Más sobre las esterilizaciones de gatos ferales en la calle Gascos

En mi artículo anterior, denuncié las esterilizaciones masivas de gatos, que están siendo practicadas en la calle Gascos durante estos últimos días por una colaboradora del Ayuntamiento de Segovia. Supondrán la extinción de la colonia ancestral en pocos años.

Me he comunicado con Carmen Almarcha, acreditada como cuidadora de gatos con carné expedido por el ayuntamiento. Ella también atiende a la colonia referida; y está indignada por un hecho concreto: las castraciones practicadas a gatitos demasiado pequeños, con menos de cuatro meses, que no han alcanzado la pubertad. Una veterinaria con amplísima experiencia profesional me remarca que no practicaría intervenciones a hembras o machos con dicha edad. La moda de las esterilizaciones infantiles nos llega de los Estados Unidos; y la nueva ley, un desatino, lo ampara. El criterio científico sugiere no castrar antes de los seis –hembras- y siete-ocho meses –machos-.

Me informa Carmen acerca de cómo los hechos no solo han ocurrido en Gascos, sino también en la colonia del Socorro. La última está situada en el cogollo del casco histórico, donde proliferan rehabilitaciones, oferta de apartamentos turísticos y alojamientos para estudiantes del IE. Turistificación más IEificación no solo expulsan a los vecinos segovianos. Ahora también les toca el turno a los gatos ferales, mestizos, sin pedigrí, indefensos, para que se vayan también. Hay que dejar el terreno libre al modelo económico y urbano emergente.

La celeridad y determinación radical en llevar a cabo la “solución final”, vía esterilización de todos los gatos ferales de Gascos, para que esta especie acabe siendo borrada de la faz del entorno, ha conducido a esta situación tan desagradable, propia de una sociedad distópica. Siempre estuvieron presentes los felinos en Gascos. Mi madre me cuenta cómo su abuela, Elena Santiuste, fallecida a mediados de los años cuarenta del siglo pasado, compraba ternilla y más comida para los animales que vivían en la finca familiar, propiedad de mi abuelo hasta 1989, cuya extensión equivalía a la mitad de dicha calle.

En el artículo previo, me referí a una gatita parda de Gascos, muy vivaracha a pesar de ser tan pequeñita. Ha sido la primera víctima de una castración demasiado precoz. Su fotografía, sacada por Carmen Almarcha, en la que se aprecia la marca de la intervención llevada a cabo, ilustra esta nota.

Conozco a un profesor de Veterinaria. Se trata de una eminencia. Y recuerdo cómo me comentó que llegar a tener una gestación es algo bueno para la salud de las hembras felinas. Además, me consta que las esterilizaciones de los gatos ferales son de bajo coste, inferiores en calidad médica a las practicadas a los gatos domésticos que tienen un dueño.

En la Plaza Mayor, me han indicado la dirección de la concejalía de Asuntos Sociales, de la cual dependen las colonias felinas. Antes de decirme “Marqués del Arco 22”, el conserje ha pronunciado que está “donde acaban las tiendas de souvenirs”. Y en el trayecto por la vía principal que conduce al alcázar, me he quedado asustado, en tanto hace tiempo no pasaba por allí. Me ha venido el recuerdo del centro de Jaipur, capital del Rajastán en el norte de la India. Cuando buscábamos una vieja cafetería de la época británica, casi escondida, alguien me orientó: “diez tiendas más allá”. Aquello era puro bazar, agrupamiento minorista de telas y demás, donde no quedaba espacio para otra cosa. Mis interlocutores de Segovia y Rajastán no se conocen; pero han respondido de la misma forma a la pregunta para ubicarme en plano.

En cualquier caso, existe una diferencia notoria. La bella Jaipur, que, con sus edificios rosados, también tiene acreditado su centro histórico como Patrimonio de la Humanidad, es ciudad-bazar, con tradición ancestral, viandantes y vitalidad extrema. Por el contrario, la invasión de establecimientos de souvenirs reduce la diversidad de tantos espacios urbanos afectados, desde Barcelona a Segovia. Así, desaparecen tanto comercios de otros ramos como viandantes no portadores de la etiqueta de “turista clónico”.

El filósofo y matemático Nassim Nicholas Taleb, libanés perteneciente a la minoría cristiana, es autor global muy laureado. En su obra “Jugarse la piel”, plantea cómo hay dos tipos de personas: aquellos que se juegan la piel, frente a los que no lo hacen. Por ejemplo, entre los segundos, denuncia a los banqueros de inversión que, al explotar la crisis financiera de 2008, socializaron las pérdidas, tras obtención de ganancias extraordinarias durante los años previos.

Les puedo asegurar que Carmen Almarcha pertenece al grupo de ciudadanos con conciencia cívica; y se juega la piel. Desde hace muchos años, atiende con cariño a la colonia felina de la calle Gascos. La labor de los cuidadores de gatos solo genera beneficios emocionales, intangibles, vía satisfacción del deber cumplido desde un comportamiento ético y utópico; pero, hay otra cara de la moneda. El esfuerzo exigido a los corredores de fondo, constante, metódico, llueva o nieve; y los disgustos periódicos.

Carmen Almarcha es heroína cívica, que, desde el compromiso ético, contribuye a humanizar Segovia y convertirla en una ciudad mejor. Se trata de una mujer trabajadora que madruga muchísimo. A pesar de vivir en el otro extremo de la ciudad, no falta ningún día a su cita con los gatos de la calle Gascos, en el otro extremo de la ciudad. Si diluvia, como ocurrió hace unos días, nos enviará un mensaje, para que advirtamos que los gatitos no han comido todo lo que deberían. Cuántos días del último verano, sofocante, nos llamaba, si era menester, para que pusiéramos agua a esos pequeñajos entrañables.

Una buena alimentación ha permitido la supervivencia de los gatitos pertenecientes a la quinta de 2023; pero, uno de ellos se nos antojaba vulnerable en extremo. Al comentar que me preocupaba dicha situación, Carmen ha adoptado a Héctor. El animalito aparece en los videos colmado de juguetes y atenciones. Blanquinegro, ha heredado la misma carita de su padre, ese macho nómada que ha contribuido a aumentar la diversidad genética de la colonia. Un patrimonio de siglos que no debe perderse.

Un poco antes de las doce del mediodía de este 29 de septiembre llegué a las dependencias municipales de Asuntos Sociales; y pregunté por la concejala. Un funcionario amable me atendió. “Hay que pedir cita”, escuché. “A eso vengo”, respondí. “Le llamarán”, prosiguió. Remarco la urgencia del caso; pero, por el momento no he sido contactado. Al despedirme, el empleado municipal refirió que, en cualquier caso, se está produciendo una reorganización administrativa de funciones. Así que no sabe cómo quedará el tema felino. En ese momento, me acuerdo de Larra. Ya saben: aquello de “vuelva a usted mañana”.

Carmen me comenta cómo una colaboradora suya también fue al ayuntamiento hace unos días; y se topó con un muro de incomprensión. Me viene otro recuerdo literario: José K, “alter ego” de Kafka: aquel personaje del agrimensor que no logra acceder al castillo.

Mucha gente quiere y respeta a los gatos en esta ciudad. Mi hermano, cuando escuchaba retazos de conversaciones ajenas en mesas aledañas de los cafés, detectó cómo, en Segovia, se habla mucho de estos felinos. No olviden algo: Víctor Hugo dijo que Dios los creó para que el hombre pudiera acariciar al tigre. Espero que alguien haga algo.

Mi hermano devino en cuidador de gatos al llegar a Segovia, aunque careciese de carné. Estaba en forma; y lideraba el pelotón familiar en el ascenso por la calle Gascos. Mi madre, anciana, y yo, excedente de peso, seguíamos a distancia. Ahora nos ha tocado el relevo. A pesar de mi pereza para muchas cosas, debo perseverar en el esfuerzo de defender a los débiles. Nos criamos con las películas de Frank Capra, en las que siempre había un final feliz. ¿Recuerdan a James Stewart, cuando se planta en el Congreso de Estados Unidos y da un discurso maratoniano para defender una causa justa? “Caballero sin espada”, o, en versión original, “Mr. Smith goes to Washington”, clásico imperecedero de 1939.

Los gatos también son Segovia, decía mi hermano.