
Hará tres meses fue la última vez en que vi a Mariano Gómez de Caso. Era un domingo por la tarde. La vecindad de ambos en la calle Velarde hizo que, tras recibir su llamada, me presentase en su casa en un periquete. Le pedía ayuda sobre una documentación precisa que creía que él podía conocer sobre la relación entre Lope Tablada Maeso e Ignacio Zuloaga. También le quería enseñar el borrador de un artículo que para las ‘Crónicas del 120 aniversario‘ había escrito sobre esos pintores que retrataron la Plaza Mayor de Segovia a principios del siglo XX: Darío de Regoyos, Ignacio Zuloaga, Daniel Zuloaga y Lope Tablada Maeso. Me llamaba la atención que Ignacio Zuloaga hubiera escogido el mismo escenario para su cuadro –un magnífico Rincón castellano, hoy en la Fundación Plácido Arango– que Lope Tablada Maeso –Casas de la Plaza Mayor-. Eran losinmuebles que después fueron sustituidos por Javier Cabello Dodero al construir la llamada Casa de Larios, entonces entre la calle de Cintería y del Toril. No había ninguna carta conocida ni ningún testimonio que recordase. Su vista estaba mal, muy mal, pero Mariano guardaba ratos de gran lucidez y ganas de conversación. Sobre la Plaza Mayor escribió un artículo muy bonito en el 2002 en la Revista Cultural de Ávila, Salamanca y Segovia, del que estuvimos hablando y confrontando estos cuadros con el relato de José Gutiérrez Solana en su ‘España negra’, de 1920, una primera ediciónrecién adquirida por mí que sobre todo palpó más que vio.
En algunos momentos me compelía a que fuera a su ordenador y buscase algún artículo que él consideraba que debía tener. Como he dicho, tenía mal la vista pero recordaba perfectamente a sus 94 años en qué carpeta informática se encontraba el documento. “Quien busca siempre tiene que saber en dónde guarda después las cosas, me contestó”, ante mi sorpresa. Llovía a jarros ese domingo 9 de mayo. “Cómo se va a ir ahora”, me decía, lo que hizo que la gozosa conversación durase buena parte de la tarde. A Mariano le subían la comida y lo cuidaba una hija monja, de nombre Fuencisla. Teníamos ya cierta confianza de atrás –un atrás no muy lejano- pero nunca me dejó de llamar de usted, aunque para compensar llenase la conversación demucho afecto.
“Quien busca siempre tiene que saber en dónde guarda después las cosas, me contestó”
Lo que más me llamaba la atención de él era la generosidad que tenía con el otro, aunque pisara territorios de conocimiento compartidos. Algo que, reconozcámoslo, no es muy corriente en el trabajo intelectual hoy en día. Nos conocimos cuando tuvo la deferencia de llamarme para felicitarme por un artículo escrito sobre María de Pablos en el verano del 2019 en El Adelantado de Segovia, y para agradecerme que le hubiera citado como el descubridor de la extraordinaria compositora. Lo hacía, casi con humildad, quien había sacado a la luz la obra de una gran mujer a raíz de su labor investigadora en la hemeroteca del decano.
Al poco, sabiendo que yo vivía en Riaza, me volvió a llamar para vernos en Segovia. Me dio una documentación que tenía sobre Amalio Cuenca, el magnífico guitarrista riazano –también María de Pablos tenía por parte materna, los Cerezo, ascendencia riazana-. Me conmovió la explicación: “Ya no doy más de mí con el tema”. Fue entonces cuando aprendí de una de esas figuras grandes de Segovia y no bien conocida. Hablamos ese día de la gran Mariemma –Guillermina Martínez Cabrejas-, la iscariensediscípula de Amalio. Cada vez que nos veíamos me preguntaba sobre mis progresos –nulos- sobre la figura de Amalio Cuenca. Le obsesionaba su desconocida muerte, sus años en París, su relación con los miembros de la Generación del 27, de Falla –que lo nombró jurado del famoso Festival de Cante Jondo de 1922-, el porqué de convertirse en propietario de un restaurante en París, La Feria se llamaba, sus colaboraciones con grandes bailaoras y bailarinas de la época –María Albaicín, Lolita Benavente, Antonia Mercé ‘La Argentina’, que murió de un infartó el día del golpe militar, un 18 de julio de 1936-… Nunca mis investigaciones en la embajada de París dieron fruto. Nunca pude satisfacer la curiosidad intelectual y la generosidad de Mariano Gómez de Caso. Bien que lo lamento.
No es el lugar y el momento para hablar de la obra intelectual de este sabio segoviano. Solo recordar su labor investigadora sobre la correspondencia entre Daniel e Ignacio Zuloaga daría para un artículo completo. Hoy se trataba se reflejar el dolor por su pérdida, por esas conversaciones sin café que ya no volverán, y de manifestar la satisfacción de haberlo conocido. Ha muerto un segoviano sabio y generoso.