
Ante lo tremendo que no cesa intento con la calma del fin de semana (cuando escribí este artículo) echar (me) un poco de sosiego por encima y comprender dónde estamos todavía a comienzos de este año. Y si no calma sí algo de resignación al reparar en que las grandes catástrofes son tan de la humanidad como la humanidad misma. Saldremos de esta, como hemos salido de otras, pero teniendo claro que prisas y la descoordinación son malas consejeras.
El que escribe no va a perder un minuto en echar un capote a las medidas tomadas por un gobierno, cualquier gobierno, para parar el golpe de la pandemia mientras pueda haber una intención electoral – aunque sea remota -. La referencia a parar el golpe viene porque la pandemia campa por sus respetos, aparece, casi desparece y vuelve a aparecer otra vez por doquier; casi parece tener criterio propio.
Hay que reconocer, no obstante, que no es tarea tan fácil. O no debe serlo. Y vaya por delante que somos legión los que no hemos hecho grandes esfuerzos por entender la pandemia o hacer predicciones sobre lo que pasará o no pasará. Simplemente nos sobrepasa y preferimos ser obedientes respecto a lo que nos dicen hacer, al menos durante un tiempo. La crítica no aparece hasta pasado un tiempo en el que se hace patente que las cosas no funcionan como pronostican los que saben, o dicen saber… Son las mismas personas las que dicen que “hemos derrotado al virus, controlado la pandemia y doblegado la curva” (presidente Sánchez dixit) para luego y ante la sospecha de que la cosa se podía desbocar se suelta el problema hacia unidades de población más pequeñas y ahí se las compongan.
En un sitio se dice una cosa y en otro otra; eso sí distan pocos kilómetros unos sitios con otros y están cultural y económicamente “contaminados”, por lo que la eficacia de las medidas está en entredicho. Lo que queda de relieve es que el virus es “listo” ya que si algo caracteriza lo que venimos llamando progreso de la humanidad es la interacción, el intercambio, la globalización, vamos, y ahí es donde está cómodo el virus para ir saltando de unos a otros y seguir contaminando.
El resultado de esta dispersión de medidas por la que cada uno hace la guerra por su cuenta, unido al caso omiso de bastantes parroquianos, es esta montaña rusa que tenemos de cifras e incidencias. Regiones que eran capaces de bajar el número de afectados hace pocas semanas hasta cifras que se anunciaban poco menos que residuales ahora se dan la vuelta y están amenazadoramente arriba. Y viceversa. Por supuesto cuando los números acompañan hay gran exhibición y bombo por lo conseguido y “así hay que hacer las cosas” y cuando no, pues cara de preocupación y resignación. Veía en la tele en el infatigable maratón de reportes y entrevistas que aparecen sobre el asunto, que el cuñado de alguien (ya se sabe como son los cuñados…) fue capaz de contaminar a veinticinco de familia y esos veinticinco solo Dios sabe a cuantos más, hasta que cayeron en la cuenta – y en la cama – y entraron todos en confinamiento.
A los únicos que se ha visto con unidad de criterio y mensajes claros y concisos ha sido, qué casualidad, a los científicos. Cada vez se les da más tiempo en los medios y en pocas palabras nos lo han explicado. El encierro bastante estricto parece ser que es lo único que funciona hasta que muchísimos tengan la vacuna puesta. Esto es incompatible con una economía que necesita funcionar. A la vacuna le ha pasado como a las acciones de algunas compañías en Bolsa: se ha sobrecomprado. Anuncian la vacuna, gran alivio, relajación y en muchos casos, a celebrarlo. Y con la celebración y la relajación llegó el repunte, porque claro se “descontó” el efecto de la vacuna. Hay que ponérsela. Y son “solo” unos cuantos miles de millones en el mundo los que tienen que ser vacunados para que la cosa de verdad haga efectos y se reduzca definitivamente el mal sin rebotes alarmantes.
Que el tema no es tan fácil ya lo sabemos. No es buena idea aparecer con mensajes de victoria que animan a cierto personal a la irresponsabilidad. Toca una difícil y callada acción política para sujetar a los más impulsivos.