Cataluña tendría gobierno y parlamento, podría legislar sobre sus competencias, el catalán sería declarado cooficial junto al castellano y desaparecieron las referencias a la autodeterminación. Las primeras elecciones al Parlament, noviembre de 1932, las ganó Esquerra Republicana de Cataluña a mucha distancia de la Lliga y Francesc Macià fue el primer presidente de la nueva Generalitat.
Un año después la derecha ganó las elecciones generales y el gobierno de Lerroux comenzó a deshacer la labor del periodo reformista anterior. Esta actitud de Lerooux, también llegó a Cataluña. Cuando el Parlamento catalán aprobó la Ley de Contratos de Cultivo los propietarios protestaron y la Lliga junto con el Gobierno llevaron la ley al Tribunal de Garantías Constitucionales que la declaró inconstitucional. Los parlamentarios de Esquerra Republicana de Cataluña, entonces, abandonaron las Cortes y aunque el Gobierno intentó negociar, la CEDA le retiró el apoyo y hubo crisis de gobierno.
En el marco de la huelga revolucionaria de octubre de 1934, Companys se alzó contra el Gobierno de la República y proclamó el “Estado Catalán” dentro de la República Federal Española. Con la rápida y exitosa intervención del general Batet, jefe de la IV División Orgánica, quedó abortada la proclamación y Companys fue encarcelado con todo su gobierno, juzgados por rebelión y condenados a treinta años de reclusión mayor e inhabilitación absoluta. La autonomía catalana fue suspendida por ley a propuesta del Gobierno y la Generalitat sustituida por un Consejo designado por el Gobierno. La Generalitat se restauraría con la victoria del Frente Popular en 1936.
El golpe de Estado del 18 de julio de 1936 no triunfó en Barcelona ni en Cataluña, pero durante la guerra civil la colaboración entre el Gobierno y la Generalitat, dirigida por Companys, no fue buena ni estrecha porque el Gobierno pretendía centralizar el mando bélico y la Generalitat se excedía en sus competencias estatutarias.
Con la conquista de Barcelona por los rebeldes, a la represión general se unió la supresión del Estatuto de Autonomía y sus instituciones, se derogó la oficialidad de la lengua catalana y redujo su uso. A ello se sumó el fusilamiento de Companys, trasladado a España por la Gestapo desde el exilio a petición del Gobierno, pero es un mito que Cataluña fuera derrotada por el fascismo español. Hubo catalanes, muchos, de los mismos sectores sociales que en el resto de España que apoyaron al franquismo: burguesía, eclesiásticos, políticos, periodistas e intelectuales, y también hubo catalanes que lucharon al lado de las tropas de Franco.
El franquismo fue anticatalanista en todos los aspectos de la vida cultural y dio preferencia a la cultura y la lengua castellana, pero hubo franquismo catalán y un importante desarrollo económico e industrial que, en gran parte, se debió a la instalación de empresas públicas como SEAT, lo que propició el crecimiento económico y demográfico por la llegada de trabajadores de otras regiones de España.