Los jóvenes y la lectura

En el entorno literario, se escuchan desde hace mucho quejas a propósito de que los jóvenes ya no leen, que lo audiovisual está matando poco a poco el mundo de las letras, que los adolescentes se pasan la vida con la cara pegada a la pantalla del móvil…

Y bueno, en parte tienen razón, pero en los últimos tiempos han surgido tendencias esperanzadoras que están acercando la lectura a las nuevas generaciones de una forma inteligente: hablando su propio idioma.

Plataformas sociales, como Wattpad o Lektu, permiten que los escritores suban sus contenidos para que sus seguidores puedan leerlos. Ya sea en forma de relatos o de novelas por entregas, las legiones de fans de algunos de estos autores han favorecido que den el salto al libro, gracias a que ciertas editoriales han sabido ver el filón que suponían. Porque si un creador desconocido cuenta con miles de fans antes de que sus novelas existan en el mundo físico, las ventas posteriores están aseguradas.

En la última Feria del Libro de Madrid, las colas de chavalería emocionada daban varias vueltas al Parque de El Retiro. Querían conseguir la firma de su escritora favorita, una chica no mucho más mayor que ellos que un gran grupo editorial había rescatado del mundo online. Editó sus historias a través de un sello pensado para ellos, porque entendió su potencial.

Todo esto debería suponer una alegría. Los que se lamentaban y preparaban pomposos funerales de libros, tendrían que estar contentos por ver que los jóvenes por fin retomaban el hábito de acariciar páginas, ¿no?
Pero, ¡Ay! Es que nunca llueve a gusto de todos.

Porque parece que la forma y el contenido de muchas de esas historias no son considerados verdadera literatura, sobre todo por aquellos que enarbolan el estandarte de vigilantes de nuestro lenguaje o se consideran garantes del contenido cultural patrio. O sea, que antes se quejaban de que los jóvenes no leían y ahora lo hacen porque lo que leen no les gusta.

Aunque algunos hayan olvidado de forma deliberada que en su adolescencia eran seres más sencillos, a pesar de que crean que ya nacieron adultos, no es así. Con esas edades no te preocupa si la prosa está bien o mal construida, si las figuras literarias son correctas o si lo que lees formará parte de los libros elegidos para recordar durante generaciones en el Olimpo de la literatura universal. Lo que te importa es si te identificas con la historia y sus personajes, si te gustaría vivir una aventura como esa o si anhelas conocer a sus protagonistas.

Simple, pero comprensible.

Echando la vista atrás, no me resulta complicado recordar que los libros que yo devoraba en mi juventud no tienen nada que ver con lo que leo en la actualidad. Los contenidos eran adecuados para alguien con mis intereses de entonces, y el lenguaje que se empleaba se adaptaba a personas cuyo vocabulario y comprensión lectora aún estaban en etapa de formación.

En los noventa y principios del siglo XXI, la moda eran las historias de brujas, vampiros, poderes y mundos extraordinarios. Libros, series, películas, comics… Cualquier producto destinado a niños y adolescentes giraba alrededor de alguna de esas premisas.

Si ahora se llevan las series basadas en el romanticismo atormentado, fantasía con amores adolescentes y problemas subidos de tono que harían desmayarse a Jane Austen, no es extraño que las novelas de ese estilo tengan un éxito abrumador. Criticar a las editoriales y autores que cultivan ese contenido me parece tirar piedras contra nuestro propio tejado.

Las personas evolucionan, y lo hacen junto con sus lecturas. Las modas van y vienen, pero el hábito de leer permanecerá. Los que hoy disfrutan con un estilo o género, mañana seguirán con otro diferente. Si nos empeñamos en intentar dirigir los gustos literarios de los más jóvenes, lo que lograremos es espantarlos y que detesten la lectura al identificarlo como algo aburrido, una imposición de la que huir en dirección opuesta.

En mi humilde opinión, lo más inteligente es invertir en acciones que promocionen la lectura entre los niños y adolescentes, que favorezcan la comprensión situándola en su espectro de intereses, diversión y gustos.
Y, gracias al cielo, no soy la única que lo piensa.

Un ejemplo es la magnífica Detectives extraescolares del escritor e ilustrador Enrique Carlos Martín, que presenta a un grupo de alumnos que se convierten en detectives como actividad extraescolar. En las páginas de este libro interactivo, los jóvenes lectores encontrarán enigmas que deberán resolver, mientras la investigación de los personajes avanza entre líneas de texto y páginas de comic.

Una forma fantástica de iniciar en la literatura a los más pequeños mientras les ayudas a creer que son capaces de resolver misterios.

Parece divertido.

Más esperanzador aún es saber que muchas escuelas, institutos y organismos hacen todo lo posible porque sus catálogos y movimientos favorezcan el amor por la lectura entre sus usuarios y alumnos. Gran muestra de ello es la Campaña de Animación a la Lectura en las Bibliotecas Municipales de la Diputación de Segovia, donde bibliotecas como las de El Espinar, San Rafael, Cantimpalos o San Ildefonso, entre otras muchas, y ayudadas por algunos colegios, organizan diversas y atractivas actividades para animar a niños y niñas a sumergirse en el maravilloso mundo de la literatura, no pretendiendo que sean ellos los que se esfuercen por adaptarse a programas poco atractivos, sino acercándose a través de lo que pueda motivarlos.

Ya sea por iniciativa privada o pública, lo que de verdad importa es la actitud renovadora de aquellos que trabajan en la rueda de la transmisión cultural en todas sus vertientes. En los casos expuestos, es evidente que se han preocupado por reunir catálogos y opciones que les acerquen a los más jóvenes.

Llegados a este punto, los que estamos en los acantilados de la cultura, viendo acercarse por el horizonte los barcos de las nuevas generaciones, tenemos dos opciones:

1. Criticar lo desconocido con desconfianza, perdiendo por el camino la oportunidad de acercarnos a las formas modernas de entender el papel de entretenimiento y creación de hábito que tiene la literatura de todos los tipos y géneros.

2. Aprender el idioma de los jóvenes y tratar de comunicarnos con ellos, hasta el día que entiendan el nuestro y tomen el relevo de impulsores de la cultura en todas sus formas.