Morituri te salutant

La expresión de origen confuso en el Imperio Romano y dirigida al César, tantas veces repetida y normalmente de forma irónica cobra actualidad estos días, pero de forma menos irónica.

Se pretende hacer esta reflexión, con modestia, alejado de creencias religiosas o morales, más bien con el criterio y el respeto a la amplísima y cambiante variedad de estados de ánimo del humano a lo largo del tiempo. Así, contado lisa y llanamente que un individuo libre y de forma libre pueda decidir sobre poner fin a su existencia parece lógico y no se debe obstaculizar. Incluso lo contrario podría parecer alejado del respeto a esa libre elección que pueda tener el ser humano individual.

La pregunta es quién va a decidir, si puede decidir, y si quien autoriza esa muerte está en condiciones de hacerlo aunque sea el propio interesado. Todo ser humano y por ser humano de mente compleja atraviesa situaciones en la vida, algunas muy llevaderas pero otras son de extrema tristeza e incluso durante temporadas los acontecimientos le sobrepasan a uno y en la búsqueda – a la desesperada – de soluciones aparece “el desaparecer” (no exactamente el quitarse la vida) como un deseo, como un desahogo. ¿Qué hacer en ese caso?. El ser humano es de opinión mudable, voluble en función de sus experiencias o momentos vitales y la decisión de acabar con la vida, quien la toma, es raro que lo haga de forma completamente lúcida; la decisión es más bien tomada desde la desesperación. Ya sabemos que esta ley establece filtros, comités, seguro que algún político andará por medio, pero no queda claro lo fundamental: si el que toma la decisión lo hará desde la más serena certeza de que eso es lo que desea. No todos los casos van a ser los de una persona que conociendo los padecimientos que le vienen por delante, por ejemplo por un cáncer incurable, decide con el concurso de familia y amigos despedirse de todos ellos y marchar voluntariamente al Mas Allá.

Natura, que sabe más que el ministro de Sanidad (con todo mi respeto), ya decidió que el ser humano no tiene control sobre determinadas funciones que darían opción a la interrupción de la existencia. No podemos dejar de respirar a voluntad o que se pare el corazón, o que se detenga una digestión. Todo lo más, sujetar una flatulencia.

E, incluso, salvo en caso de grave distorsión como puede ser una depresión profunda, el ser humano no es capaz de infligirse daño severo y menos aún la muerte; le repugna y salvo situación muy extrema no puede ni quiere. Además, y seamos sinceros, ¿a quién en algún momento no le han flaqueado las ganas de vivir y pasado el tiempo uno repasa ese momento y le entra hasta un cierto escalofrío?

Y llegan las preguntas: ¿Por qué tenemos que ser de los primeros en aprobar esta ley?. ¿Por qué no se pone el mismo interés en mejorar la educación, educando en libertad y criterio?. ¿Por qué tiene que ser express?. ¿Y además en un momento de tanta mortandad desde luego no querida por los finados? ¿Por qué esos aplausos y ese alborozo en el Parlamento?.

Acaso cabría haber pensado en la despenalización como un paso previo, pero afortunadamente estos políticos, seguramente asesorados por el famoso comité de expertos han decidido lo mejor para nosotros. Mi agradecimiento por delante.