Los Reyes Magos existen

Y también los Reyes de todos los días, los humanos, que nacen, crecen, se perpetúan y mueren; por si alguna duda cupiere a alguno. O por si le diera por pensar que “esto está acabado” y que la toma del palacio de invierno de los zares es cuestión de tiempo.

Para el que piense que son especie a extinguir que nos explique cómo es posible que una reina de país extranjero pueda hipnotizar tanto a nuestro país y al mundo entero durante once días. Y de paso conseguir la mayor superproducción para cine y TV jamás vista.

Está claro que todo ha sido un exceso en los tiempos y en el artificio pero la sorpresa ha sido que, cuanto más símbolo y más protocolo, más seguimiento ha tenido el acto. Y más rendición de las gentes a los homenajes que se han hecho. Dicen que cuatro mil millones de personas han estado en algún momento siguiendo las exequias reales más grandes que el mundo haya conocido. Eso es más gente siguiendo un evento que los anuncios que hace nuestro primer ministro respecto a quitarse o ponerse la corbata o los anuncios que se esperan de que hay que ducharse con el agua bien fresca. Por cierto, estemos atentos a los beneficios para la salud que nos anunciarán por ello o mejor aún si nos duchamos con menor frecuencia.

Mi respeto hacia los británicos que en su pragmatismo legendario, en su capacidad para mercar con casi todo, han hecho una enorme campaña de publicidad hacia su país. No importa que estén en horas bajas. Han sabido darle la vuelta y han envuelto en papel de regalo distinto el mismo obsequio, para que parezca diferente y nuevo: hay que ir a Londres, dirán unos. Hay que pasearse por los mismos lugares que la difunta y compartir por unos momentos la solemnidad de aquellas horas, dirán otros.

Y de paso, unos cuantos países de la Commonwealth que estaban esperando este momento para despedirse de la organización (que tiene un mucho de añoranza de las colonias perdidas) a lo mejor se lo piensan. Está claro que el rey Carlos III tiene un perfil incuestionablemente más bajo que su madre y “arropa” menos bajo su manto, pero ni Canadá ni en Australia podrán suplir el dejar de ser parte de un reino, aunque hoy lo sea descafeinado. Al final, todas las repúblicas potentes del mundo que un día fueron monarquías o no han podido serlo por razón obvia, adoptan modos y formas que emulan las tradiciones de las más vetustas monarquías. Veamos si no todo el despliegue de bandas, bastones de mando, bailes de salón y hasta sables de confusa procedencia.

Hace ya bastantes años el que escribe pasó tiempo en Cambridge (Inglaterra) estudiando. Viviendo en una casa típica con una familia típica en una típica habitación compartida. Mi compañero de habitación era un muchacho de Nueva Zelanda (3 millones de personas, 60 millones de ovejas, siempre decía). Y entre lo mucho que hablábamos me comentaba que dentro de su propia familia cuando la Reina salía por la tele (las pocas veces) se escuchaban bastantes críticas y pocas alabanzas, pero se ponían de pie brevemente en señal de respeto a la institución.
El aprendizaje de todo esto, si es que hay alguno, es que al ser humano le gusta que no todo sea evidente y tangible. Lo distante, aquello que es inalcanzable, lo que está más allá de la envidia y donde la mezquindad no tiene sitio, tiene su valor. Son instituciones que representan un poder que nos supera y por ello se acepta que esas personas lleven vidas aisladas y excéntricas por su propio carácter de que “no son como nosotros”. Solo se acercan con alguna buena nueva, un mensaje de Navidad, un nacimiento o, como es el caso una defunción después de una vida larguísima.

Visto lo visto llama la atención la ferocidad del ataque a la Casa Real intentando demoler lo que da sentido y un poco de “caché” al país. Siento a la monarquía, hoy por hoy, más eficiente que los que se nos presentan (pretenden) levitando a mitad de camino entre el cielo y la tierra. Pero van cayendo, se van posando en el suelo y los zapatos llevan polvo que se acabará convirtiendo en lodo. Al tiempo.

Merece la pena creer en Reyes y Reinos, con sus días alegres y con sus noches tristes. Es práctico. Y también lo es creer en los Reyes Magos: siempre cae algo.
_____
(*) Empresario y escritor